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2 Crónicas 5:2 – 7:10   y   Mateo 9 – 10

No obstante, atiende a la oración de Tu siervo y a su súplica, oh Señor Dios mío, para que oigas el clamor y la oración que Tu siervo hace delante de Ti.
(2 Crónicas 6:19)

Hace un tiempo estuve tentado en adquirir un seguro de vida. Las ofertas eran espectaculares y conocí a un par de vendedores con una capacidad de convencimiento tal, que dejarían en último lugar al más locuaz y categórico de los políticos. Pero el problema se presentaba cuando se trataba de explicar los pequeños “detalles” detrás de esos seguros. Allí es cuando empiezan a aparecer letras chicas, códigos ininteligibles, cláusulas que parecen jeroglíficos egipcios y demás artimañas legales y comerciales que no nos dejan más que el camino de la fe ciega al momento de firmar una póliza de seguros con la cual ya no estamos tan seguros.

Recuerdo uno de los folletos publicitarios que recibí para informarme. Ofrecía seguros de salud con reembolso del 100% de gastos médicos y hospitalarios… ¡guau!, dije yo, esto es lo que quiero… Pero al final decía: “[El reembolso ocurre] después que opere su sistema de salud, con topes y deducibles de acuerdo al plan contratado” ¡Hmm!, ¿y esto que significa? Ya no era tan seguro como parecía. Bueno, no era la única opción. Vamos con la segunda oferta. Esa parece mucho mejor: un seguro de accidentes.  Millones si es que muero accidentalmente y 10 años de sueldo para mi querida esposa. ¡Nada mejor! Sigo leyendo para saber un poco más, y allí aparecen las consabidas letras chiquititas: “El seguro se rige por XLY 09765K y sus condiciones particulares”. ¿x… cuánto? ¿Qué condiciones particulares? Creo que voy a tener que modificar un dicho popular muy conocido que ahora podría decir así: “Para comprar un seguro y comer pescado… hay que tener mucho cuidado”.

Muchas personas consideran que embarcarse en una relación espiritual de confianza en Dios es como comprar un seguro. Tienden a verlo como una serie de ofertas variadas, cuya publicidad suele mostrar gente feliz, sonriente, y cálida que parecieran ser muy convincentes, pero poco confiables. ¡Cómo nos cuesta llegar a confiar plenamente en lo ofrecido!

El pensar de esa manera no nos permite entender que una de las “pólizas” más seguras de parte de Dios al ser humano es la posibilidad de que Él tome nuestros asuntos en sus manos, si es que nosotros se los llevamos a Él por completo en oración. Los cristianos sabemos que levantar una oración no es sólo repetir palabras que se las lleva el viento y calman la conciencia, sino que se trata de dejar en las manos de un Dios Todopoderoso y fiel todo asunto que deseamos que cambie dramáticamente.  Lamentablemente, no todos usan esta preciosa póliza divina. Yo conocí a una señorita que no quería pedirle al Señor un novio porque temía que el Señor se lo mandara bien feo; y también sé de otra persona que decía que lo único que bastaba era decirle al Señor “Ya tú sabes” para que la oración esté completa (total, Dios es Omnisciente, decía). No, el Señor no tiene letra chica en sus pólizas cuando dice que le podemos pedir. Él nos abre el corazón por completo y desea que nosotros también hagamos lo mismo.

Salomón estaba inaugurando el Templo por tanto tiempo esperado. Su característica más notable es que sería conocida como una Casa de Oración, cuya póliza no tendría ningún tipo de letra chica. Así lo expresa Salomón: “Y escucha las súplicas de Tu siervo y de Tu pueblo Israel cuando oren hacia este lugar; escucha Tú desde el lugar de Tu morada, desde los cielos; escucha y perdona… También en cuanto al extranjero que no es de Tu pueblo Israel, cuando venga de una tierra lejana a causa de Tu gran nombre y de Tu mano poderosa y de Tu brazo extendido, cuando ellos vengan a orar a esta casa, escucha Tú desde los cielos, desde el lugar de Tu morada, y haz conforme a todo lo que el extranjero Te pida, para que todos los pueblos de la tierra conozcan Tu nombre…” (2 Cro. 6:21,32-33a).

