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Santifiquen a Cristo como Señor en sus corazones, estando siempre preparados para presentar defensa ante todo el que les demande razón de la esperanza que hay en ustedes. Pero háganlo con mansedumbre y reverencia (1 Pedro 3:15).

Desde el comienzo del cristianismo, los cristianos hemos sido llamados a presentar una apología de nuestra fe a cualquier persona que nos pregunte por qué creemos lo que creemos. A lo largo de la historia de la iglesia, algunos han respondido a este llamado más formalmente, esforzándose por responder a las objeciones y críticas de los incrédulos. Hoy conocemos esta práctica como la apologética, que significa “defensa de la fe”.

J. Ramsey Michaels explica lo que Pedro quiso decir con estar “siempre listos para defenderse” en el contexto del primer siglo:

Este término se utiliza en una defensa formal en los tribunales, en contra de cargos específicos… un argumento hecho en su propio nombre frente a malentendidos o críticas (1 Corintios 9:3, 2 Corintios 7:11) … aquí en 1 Pedro, el lenguaje jurídico se aplica a los intercambios informales que pueden ocurrir entre cristianos y no cristianos en cualquier momento y bajo circunstancias variadas.

Pedro percibió que la iglesia estaba siendo probada día tras día a causa de vivir para Cristo en una sociedad pagana. Esto sigue siendo cierto hoy. Todo cristiano en su propio contexto es un “apologista” que debe dar respuesta y razón de su fe. Hay, ciertamente, apologistas cristianos muy buenos y otros muy malos. En última instancia, la pregunta para nosotros es, ¿cómo respondemos correctamente? Un cristiano que apela a su autosuficiencia intelectual, al subjetivismo, o al irracionalismo es un mal apologista. Un cristiano que apela a la Escritura como su punto de partida absoluto es un buen apologista. Por supuesto, Dios en su providencia puede usar la luz más débil para llevar al hombre a la verdad y a la salvación en el Señor Jesucristo. Dios no está limitado por nuestra falibilidad.

Luz velada

Pedro nos provee una sabia instrucción. Primeramente debemos “honrar a Cristo el Señor como santo” en nuestros corazones (lo cual, como Ramsey explica, no significa “santificar” en el sentido de “hacer santo” sino “reconocer o declarar como santo”). Esto es algo que solo un creyente puede hacer. El incrédulo primero debe ser regenerado por el Espíritu Santo, liberado de su esclavitud al pecado, y traído a la vida, lo que implica también que Dios debe liberarlo de los efectos noéticos del pecado, es decir, de la depravación del intelecto.

Ahora bien, esto no quiere decir que el hombre en su pecado no puede saber nada, más bien que la verdad de Dios ha sido reprimida como resultado de su naturaleza pecaminosa (Rom. 1:18). Así que, aunque pueda conocer las cosas, no puede conocer las cosas verdaderamente. ¿Cómo es eso? El hombre natural conoce las leyes de la lógica, vive, piensa, y se comporta de acuerdo a ellas. Pero ¿puede hacer sentido de ellas? ¿Son estas consistentes con su cosmovisión, sus presuposiciones, su concepción general de la realidad? Incluso el apóstol Pablo afirmó esto: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son una locura; y tampoco las puede entender, porque tienen que discernirse espiritualmente” (1 Cor. 2:14). Lo que tanto Pedro como Pablo están afirmando es que la verdad sobre la realidad, la ética, y el conocimiento solo pueden ser verdaderamente percibidos cuando Cristo ha quitado el velo de nuestros ojos (2 Cor. 3:16).

Conversaciones apologéticas

Esto, por supuesto, plantea un problema para algunos, como Abraham Kuyper, quien afirmó que “la apologética nunca lograría ningún buen propósito”. Como explica el profesor de apologética William Edgar: “[El] razonamiento [de Kuyper] fue que hay un abismo tan grande entre los creyentes e incrédulos que los argumentos o polémicas serían inútiles para llenar el vacío”. Kuyper tenía razón al decir que existe un gran abismo entre los creyentes y los no creyentes, lo que hace imposible el terreno neutral.

No obstante, hay otro tipo de conversación que creyentes y no creyentes pueden tener. De hecho, el filósofo Cornelius Van Til nos mostró un camino en su libro Christian Apologetics que “permite conversaciones apologéticas sin renunciar a ninguna antítesis entre dos cosmovisiones opuestas”.

