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Experimentamos tres tipos de sufrimiento en esta vida. 

Primero, el sufrimiento merecido. Pecamos y sufrimos miseria por ello. El pecado siempre genera miseria. Es todo lo que el pecado puede hacer. Por lo tanto, el sufrimiento merecido es inevitable: “Y tengan por seguro que su pecado los alcanzará” (Núm. 32:23). Cuando nuestros pecados nos alcancen y sintamos el dolor, con humildad inclinemos nuestros duros cuellos y aceptémoslo.

El sufrimiento merecido es difícil de soportar. Pero nuestro sufrimiento puede ser aún más difícil.

Dos, el sufrir del inocente. No pecamos, no hacemos nada malo, pero aún así sufrimos. Un desastre natural trae sufrimiento al inocente. Los prejuicios raciales traen sufrimiento al inocente. El aborto trae sufrimiento al inocente. “Manasés derramó muchísima sangre inocente” (2 R. 21:16). Debemos responder a los sufrimientos inocentes de un desastre natural con cualquier ayuda que podamos proveer. Y lo más que podamos, debemos oponernos valientemente a los poderosos que atormentan a los inocentes.

El sufrimiento del inocente es horrible. Pero nuestros sufrimientos son aún más intensos.

Tres, el sufrimiento por la justicia. No pecamos, hacemos lo que es correcto, defendemos a Jesús y su evangelio, y sufrimos por ello. ¿Por qué asesinó Caín a Abel? “Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas” (1 Jn. 3:12). El crimen intolerable de Abel fue su integridad. Esto hizo que Caín se viera mal, y Caín no pudo soportarlo. Abel fue perseguido por causa de la justicia (Mt. 5:10). Su muerte fue de “la sangre justa derramada sobre la tierra” (Mat. 23:35). Este mundo trae a todos nosotros sufrimiento por la justicia: “Y en verdad, todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, serán perseguidos” (2 Tim. 3:12). Sucede incluso en las iglesias.

No todos nosotros experimentamos el sufrimiento inocente de, digamos, la injusticia racial. Ninguno de nosotros debería experimentarlo. Así que debemos oponernos a ello con cada fibra de nuestro ser, sin importar cuál sea el costo personal. Si nos acobardamos y mantenemos la cabeza baja cuando hay personas inocentes sufriendo, ofendemos a nuestro Señor y perdemos nuestra credibilidad. Pero al sufrir por la justicia, todos los que amamos al Señor, cada uno de nosotros sin excepción, podemos reunirnos a los pies de Jesús y llorar juntos con un entendimiento más profundo.

El sufrimiento por la justicia es una poderosa fuerza que une el cuerpo de Cristo.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Alicia Ferreira.
Imagen: Lightstock
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