Además de que todo hombre o mujer pueda presentar delante del Señor sus peticiones, también es importante saber que Dios no pone barreras ni obstáculos a todo al que se acerca a Él con confianza. El pueblo de Israel podía ir derrotado, en falta, necesitado, enfermo, entristecido o angustiado, y encontrar en el Señor atención y respuesta para obtener la esquiva victoria, el perdón, el abrigo, la salud y la alegría perdida. Lo importante es saber que el Señor no excluirá a nadie que con sinceridad levante una plegaria: “toda oración o toda súplica que sea hecha por cualquier hombre o por todo Tu pueblo Israel, conociendo cada cual su aflicción y su dolor, y extendiendo sus manos hacia esta casa, escucha Tú desde los cielos, el lugar de Tu morada, y perdona y da a cada uno conforme a todos sus caminos, ya que conoces su corazón (porque sólo Tú conoces el corazón de los hijos de los hombres)…” (2 Cro. 6:29,30).

Jesucristo nunca puso reparos a las personas que supieron abrir su corazón doliente ante Él. Nadie, por más derrotado, sucio o débil que estuviera sería rechazado por el Señor. Los evangelios funcionan como una bitácora que nos muestra los movimientos y los dilemas que el Señor tuvo que enfrentar día a día mientras estuvo entre nosotros. Por ejemplo, en un solo día Él escuchó las peticiones de un padre que lloraba la muerte de su hija, la de una mujer que avergonzada por su enfermedad sólo deseaba tocar el manto del maestro para obtener sanidad, y la de un par de ciegos que en medio de su propia oscuridad clamaban por ver nuevamente. Ninguno de ellos fue tomado en menos, ninguno fue desatendido. El Señor acompañó al hombre adolorido a su casa y levantó de entre los muertos a su querida hija. La mujer no necesito tocar siquiera el manto de Jesús porque Él percibió su petición íntima y “…volviéndose y viéndola, dijo: ‘Hija, ten ánimo, tu fe te ha sanado’. Y al instante la mujer quedó sana” (Mt. 9:22). Y los ojos de los ciegos fueron abiertos conforme al pedido angustioso que le hicieron a Jesús. Ninguno de ellos hizo más que pedir con todo el corazón. A ninguno se le pidió un cheque en blanco, un expediente limpio o una demanda a futura escondida bajo letras chicas. Sólo clamaron con todo el corazón y Dios los escuchó y les respondió con la misma intensidad con la que ellos pidieron.

Jesucristo sigue siendo el gran mediador entre Dios y los seres humanos. Ya no necesitamos ir a un templo o a un lugar especial para ser oídos por Dios. No necesitamos mediadores humanos, frases religiosas o letanías convincentes, pero si debes saber que Jesús es Dios hecho hombre, el Gran Salvador, aquel que se hizo como uno de nosotros para darnos perdón de pecados y vida nueva a través de lo que hizo en la cruz del calvario. Y como Él no hay otro, ni habrá otro. No hay ofertas ni alternativas de salvación. Solo Jesucristo es el único Salvador. Si lo dicho hasta ahora todavía no te convence, quizás sus propias palabras te sean útiles para empezar a confiar en Él:

 “¿No se venden dos pajarillos por una monedita? Y, sin embargo, ni uno de ellos caerá a tierra sin permitirlo el Padre. Y hasta los cabellos de la cabeza de ustedes están todos contados. Así que no teman; ustedes valen más que muchos pajarillos” (Mt. 10:29-31).

Todo seguro siempre pone condiciones y eleva la prima cuando el riesgo es mayor. No así Jesucristo. No hay cláusulas adicionales ni alternativas secretas inferiores, solo es entregarle a Jesucristo toda nuestra vida porque Él desea ser nuestro mejor seguro, no solo en esta vida, sino también en la venidera. 

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