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La confusión entre los Protestantes y el Catolicismo Romano es grande en mi país de Guatemala. Recuerdo hace varios años cuando el presidente se identificaba como un cristiano, católico, y sacerdote maya. Hizo lo que pudo para tratar de cerrar las separaciones entre las religiones mayores en nuestro país.

Ahora, algo similar está pasando con el Papa Francisco, a quien tantos aman y veneran por su postura abierta y misericordiosa hacia el mundo. Al ver un líder tan admirado como él, tal vez has escuchado la pregunta, “¿Y por qué los evangélicos no tenemos un Papa también?”. Después de todo, muchos dicen que si hubiera un Papa evangélico, no habrían tantas denominaciones y tantas diferencias.

Para mejor entender las razones detrás de esta diferencia entre los evangélicos y católicos, en su blog Kevin DeYoung hizo referencia el viernes pasado al compendio teológico de cuatro volúmenes titulado Reformed Dogmatics, en el cual el reconocido teólogo Henry Bavinck comparte seis razones por las que los protestantes rechazan el Primado del Papa y el entendimiento católico de la sucesión apostólica. Quisiera compartir estas seis razones, escritas por DeYoung & Bavinck, y después de cada una dar un comentario breve para aplicarlo a nuestros contextos (identificado por el SM).

Seis razones

1. La diferencia entre el clero y los laicos que forma la base de la jerarquía Católica Romana ni se enseña en la Biblia, ni se muestra en la organización de la iglesia del primer siglo. Sin duda la Biblia distingue entre pastores y rebaños. Los oficios de la iglesia son bíblicos, pero en la teología Católica “clero” y “laicos” se refieren a más que solo “pastor” y “miembro de la iglesia”. Como explica Bavinck: “En la Iglesia Católica Romana ‘clero’ se ha convertido en una palabra para describir una clase especial de personas eclesiásticas que por ser consagrados han sido separados de los demás, creando una clase única de “cleros” que en un sentido muy especial pertenecen al Señor (4:358)”. En contraste, las Escrituras enseñan que el rebaño entero es el kleros, pertenece al Señor, y es Su herencia (Exo. 19:5-6). No existe una clase especial sacerdotal en el Nuevo Testamento, puesto que todos los creyentes verdaderos son llenos del Espíritu, guiados por el Espíritu, comparten en la unción del Espíritu, forman parte de un sacerdocio real, y son una posesión valiosa de Dios. Pastores y ancianos son pastores que sirven al rebaño, no sacerdotes que ofrecen sacrificios o obispos jerárquicos quienes gobiernan a la gente. “Oficio en la Iglesia de Cristo no es una magistratura, sino un ministerio” (4:359).

SM: La postura Protestante reconoce que hay oficios en la iglesia (los cuales sin duda involucran una cierta medida de responsabilidad en cuanto a supervisión y gobernación). Sin embargo, estos oficios existen para servir al rebaño, no para crear estructuras jerárquicas o clases especiales de sacerdotes. Pastores no son mediadores entre Dios y el hombre; solo Cristo es nuestro mediador (1 Tim. 2:5) y nuestra responsabilidad como pastores es apuntar a la gente hacia Él. Todos los creyentes son “sacerdotes”: no hay una clase especial.

2. El Nuevo Testamento no reconoce un episcopado que sea diferente del presbítero. Hechos 20 es un texto clásico, puesto que allí encontramos a Pablo usando las palabras griegas para supervisor (espiskopoi) y anciano (presbyteroi) intercambiablemente (Hechos 20:17, 28). Pedro hasta se llama a sí mismo un anciano (1 Ped. 5:1). “Aparte de los oficios extraordinarios del apóstol, profeta, y evangelista, hay solo dos oficios ordinarios, los diáconos y los presbyteroi (Fil. 1:1, 1 Tim. 3:1, 8): pastores y maestros (Ef. 4:1; 1 Tim. 5:17), aquellos que tienen el don de administración (1 Co. 12:28), aquellos en posición de autoridad (Ro. 12:8; 1 Tes. 5:12); y líderes (He. 13:7, 17)” (4:360).

SM: La Biblia nos enseña que solo hay dos oficios dentro de la iglesia: pastor/anciano, y diáconos. Cualquier otro oficio es invento del hombre y no mandado por las Escrituras. Ambos oficios existen para servir a la iglesia, los pastores/ancianos a través del liderazgo, enseñanza, y supervisión, y los diáconos a través del servicio a las necesidades de los miembros de la iglesia.

3. El apostolado era un oficio excepcional y temporal en la iglesia del Nuevo Testamento. Ciertamente debe haber una sucesión de verdad apostólica, y hay un sentido en el que los supervisores/ancianos cuidan a las iglesias como lo hicieron los apóstoles. Pero en el sentido más estricto, los apóstoles no tienen sucesores. Son parte de un fundamento no repetible, de una vez por todas de la Iglesia (Ef. 2:20). “Los apóstoles habían sido los testigos de las palabras y obras de Jesús. Habían sido llamados directamente por Cristo mismo a su oficio, recibiendo una medida especial del Espíritu Santo, y fueron llamados a una tarea única, es decir, a establecer el fundamento de la Iglesia y ofrecer en su mensaje el medio perfecto de unión entre Cristo y Su Iglesia. En todas estas cosas ellos se distinguen de los demás, se encuentran en un nivel extremadamente superior a la de sus sucesores, y mantienen un oficio no-transferible y no-renovable” (4:362).

