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Nota del editor: 

Esta es la primer parte de una serie titulada “Rescatando la ambición en el trabajo”.

Hace algunos años escribí el libro Rescuing Ambition (Rescatando la ambición) e hice un llamado a su rescate. Quería remover la ambición del resto de las motivaciones fallidas y ponerla a trabajar para la gloria de Dios. Quería que los cristianos se dieran cuenta que para poder comprender nuestra ambición tenemos que entender que estamos en una búsqueda de gloria. El éxito es determinado por medio de las cosas en las que encontramos gloria. Desde que escribí ese libro, muchos sugirieron que hablara sobre cómo Dios diseñó que funcionara la ambición en el trabajo y en el llamado de cada día. Lo que sigue es solo eso, una parte de una serie sobre el rescate de la ambición en el trabajo.

“Si pudieras decirles una cosa a los cristianos, ¿cuál sería?”

Esa fue la pregunta que le hice a un amigo, un CEO exitoso de varias empresas durante muchos años en el mercado. En cuatro décadas de liderazgo, él ha visto cristianos de todo tipo, forma y tradición en el lugar de trabajo. Y para decirlo sin rodeos, no estaba sorprendido.

Mirándome a los ojos, me dijo: “Les diría que está bien que los cristianos compitan en el mercado”. Luego explicó que la manera en la que los cristianos han llegado a entender la piedad parece arrebatarles la motivación del desempeño.

Los cristianos han llegado a ser tan modestos que aspiran a muy poco. La humildad estaba sofocando la ambición. Y en sus mentes eso era bueno, porque la ambición para ellos es mala.

Mi amigo CEO estaba dando un punto muy importante. La idea de ambición —de perseguir la gloria, apreciar grandes sueños, y trabajar duro para alcanzarlos— se siente incómoda para los cristianos en el mercado. Tal vez eso sea porque en la conversación cultural, la ambición a menudo tiene una mala reputación. La ambición causa sospecha. Encubre esos lugares obscuros en el alma donde la agresión, el orgullo, la frialdad, y la competencia calculadora crece y se empeora. La ambición está insaciablemente hambrienta de dinero, poder y prestigio. Siempre queriendo más y nunca satisfecha. O eso parece.

Todos conocemos a “esa persona”. De hecho, oramos que no nos convirtamos en “esa persona”. Ya sabes, el jefe duro de manejar, el compañero de equipo que siempre quiere ganar a toda costa, el supuesto amigo que usa la gente para subir en la escala social. Shakespeare lo resumió así: “Te mando, arroja la ambición: Por ese pecado, cayeron los ángeles” [1].

¡Adiós ambición, hola felicidad! ¿Verdad?

No estoy tan seguro.

Pero creo que mi amigo tiene razón. Cuando se trata de los cristianos en el trabajo, la ambición necesita ser rescatada.

¿Rescatada de qué?

Rescatada del egoísmo

En su forma más sagrada, la ambición es simplemente el deseo de utilizar nuestros dones para la gloria de Dios. Hay un deseo natural en nosotros de crear y producir de una manera que refleja al Creador mismo. En Génesis 1-2, se nos manda a ser fecundos y multiplicarnos: llenar la tierra, someter la tierra, tener dominio sobre la tierra. Antes de la llegada del pecado, Adán actuaba en armonía con la forma en la que fue creado: trabajando en el jardín, iniciando un trabajo fructífero, aplicándose a sí mismo a la creación ante la presencia de Dios. La ambición era originalmente noble, ya que expresaba un instinto para producir para la gloria de Dios.

Si quieres encontrar la fórmula bíblica para la ambición en los negocios, puedes comenzar con el mandato de la creación: deseo de trabajar duro, capacidad de innovar, visión para contsruir. Todo está allí en la fundación de la creación. Las personas creadas a la imagen de Dios deben estar interesados en el mundo de los negocios. Entonces, ¿dónde está el problema?

La ambición fue corrompida en la caída. El corazón de Adán fue contaminado; se infectó con un deseo profundo de ser “como Dios” (Génesis 3:5). La gloria de Dios fue destituida por buscar la gloria personal. La ambición se convirtió en egoísta. Y esa ambición fue la que fue pasada a nosotros. Nuestra ambición natural ya no busca glorificar a Dios o reflejarlo. Queremos reemplazar a Dios y ponernos nosotros en el trono. ¿Cómo podemos ser tan tontos para pensar que podemos destituir a Dios? Pero esa es la corrupción de la ambición.

Cuando la ambición busca su propia realización, ya sea en los negocios o la vida, deja de producir lo que estaba destinada a producir. Se convierte en el lenguaje del libro de Santiago, “ambición personal,” produciendo “confusión y toda cosa mala”. Pero el evangelio no solo nos rescata a nosotros mismos, sino que también rescata nuestras ambiciones. Volvemos a encontrar la alegría de vivir para la gloria de Dios y para el bien de los demás. Nuestro trabajo, innovación y visión son invertidos para el beneficio de este mundo y el más allá.


[1] Shakespeare, Acto 3 el Rey Enrique VIII, Escena 2.
Publicado originalmente en Am I Called? Traducido por Yajaira Marmolejo. Crédito de imagen: Lightstock
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