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2 Crónicas 21 – 23    y   Mateo 19 – 20

Joram tenía treinta y dos años cuando comenzó a reinar, y reinó ocho años en Jerusalén; y murió sin que nadie lo lamentara. Lo sepultaron en la ciudad de David, pero no en los sepulcros de los reyes.
(2 Crónicas 21:20)

Hitler, Nerón, Judas, son hombres cuya fama es tristemente célebre. Nadie en su sano juicio les pondría a sus hijos estos nombres que son sinónimos de infamia y deshumanización. Nerón, al menos, se ha convertido en nombre de perro… siempre y cuando sea rabioso y de pocas pulgas.  Sin embargo, es justo aceptar que cada uno de estos tristes personajes tuvo la oportunidad de hacer las cosas diferente, pero se dejaron llevar por su propia maldad, su cosmovisión equivocada o por consejos errados, destruyendo reinos y vidas a su paso y cayendo en el descrédito y en un juicio negativo que pesará sobre ellos de generación en generación.

¿Cómo es que nos convertimos en personajes sin pena ni gloria? Yo le voy a dar la receta que nos permitiría llegar a ser verdaderos ‘don nadie’, con un currículum más oscuro que café bien cargado. Para esto, seguiremos el ejemplo de Joram, rey de Judá y su hijo Ocozías, guiados por Atalía, esposa de Joram y madre de Ocozías. Vayamos paso por paso:

En primer lugar, debemos perder de vista todo aquello que signifique lealtad o consideración. Si algo tiene antecedentes de buen ejemplo o virtud, debemos eliminarlo de nuestra memoria sin la más mínima compasión. Joram era hijo de Josafat, un rey virtuoso, cuyo ejemplo definitivamente el joven rey no quiso seguir. Un verdadero ‘don nadie’ no tiene el menor respeto del pasado y no piensa en nadie más que él; por lo tanto, es capaz de pasar por sobre todos sin importar las consecuencias y el daño que pudiese causar. Joram, cuando ya era fuerte como rey, tomó una vergonzosa decisión: “…mató a espada a todos sus hermanos, y también a algunos de los jefes de Israel” (2 Cro. 21:4b). Egoísmo y deslealtad son los puntos básicos para un buen mal comienzo.

En segundo lugar, se necesita tomar el peor ejemplo y las más malas compañías que podamos encontrar. Debemos conseguir darle un vuelco total a nuestros valores y principios al encontrar personas que sean completamente opuestas a aquellas que tenían valor para nosotros. Todo aquello que es repudiado y condenado por la gente que nos quiere, y que valen la pena, debe ser rechazado por completo. Para lograrlo, debo asumir que todos están equivocados o que son unos anticuados. Finalmente, aunque es un poco peligroso, debemos estar seguros que nada nos podrá pasar porque somos demasiado inteligentes como para caer en alguna trampa.

Joram no sólo desechó la fe de su padre, sino que: “… anduvo en el camino de los reyes de Israel, tal como había hecho la casa de Acab (pues la hija de Acab era su mujer), e hizo lo malo ante los ojos del Señor” (2 Cro. 21:6). La hijita de Acab era buenamoza… pero con un corazón de alcantarilla al cien por ciento. Ella no sólo colaboró con la ruina de su marido, sino que también se encargó de dejar sin pena ni gloria a dos generaciones más. Su hijo Ocozías sólo llegó a gobernar un año porque: “El también anduvo en los caminos de la casa de Acab, porque su madre fue su consejera para que hiciera lo malo. Hizo lo malo ante los ojos del Señor, como lo había hecho la casa de Acab, porque después de la muerte de su padre ellos fueron sus consejeros para perdición suya” (2 Cro. 22:4). “Dime con quién andas… y te diré quién eres”, reza el dicho popular con irreprochable sabiduría.

Después que hemos logrado hacer nuestros estos dos elementos, pasamos a ‘gozar’ de las consecuencias de nuestras nefastas decisiones. Joram no tuvo misericordia de sus hermanos y tampoco una banda armada tuvo compasión de sus hijos mayores que fueron asesinados sin piedad por ellos (2 Cro. 22:1). Un mal gobierno, un pésimo ejemplo y un despreciable cuerpo asesor, hicieron de Judá un reino endeble: “…no quedó nadie de la casa de Ocozías para retener el poder del reino” (2 Cro. 22:9b). Finalmente, Joram muere de una penosa enfermedad y fue enterrado sin pena ni gloria porque “… su pueblo no le encendió una hoguera como la hoguera que habían encendido por sus padres… murió sin que nadie lo lamentara…” (2 Cro. 21:19b, 20a).

Ocozías, su hijo, mal educado y mal aconsejado, salió a batalla y murió sin pena ni gloria en manos de sus enemigos de una manera deshonrosa y vil (2 Cro. 22:9). Atalía, la esposa de Joram, ya anciana, fue asesinada por el ejército que se sublevó contra ella y su despótico reinado (2 Cro. 23:15). En definitiva, personajes tristemente célebres que acabaron sus días sin pena ni gloria porque buscaron su propia  gloria amparándose en desobediencia e ingratitud.

Joram y Ocozías se apartaron de los mandamientos y principios que sustentaban la vida espiritual del pueblo de Dios. Creyeron que podrían subsistir bajo las falsas promesas propuestas por consejeros malvados que los llevaron a desoír el consejo, la obra y el plan de Dios. Se creyeron dueños de sus propios destinos, sin entender que ellos le pertenecían al Señor, quien los puso como siervos y no como soberanos de su pueblo. Ellos menospreciaron la obra de redención realizada por el Señor en Egipto y con eso también olvidaron que el Señor los había rescatado y comprado para que sean su pueblo y Él su Dios.

Por eso la alegría y la gloria de los cristianos es diametralmente opuesta. Se basa en un orden de vida invertido porque Jesús dijo: “ los últimos serán los primeros, y los primeros últimos” (Mt. 20:16). La gracia del Señor en Jesucristo nos ha hecho, como él, ministros y no  magistrados. Así lo enseñó Jesús: “Ustedes saben que los gobernantes de los Gentiles se enseñorean de ellos, y que los grandes ejercen autoridad sobre ellos. No ha de ser así entre ustedes, sino que el que entre ustedes quiera llegar a ser grande, será su servidor, y el que entre ustedes quiera ser el primero, será su siervo; así como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar Su vida en rescate por muchos” (Mt. 20:25-28).

La vida que Jesús dio en rescate por muchos es la vida sobrenatural que ahora sustenta a los que ha redimido con su preciosa sangre. Él puso su vida en la cruz del calvario para que nosotros vivamos por Él y para Él. Esto no es gratuito, sino que hemos sido comprados por precio a través de una obra de obediencia realizada por el mismísimo Hijo de Dios. Y esa es la razón por la que no podemos simplemente llevar nuestra vida sin pena ni gloria, adecuándola a nuestras propias ideas, siguiendo las corrientes del mundo y creyendo que nuestras vidas nos pertenecen y podemos hacer con ellas lo que nos venga en gana.

Al final, a diferencia de Joram y Ocozías, no buscamos nuestra gloria, sino darle la gloria a Dios, quien nos salvó y nos enseñó en su Hijo Jesucristo la alegría superior del dar por sobre el recibir, y la gloria del que, como Jesús, entrega sin esperar recompensa. Esto produce en nosotros tal gratitud ante una salvación tan grande que podemos repetir las palabras de Jesús una y otra vez, “ para los hombres eso es imposible, pero para Dios todo es posible” (Mt. 19:26). Finalmente, ¡A Dios sea toda la Gloria!

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