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Él esperó a que dejara de revisar el manuscrito de mi sermón antes de que comenzara el servicio. Tan pronto como vio una oportunidad, preguntó: “¿Todavía se pone nervioso antes de predicar?”

Le contesté enfáticamente con una sola palabra: “¡Absolutamente!”

Él estaba realmente sorprendido por mi respuesta. Se podría suponer que aquellos que han predicado durante mucho tiempo o que predican regularmente eventualmente llegan a un punto donde ya no se ponen nerviosos cuando van predicar. Pero incluso aquellos hábiles, preparados, y experimentados predicadores se ponen nerviosos a la hora de predicar. Y si no lo hacen, deberían.

Tal vez la respuesta más precisa a la pregunta de mi hermano sobre la predicación sería: “Sí y no”.

Un predicador sin preparación fue al púlpito pidiendo al Señor que le hablara. Al ponerse de pie para predicar, el Señor le habló y le dijo: “¡Usted debería haber estudiado!”. Después de escuchar esa historia, determiné que no quiero que el Señor me hable en el púlpito. Quiero asegurarme de que estamos en la misma página antes de que me ponga de pie para predicar.

Un predicador preparado y de oración puede pararse a predicar con confianza. Por supuesto, el predicador no debe ser orgulloso, como si él hubiera dominado la Escritura, estuviera a punto de dar el mejor sermón del mundo, o pudiera determinar el resultado del mensaje. Pero si usted ha hecho su tarea en el texto, escribió claramente, y cubrió el mensaje con oración de fe, puede y debe ir al púlpito con confianza.

Después de haber hecho todo lo que puede hacer, confíe en que Dios hará todo lo que usted no puede hacer. Usted debe dar a Dios lo mejor al preparar un sermón, para que pueda subir al púlpito con humilde confianza. Pero eso todavía no le liberará de un verdadero sentido de temor mientras se prepara para predicar.

Sin importar lo bien que me haya preparado, no puedo escapar la realidad de que el sermón está condenado al fracaso si el Señor no me ayuda. Eso crea un saludable sentido de nerviosismo, incluso de necesidad, mientras me acerco al momento de predicar. Esta es una de las razones por las que normalmente oro públicamente antes de que comience el mensaje. Por lo general, no puedo quitar mis ansiedades previas al sermón hasta que haya orado.

Más allá del mensaje en sí, el predicador debe sentir el peso de su deber y el privilegio de predicar la palabra de Dios. La predicación cristiana no es una “charla”. Es un llamado a la salvación desde el único bote salvavidas a pasajeros náufragos en aguas turbulentas. No somos “gurús de estilo de vida”, ofreciendo a las personas buenos consejos, sugerencias útiles, o discursos motivacionales. Somos heraldos asignados para declarar el mensaje del Rey. Este encargo divino debe ponerte nervioso para hablar la palabra verdadera, clara, y sin rodeos.

Mientras uno de los ministros asociados de mi padre se preparaba para predicar, confesó que estaba muy nervioso. “Bien”, fue la respuesta de mi padre. “Y cuando deje de ponerse nervioso antes de predicar, debe dejar de predicar”.


Publicado originalmente en H.B. Charles, Jr. Traducido por Johanna da Veiga.
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