¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

Esdras 5 -7 y Marcos 3 – 4

Zorobabel, hijo de Salatiel, y Jesúa, hijo de Josadac, se levantaron entonces y comenzaron a reedificar la casa de Dios en Jerusalén; y los profetas de Dios estaban con ellos apoyándolos.

(Esdras 5:2)

¿Habían escuchado antes la palabra “resiliencia”? Su significado llegó a mis ojos hace unos años atrás a través de un artículo periodístico de una querida amiga boliviana. Ella dice: “La resiliencia es la capacidad de un sistema de restablecer sus condiciones, cada vez que éstas son perturbadas. Funciona a través de mecanismos de ajuste y límites; así, dentro de los límites, los mecanismos actúan para recuperar las condiciones previas a la perturbación…”.

La naturaleza tiene mecanismos que le permiten recuperar sus condiciones, así como también el cuerpo humano los tiene: “… el sistema que procesa sustancias tóxicas en el hígado y las expulsa vía lágrimas, orina o sudor; el sistema linfático que recurre a los glóbulos blancos para combatir virus que ingresan al organismo; o el sistema enzimático, que permite una regeneración acelerada de células para reemplazar células dañadas… En el campo de la psicología se define la resiliencia como la capacidad de enfrentar adaptativamente un evento negativo, y de recobrarse del impacto en forma rápida y total. En este caso, la serotonina y la adrenalina, entre otras, actúan para mitigar tensiones en el individuo…”.

Ahora que estamos ya bien entrados en el siglo XXI es triste experimentar el grado de deterioro, violencia y polarización social y político que estamos enfrentando en estos días por todo el mundo. Ante todos ellos no podemos ser simplemente observadores pasivos del dolor y la incertidumbre, sino que sabemos que, de alguna manera, tarde o temprano, todos ellos tendrán consecuencias sobre nuestras vidas y la de nuestras familias.

No hay duda que esos eventos nos llevarán a poner a prueba todos nuestros posibles mecanismos de restauración. Sin embargo, no se trata solo de aplicar una resiliencia física o anímica, sino descubrir una poderosa y verdadera resiliencia espiritual que es producto de nuestra relación íntima con Jesucristo, quien puede levantar aun a los muertos de sus tumbas… ¡Tamaña Resiliencia Espiritual!

En Jerusalén habían pasado 85 años desde que la ciudad fue destruida y 15 años desde que el intento de reconstrucción del templo fue frustrado violentamente por los enemigos del pueblo de Dios. Sin embargo, el Señor empezó a trabajar un proceso de resiliencia espiritual que permita restablecer las condiciones previas a la perturbación y el estancamiento de la obra.

¿Cómo opera el principio de Resiliencia espiritual? Lo primero que hace el Señor es enviar a sus mensajeros con su Palabra poderosa y transformadora: “Cuando los profetas Hageo y Zacarías, hijo de Iddo, profetizaron a los Judíos que estaban en Judá y en Jerusalén, en el nombre del Dios de Israel que estaba sobre ellos…” (Es. 5:1). Esta inyección de vitalidad y de esperanza a través del mensaje alentador y confrontador del Dios de Israel surtió un efecto inmediato. El texto del encabezado nos habla que los judíos respondieron al llamado de Dios y pusieron manos a la obra. Justamente la resiliencia espiritual de parte del Dios soberano no sólo ofrece  consuelo ante el fracaso, sino vitalidad de lo alto para vencerlo.

Todo lo que durante años le pareció a los judíos infructuoso e inútil, se convirtió luego del mensaje del Señor en una posibilidad inminente. Esto se debe a que nunca un proceso de reconstrucción puede ponerse en marcha olvidando a la fuente directiva de la vida.

Cuando los enemigos de Israel le pidieron cuenta a los trabajadores, ellos dijeron: “Somos los siervos del Dios del cielo y de la tierra, y estamos reedificando el templo que fue construido hace muchos años, el cual un gran rey de Israel edificó y terminó” (Es. 5:11). Esta obediencia práctica a la exhortación de Dios hizo que la resiliencia espiritual surtiera su efecto revitalizador: “Y los ancianos de los Judíos tuvieron éxito en la edificación según la profecía del profeta Hageo y de Zacarías, hijo de Iddo. Y terminaron de edificar conforme al mandato del Dios de Israel y al decreto de Ciro, de Darío y de Artajerjes, rey de Persia” (Es. 6:14).

¿En dónde radica la fuente de la resiliencia personal? Está en Jesucristo. Él puede llegar a ser el bombero, salvavidas, socorrista, policia y paramédico que la tragedia personal demanda para su reconstrucción. Jesús no se intimida con nuestros enemigos, no se cansa, no se distrae, ni tampoco anda a ciegas buscando sobrevivientes. Cuando desarrolló su ministerio terrenal hasta las fuerzas de la naturaleza se le sujetaron cuando sus discípulos le clamaron ante el temor del mar embravecido: “Jesús se levantó, reprendió al viento y dijo al mar: ‘¡Cálmate, sosiégate!’ Y el viento cesó, y sobrevino una gran calma” (Mc. 4:39).

La gente que vivía a su alrededor lo buscaba incesantemente para lograr la tan ansiada resiliencia que los levantara de sus propias postraciones: “Y dijo a Sus discípulos que tuvieran lista una barca para El por causa de la multitud, para que no Lo oprimieran; porque El había sanado a muchos, de manera que todos los que tenían aflicciones, para tocar a Jesús, se echaban sobre El” (Mc. 3.9-10).

Hoy, como ayer, es posible dejar el pesimismo de la destrucción por la confianza de la restauración. Jesucristo ha trabajado en situaciones de emergencia desde que nuestro mundo es mundo… ¿Habrá alguien más experimentado al cual recurrir? El mayor acto de resiliencia que Él puede hacer en tu vida es levantarte de tu propia muerte espiritual y ofrecerte una nueva vida a través del sacrificio que Él hizo por ti en la Cruz del Calvario.

Foto: Lightstock
Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando