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Uno de los comentarios que los pastores cristianos a veces escuchan de la gente que aconsejan es que sería más fácil para ellos tener una fe fuerte si pudieran ver a Dios hacer el mismo tipo de milagros hoy en día que los que se muestran en la Biblia. La suposición implícita es que se necesita ver para creer —que las personas que vivían en los tiempos de Jesús pudieron confiar más fácilmente en Él ya que podían ver sus grandes obras.

Esos comentarios demuestran la necesidad de leer más profundamente las Escrituras, ya que hay muchos casos en los que ver grandes milagros no movieron a la gente hacia tener fe. 

Por ejemplo, Juan 11 registra la resurrección de Lázaro por parte de Jesús. Si ha existido una señal convincente alguna vez, fue esa. Sin embargo, las autoridades tomaron el milagro como una razón para oponerse a Jesús, no para creer en Él (vv. 45-53). 

La Escritura también registra ocasiones en las que la gente experimentó incredulidad después de ver muchos milagros. Considere Josué 7, que muestra lo que pasó en Hai no mucho después de que los israelitas conquistaran Jericó. Después de la conquista de Jericó, cuando con un grito “la muralla se vino abajo” (cap. 6), uno puede imaginarse lo que sentía el pueblo de Israel. Dios los había salvado de una manera dramática y sobrenatural, quitando de su camino el mayor obstáculo para la conquista de Canaán. Él había cumplido su promesa de darles todo lugar donde Josué pusiera su pie. Por lo tanto pensaríamos que no habría nada mas que euforia y confianza entre las tropas, y en especial en el corazón de Josué. Pero lo que estaba por suceder era un importante castigo para Josué y los israelitas. Después de que unos espías informaran que Hai era fácil de vencer, Josué envía tropas a tomar la ciudad, pero salen huyendo, y treinta y seis personas mueren (7:2-5). ¿Cómo responde Josué?

Entonces Josué rasgó sus vestidos y postró su rostro en tierra delante del arca del Señor hasta el anochecer, él y los ancianos de Israel; y echaron polvo sobre sus cabezas. Y Josué dijo: ‘¡Ah, Señor Dios! ¿Por qué hiciste pasar a este pueblo el Jordán, para entregarnos después en manos de los Amorreos y destruirnos? ¡Ojalá nos hubiéramos propuesto habitar al otro lado del Jordán! ¡Ah, Señor! ¿Qué puedo decir, ya que Israel ha vuelto la espalda ante sus enemigos? Porque los Cananeos y todos los habitantes de la tierra se enterarán de ello, y nos rodearán y borrarán nuestro nombre de la tierra. ¿Y qué harás Tú por Tu gran nombre?’ (vv. 6-9).

Aquí vemos a Josué, quien en el pasado siempre había sido valiente, el hombre de fe que dio la noticia a la nación de que Israel tomaría Canaán, ahora rasgando sus vestidos y quejándose delante del Señor, diciendo: “¿Por qué no simplemente dejaste las cosas como estaban? Podríamos haber vivido felices para siempre al otro lado del Jordán, y ahora hemos sido humillados, y la noticia de esta derrota irá por todos lados en la tierra prometida”. Josué, en un momento de incredulidad, le está diciendo a Dios: “¿Qué has hecho por mí últimamente?”. Su fe es tan frágil que después de un contratiempo menor, pierde su confianza y está de luto. Josué pensó que comprendía el compromiso total de Dios hacia él y su ejército, pero ahora está fuera de sí al ser derrotado por un enemigo que Israel debió conquistar sin la ayuda de Dios. Incluso teniendo la promesa de Dios, sufren esta derrota humillante. De repente Josué se pregunta: “¿Fue la promesa de Dios una ilusión? ¿Estaba yo escuchando cosas? Dios prometió que nunca seríamos derrotados, y fuimos derrotados”. Lo que le sucede a Josué aquí, como vemos en su ayuno, luto, y búsqueda del rostro de Dios, es una crisis de fe.

¿Por qué fueron derrotados los israelitas? Josué 7:1 nos dice: “Pero los Israelitas fueron infieles en cuanto a las cosas dedicadas al anatema, porque Acán […] de la tribu de Judá, tomó de las cosas dedicadas al anatema. Entonces la ira del Señor se encendió contra los Israelitas”. Sí, Dios prometió la victoria a Israel, pero también ordenó al pueblo obedecer escrupulosamente los términos de guerra. Dios instituyó la prohibición contra los cananeos, lo que significaba que en esta conquista de guerra santa los soldados no podían obtener ningún botín. Y un hombre en el ejército desobedeció. Acán sucumbió a la tentación de llenar sus bolsillos con los despojos de la victoria en Jericó. Y por el pecado de un solo hombre, Dios responsabilizó a toda la nación de Israel. Debido a esta violación, la ira de Dios se mostró en contra de Israel, y su juicio providencial causó la derrota.

La Escritura nos advierte que en este lado de la gloria no hay una correlación directa entre la obediencia y bendición. Los fieles tienen éxito a menudo, pero a veces experimentan grandes derrotas. El infiel con frecuencia sufre por sus malas acciones, pero a veces disfruta de muchos éxitos externos. 

Sin embargo, tener éxito y una fe fuerte son algunas de las bendiciones que el Señor da a los que guardan sus mandamientos (Salmo 1). Aunque Dios no ha prometido actuar milagrosamente hoy como lo hizo en los días de antaño, podemos confiar en que Él actúa en favor de nosotros. Nuestra obediencia no merece justificación delante de nuestro Padre; pero la gracia del Señor es tan grande que Él nos bendice a pesar de nuestra desobediencia. Aún así, quizá veríamos más bendición y experimentaríamos menos duda si le sirviéramos con mayor fidelidad.


Publicado originalmente en Ligonier. Traducido por Rodrigo Gómez Roy.
Imagen: Lightstock.
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