Su método apologético se puede resumir así: el cristiano debe exponer la futilidad e imposibilidad de la cosmovisión no cristiana y luego presentar la cosmovisión cristiana como la única cosmovisión que puede dar sentido a realidad. ¿Cómo podría funcionar esto? Van Til lo expresa de esta manera: “Ahora bien, de hecho, siento que toda la historia y la civilización serían ininteligibles para mí si no fuera por mi creencia en Dios. Tan cierto es esto, que propongo argumentar que, a menos que Dios esté detrás de todo, se puede encontrar significado en nada”. En otras palabras, el cristiano tiene que, en primer lugar, demostrar que desde la cosmovisión del no creyente, la realidad, la ética, y el conocimiento no se pueden explicar de manera inteligible, y segundo, que solo desde la cosmovisión cristiana tales cosas son inteligibles para nosotros.

Testimonio de la verdad

Kuyper tenía razón al decir que, por sus propios medios, el incrédulo no puede cruzar el abismo que los separa de los creyentes. Por lo mismo, tampoco se debe esperar que el apologista lleve a la gente de la incredulidad a la fe; ese no es nuestro llamado. En cambio, estamos llamados a dar testimonio público de la verdad, a defender la verdad, a exponer las cosmovisiones antitéticas como inútiles e imposibles, y a exaltar a Cristo como Señor en nuestros corazones. Al hacer esto, el Espíritu Santo obrará a través de nuestros esfuerzos para traer un cambio en el corazón del hombre, conforme a su buena y agradable voluntad.

Sin embargo, así como tratamos de dar una apología bíblica, es decir, una defensa de la verdad consistente con la enseñanza de la Escritura, también debemos desarrollar una comprensión bíblica de la apologética. Aquí me refiero al alcance y la naturaleza de la apologética. Recientemente, la apologética se ha limitado a cuestiones puramente evidenciales, filosóficas, y teológicas. También podríamos decir que se ha confinado a un cristianismo “privatizado” que se centra exclusivamente en el mensaje personal de salvación y en la espiritualidad privada, mientras que descuida los otros aspectos públicos de la realidad. Ciertamente podemos tener discusiones apologéticas sobre la resurrección de Jesucristo, o sobre la exclusividad de Jesús, o sobre la transmisión de los manuscritos del Antiguo y del Nuevo Testamento, pero debemos tener en mente que los temas evidenciales requieren primeramente una discusión de las filosofías subyacentes a las evidencias y los hechos. La apologética va mucho más allá de las evidencias; por ende, no puede limitarse a lo estrecho, sino que se ocupa de sistemas enteros, del panorama total de las cosmovisiones.

En vistas de la caída de Roma, los paganos reclamaban que la causa principal del colapso había sido el abandono de la religión tradicional romana y la adopción de la religión cristiana. Esto provocó una apología de parte San Agustín, quien estaba ansioso por responder a la acusación. En su libro Ciudad de Dios, él no se enfoca en una discusión de la espiritualidad privatizada, sino en la relevancia pública y aplicación del evangelio.

En su representación de las dos ciudades —la ciudad de Dios y la ciudad terrenal— destaca la antítesis entre ambas, y el estado final de los justos e injustos. Como escribe el apologista Joe Boot:

El progreso de la ciudad no es el progreso que se debe asociar a ninguna entidad o imperio nacional específico. La ciudad de Dios es mucho más grande y gloriosa que eso. San Agustín no está perturbado por la caída de Roma . . . para él, la paz y la justicia, los dos grandes objetivos de la sociedad humana, sólo se realizan en y a través de la mancomunidad de Cristo.

De qué se trata la apologética

San Agustín nos ofrece un bello clásico literario que compara y contrasta la civilización del pueblo escogido de Dios desde el tiempo de Abel, con la civilización del mundo que se levanta en rebelión contra Dios. Lo que viene al final de la historia será la “vindicación y realización gloriosa de la Ciudad de Dios” y el “terrible juicio contra la rebelde ciudad humana”. En todo esto, San Agustín pone ante nosotros un ejemplo, consistente con la enseñanza de la Escritura, del amplio alcance y naturaleza de la apologética. La apologética se trata de proclamar y defender la cosmovisión cristiana como la única filosofía verdadera de la vida en cuanto se relaciona con todos los aspectos de la realidad.


Crédito de imagen: Lightstock

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