SM: Aunque hay cierta división entre los Protestantes sobre el tema de la sucesión apostólica, el entendimiento tradicional ortodoxo enseña que la verdadera sucesión apostólica tiene menos que ver con el oficio de apóstol y más con la verdad apostólica, es decir, el consejo de Dios en las Escrituras y el mensaje del evangelio. Aunque los Apóstoles nombrados por Jesús recibieron gran poder, ese gran poder fue para proclamar un mensaje aún más grande: el evangelio. Entonces, la sucesión no se trata de nombrar nuevos apóstoles o pontífices, sino de entregar el mismo mensaje de salvación de generación a generación en la Iglesia de Cristo. No habría forma de seguir esa sucesión apóstolica hasta hoy.

4. No hay evidencia en las Escrituras que muestren que Pedro tuvo una autoridad única, diferente, o superior a la de los otros once apóstoles. Aún si entendiéramos que Mateo 16:18 enseña que Jesús prometió que la Iglesia sería edificada sobre Pedro (y no simplemente sobre su confesión), el hecho es que Jesús solo hace tal promesa en vista de la confesión de Pedro. Pedro sería fundamental a la Iglesia primitiva, pero también lo serían los otros Apóstoles (Ef. 2:20), puesto que ellos también confesaron a Jesús como Cristo (Mat. 16:15-16). Además, el poder de las llaves fue extendida a todos los apóstoles en Mateo 18:18 y Juan 20:23 (4:363). El retrato de Pedro en el resto del Nuevo Testamento nunca es de un hombre a quién se la ha dado (o quién pretende que ha sido dado) autoridad sobre la Iglesia entera (Gal. 2:6, 9). Él es enviando junto con Juan a Samaria por los otros apóstoles (He. 8:14). Nunca es mencionado como el príncipe de los apóstoles (1 Co. 12:28; Ef. 4:11; Ap. 21:14) y se refiere a sí mismo mansamente como un anciano (1 Pe. 5:1, 3).

SM: No hay nada en las Escrituras que nos muestre que Pedro sea de cualquier modo superior a los otros apóstoles o ancianos. De hecho, el simple hecho de considerarse “superior” a los demás va en contra del modelo bíblico de obispado, y aún más del evangelio.

5. Aún si Pedro hubiera sido otorgado una autoridad única sobre la Iglesia (lo cual no es cierto), esto todavía no establecería la primacía del obispo de Roma. Para que el entendimiento Católico del papado sea verdadero, (1) Pedro tuvo que haber pasado más de 20 años en Roma, (2) tuvo que haber sido un Obispo allí y Primado sobre toda la Iglesia, y (3) tuvo que haber transferido de manera intencional la autoridad en estos dos oficios (Obispo y Primado) a Lino. En las cartas de Pablo a Roma, y en sus varias cartas escritas desde Roma, no hay ninguna mención del ministerio de Pedro allí, mucho menos un ministerio pontificio. De acuerdo a los documentos más antiguos de la Iglesia primitiva, la iglesia en Roma fue gobernada por una facultad de presbíteros, no un episcopado monárquico (4:365). No fue hasta la mitad del segundo siglo que comenzó a circular la leyenda del largo ministerio de Pedro en Roma, una leyenda la cual Eusebio y Jerónimo luego establecerían como una parte definitiva de la tradición romana (4:365-66).

SM: La fe protestante es una fe histórica. Entonces, si los hechos históricos no emparejan con las enseñanzas o tradiciones de alguna iglesia, esas enseñanzas deben ser refutadas. No podemos ignorar la falta de evidencia histórica de que Pedro haya sido genuinamente el “primer Papa” en Roma.

6. La premisa de que la Iglesia Católica encabezada por un pontífice en Roma descansa sobre un entendimiento de la historia que en su mejor caso está llena de suposiciones insostenibles. Como Bavinck muestra una y otra vez, si la primacía del obispo romano es verdadero, entonces debemos demostrar que Pedro paso décadas en Roma, que mantuvo el oficio de Obispo y Primado, y que luego transfirió deliberadamente este oficio a su sucesor en Roma. Pero la tradición eclesiástica dice que Pedro nombró supervisores en otras ciudades además de Roma. ¿Cómo sabemos, si transfirió autoridad suprema a cualquier obispo, que quiso transferir el Primado a Roma? Y si transfirió tal poder, ¿donde está la evidencia histórica de tal sucesión? ¿Y con qué autoridad lo hizo? “Debe haber una ley divina que sustenta esta estructura episcopal y papal”, nota Bavinck. “Pero aquí es donde el argumento se desarma: no existe tal ley. Cristo nunca dijo una palabra sobre el episcopado de Pedro en Roma ni sobre su sucesor. Pedro no ha —ni de acuerdo a las Escrituras, ni a la tradición— dado a entender que el obispo de Roma sería su único y verdadero sucesor. El enlace entre el Primado y el episcopado romano es entonces basado únicamente sobre el hecho de que Pedro si paso tiempo en Roma y la suposición ahistórica de que mantuvo el oficio de Obispo y Primado allí” (4:367). Al ver que el fundamento completo y la autoridad única de la Iglesia Católica Romana está improvisada en una historia tan dudosa no es sorprendente que Bavinck comenta, “Aquí, la eternidad cuelga de una telaraña”.

SM: Bavinck no lo pudo haber dicho de mejor manera. La teología del Papado pone una carga demasiada pesada sobre un cimiento demasiado débil.

El simple hecho es que la cabeza de la Iglesia no es un Papa, ni un apóstol, sino Cristo (Col. 1:18). Él tiene toda la autoridad (Mt. 28:18). Él es el líder perfecto, el mensaje completo, y el mejor modelo de misericordia y amor que jamás podremos encontrar. Ningún hombre es digno de estar en una posición elevada sino solo el Dios hecho hombre: Cristo Jesús.

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