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…sino santifiquen a Cristo como Señor en sus corazones, estando siempre preparados para presentar defensa ante todo el que les demande razón de la esperanza que hay en ustedes. Pero háganlo con mansedumbre y reverencia”, 1 Pedro 3:15.

Este pasaje es uno de los principales utilizados como fundamento en apologética. Muchas veces entendemos apologética como una mera defensa de la fe, pero el apóstol Pedro, inspirado por el Espíritu Santo, tenía algo más en la mente al escribir estas palabras.

La apologética es una de las herramientas más importantes en el equipamiento de todo creyente. De allí el llamado bíblico a estar siempre preparados. Sin embargo, no es una herramienta que haya de utilizarse como ocasión de contienda o para “demostrar que tenemos la razón”. El mandato bíblico es a hacerlo con un espíritu de humildad, mansedumbre y reverencia.

¿Qué es apologética?

La palabra griega apologia se traduce como “defensa”, y también al mismo tiempo, como “razón”. En el contexto del pasaje de la primera epístola de Pedro, tiene muchísimo sentido razón en lugar de defensa, toda vez que el espíritu con que se debe hacer es uno de humildad. Someter nuestro proceso de pensamiento lógico a la obediencia a Cristo implica humildad, y es en esta línea de pensamiento que debemos mantenernos siempre que se nos pregunte cualquier cosa relacionada con la fe cristiana.

Podemos definir, entonces, la apologética como una explicación razonada de algo. En este orden de ideas, la apologética bíblica es dar una explicación razonada de la totalidad de creencias y convicciones que tenemos como cristianos. Principalmente de cuál es la esperanza que tenemos y por qué es esa esperanza la que nos sostiene.

La apologética no es una excusa para pelear o entrar en discusiones; es más bien un ejercicio de humildad, con el solo deseo de hablar de Cristo, de Su evangelio de salvación, y la oportunidad de arrepentimiento y la consiguiente transformación del hombre interior.

Razón y no defensa

La idea de defender la fe nos puede evocar, de cierta manera y hasta cierto punto, un sentimiento de pugna, controversia, o incluso conflicto. Si bien es cierto, el evangelio en sí y por sí mismo transmite un mensaje confrontante, no podemos negar que lo hace siempre sin separarse de la gracia, misericordia y amor.

Personalmente, cuando comenzaba a familiarizarme con la apologética y con las doctrinas de la gracia (irónicamente) lo que menos tenía en mente era dar una explicación razonada del evangelio: quería ganar debates y demostrar qué tan equivocados estaban los demás. Es una tentación en la que se puede sucumbir muy fácilmente si se pierde de vista aquel mensaje sobre el que estamos presentando razón. Utilizaba la herramienta para defender mi punto de vista y perspectiva, y no para cumplir con la finalidad esencial: la propagación del evangelio de nuestro Señor Jesucristo, de una manera lógica y coherente.

Cuando Dios, quien es rico en amor y misericordia, tuvo a bien compadecerse de mí, el enfoque cambió: ya no se trata de defender al punto de la contienda, sino de explicar de una manera clara, precisa y documentada, aquello que tan gloriosamente nos sucede cuando nuestras vidas son transformadas por la verdad y el poder de Dios manifiesto.

¿Por qué debe un creyente ser un apologista?

Hay varias razones por la que cada creyente debe poder dar una razón por su fe. Les comparto cinco:

  1. Porque es un mandato. Pedro no nos está haciendo una sugerencia o recomendación; es el propio Espíritu de Dios quien nos manda a siempre estar preparados.
  2. Porque en un mundo cada vez más lleno de desesperanza y duda, los creyentes estamos obligados a no callar, a razonar con aquellos que tienen dudas y demandan respuestas claras.
  3. Porque al nosotros indagar y escudriñar, profundizamos en el conocimiento de la fe, y de la esperanza que nos ha sido obsequiada.
  4. Porque nosotros mismos tenemos dudas y debemos ser diligentes de buscar las respuestas, siempre centrados en el evangelio. Reconocer que necesitamos seguir aprendiendo es algo poderoso que Dios usa para mantenernos humildes y enseñarnos a depender totalmente de Él y su palabra.
  5. Porque mientras más listos y preparados estemos, habrá mucha más oportunidad de alcance evangelístico y de que el verdadero evangelio sea expuesto de una manera comprensible.

Esto, por supuesto, implica que nosotros en lo personal estemos dispuestos a estudiar, investigar, analizar y someter nuestra lógica a la soberana mano de Dios: hacemos todo esto a través de crecer en Su Palabra, en el mensaje del evangelio que llegó a nuestras vidas y que, al día de hoy, nos sigue transformando.

La necesidad de la apologética en América Latina

En nuestros países hay dos tipos de embates que la Iglesia, y en particular el evangelio, está sufriendo: uno externo y uno interno.

El embate externo tiene que ver con los no creyentes, quienes muchas veces buscan respuestas genuinamente, y muchas otras, solo buscan contender. Debemos aprender a diferenciar y saber cuándo, en humildad, callar y enmudecer. Pero también cuándo Dios está haciendo algo en la vida de alguien que está buscando la verdad, independientemente de cómo se denomine a sí misma esa persona.

El embate interno, es el que se recibe a partir de la predicación de grupos que se denominan cristianos, pero predican “otro evangelio” y un dios que no es el Dios de la Biblia, y acaso este sea el que representa un mayor reto. Hay muchos cristianos que aman verdaderamente a Cristo y anhelan su regreso, pero quienes lastimosamente han sido muy mal enseñados. Acá nos encontramos con una obra de mucha más misericordia: porque señalamos el error de la enseñanza, sin caer en la condenación de nuestros hermanos, por quienes Cristo también murió.

Que al hacer apología del verdadero evangelio, podamos siempre tener nuestra mente, razonamiento y pensamiento en la gracia salvadora y perdonadora que a nosotros también un día nos alcanzó y nos trajo esperanza.

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