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Llegué al salón de clases donde varios de mis alumnos estaban reunidos alrededor de un celular. Después de saludarlos, uno de ellos me preguntó: “Profe, ¿ya sabe?”. No tenía idea a lo que se refería. “Es que acaba de pasar”, dijo otro. Pronto me enteré: acababa de suceder un tiroteo en una escuela, perpetrado por un joven de 15 años. El tirador, muerto. La maestra y varios alumnos, heridos de gravedad.

Es la primera vez que algo así sucede en mi ciudad, mi querido Monterrey. Lo que me heló la sangre fue enterarme que la escuela en donde sucedió la tragedia se encuentra muy cerca de nuestra iglesia (en donde también tenemos una escuela), a solo unos 10 o 15 minutos. Muy cerca de casa.

En la ciudad, el sentimiento es de horror, tristeza, luto. Las redes sociales se inundan de mensajes de apoyo, llamados a oración, y especulaciones acerca del futuro. ¿Cómo puede ser que algo tan horrible suceda aquí? ¿No es eso algo que ocurre en otros otros países, pero no en México? ¿Cómo consiguió el arma, si es que están reguladas? Demasiadas preguntas, pocas respuestas.

Con el corazón triste pero confiado, quisiera escribir algunas breves verdades bíblicas que vienen a mi mente al lidiar con este horrible acto.

1. Dios está en control.

Es verdad. No es un cliché. Dios, el soberano del universo, está en completo control. Cuando suceden cosas de este tipo, es casi inevitable preguntarse, “¿Dónde estaba Dios?”. Y la respuesta es sencilla, real, poderosa: sentado en su trono. Dios está siempre en absoluto y completo control de todo lo que sucede en todo el cosmos. Nada se sale de sus manos, ni por una fracción de segundo. La maldad nunca toma a Dios por sorpresa. Aunque la odia, no le sorprende. Por más horrible que sea el acto, y aunque no podamos entender sus propósitos, Dios no se mueve de su trono. Ni siquiera un poco.

2. Dios odia el pecado.

Para Él, el pecado no es poca cosa: es abominable. El pecado es una afrenta contra la santidad de su Nombre, de su Persona. Le es tan horrible que decidió mandar a su propio Hijo para terminar de una vez por todas con el poder del pecado, y para finalmente acabar con toda la maldad. El mundo en que hoy vivimos —lleno de tragedias—  no es el mundo como Dios quiere que sea. Viene el día en que Dios juzgará toda injusticia y enjugará toda lágrima. ¡Maranata!

3. La maldad es real.

Los cristianos no podemos vivir en una burbuja ignorando la realidad de la maldad a nuestro alrededor. Satanás es real. El pecado es horroroso. Ese pecado con el cual a veces coqueteamos tiene consecuencias enormes. Así que el cristiano debe vivir con una perspectiva eterna, pero sin perder contacto con el presente. No podemos olvidar que el pecado hace cosas horribles. Así que debemos hacer guerra en contra del pecado.

4. Hay momentos de llorar.

En nuestra naturaleza caída, tenemos una tendencia a racionalizar y “espiritualizar” cualquier suceso, aun eventos tan horribles como el que acaba de suceder. Hermanos: evitemos caer en la tentación de andar corriendo a buscar culpables o decir lo que hubiéramos hecho en el lugar de las directivas del colegio o del gobierno. Es cierto que hay medidas que se pueden (y deben) tomar, pero cuando vemos los efectos del pecado a nuestro alrededor y una nación sufriendo, lloremos con los que lloran (Rom. 12:15).

5. Es momento de orar.

Cuando murió Juan el Bautista, vemos que Jesucristo se retiró a un lugar desierto (Juan 14:13), quizá a pasar un tiempo de oración después de la muerte de Juan. Nuestro Señor entendía perfectamente la importancia y el poder de la oración en momentos de tristeza. ¡Cuánto más nosotros! En momentos como estos, podemos y debemos unirnos en oración. La oración no es ser pasivos: la oración es activa. Ella obra poderosamente en mentes y corazones. Oremos ardientemente, por las víctimas, por los agresores, por las escuelas, por el gobierno, por la nación: “¡Que se haga tu voluntad!”.

6. Cristo ha vencido la maldad.

Es una maravilla pensar que Cristo Jesús murió en la cruz y le dio el golpe fatal a Satanás, al pecado, y al mundo en enemistad con Dios. Es en Jesucristo donde podemos encontrar nuestra esperanza. Y aún en momentos difíciles, inclusive momentos de tragedia, podemos levantar la mirada y ver la cruz, esa cruz en donde nuestro Señor padeció y sufrió el peso de la maldad, siendo Él inocente, para traernos redención, esperanza, y vida eterna. Aunque no siempre se vea de esa manera, la maldad no está ganando. ¡Jesucristo ya ganó!

7. Jesús es la respuesta.

Cuando estaba chico cantábamos un coro en la reunión de los jóvenes que decía: “Cristo la respuesta para el mundo hoy. Aparte de él no hay otro. ¡Cristo es el Señor!”.  Una melodía sencilla, pero una verdad trascendente. No estoy en contra de incrementar la seguridad escolar, o de hacer campañas de concientización en la ciudadanía, inclusive de impartir clases a los padres de educación en el hogar. Pero al final…  al final…  Jesucristo es la respuesta en contra del pecado.

Soy maestro. El que esto haya sucedido en un aula, además de en mi ciudad, me trae una tristeza particularmente profunda. Verdaderamente oro por los padres y los niños que tuvieron que sufrir, o están sufriendo, debido a lo sucedido. Aun en medio de la tristeza, aún en medio de dolor y llanto, podemos confiar en nuestro buen Dios.

Soberano Señor, tú que gobiernos el universo perfectamente de acuerdo a tu preciosa voluntad, trae consuelo a las víctimas de este ataque, enjuga sus lágrimas, y trae confort a sus almas. Confiamos en ti. Confiamos en que eres un Dios bueno. Queremos ver tu reino llegar pronto. Queremos que tu voluntad se lleve a cabo en todos los confines de la tierra. Y Señor bueno, líbranos del maligno quien busca nuestras almas. Confiamos en ti, porque eres nuestro Dios. Amén.

Imagen: Lightstock
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