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Ella camina detrás de la multitud, sin estar segura de si debería acercarse. La multitud la abruma. No puede ver lo que él hace, a dónde va, ni oírle hablar.

Ha escuchado las cosas que dicen de Jesús, cosas asombrosas. Sanidades, exorcismos, milagros. Y ella necesita un milagro. Han sido doce años; doce largos años en que su propia sangre vital se escapa de ella. Y no solo eso, sino también sus ahorros, posesiones, fuerza, y la esperanza de que algo cambie.

Ahí, de pie delante de ella, está aquel de quien dicen es un hacedor de milagros, un creador de cambios, aquel que puede hacer que lo imposible suceda… o deje de suceder. 

Escucha a un hombre decir que Jesús está de camino para sanar a la hija de alguien. “Así que tengo solo esta oportunidad”, piensa ella. “Si toco sus vestidos, seré sana”.

Aunque Jesús es la persona que ella ha estado esperando, no lo sabe aún. Y se niega a perder su oportunidad.

Reúne todo su coraje y fuerzas, aprieta el paso, y se escabulle entre la multitud. Finalmente le alcanza, extendiendo su brazo para tocar su manto.

¿Quiere Él sanarme?

Nos encanta esa historia bíblica. Es una historia de fe, audacia, y poder. Nos recuerda que nada es imposible para Dios, que nadie está fuera del alcance del amor y cuidado de Jesús, y nos recuerda que Jesús sana.

Pero siendo honestos, las historias de Jesús sanando a los enfermos, ciegos, y cojos pueden hacer que nos preguntemos: ¿Por qué Jesús no me ha sanado? Todos tenemos dolencias, incluso si no son físicas. Relaciones rotas, promesas rotas, sueños rotos. Nos sentimos como la mujer que duda entre la multitud, y no tanto como la mujer sanada al tocar sus vestidos.

Nos preguntamos si Jesús quiere sanarnos. Y como no lo ha hecho, suponemos que ya tenemos nuestra respuesta. 

Pero hay más en esta historia de lo que parece. ¿Quiere Jesús sanarte? Lee la historia de nuevo, y ve.

La sanidad es un cuadro

Jesús le dice a la mujer: “Hija, tu fe te ha sanado; vete en paz y queda sana de tu aflicción” (Mar. 5:34). Su respuesta a nosotros es la misma si llegamos a Él en fe; pero nuestra “enfermedad” más profunda es diferente de lo que podemos pensar.

Necesitamos ser sanados de un alma enferma de pecado.

La sanidad física de la mujer ilustra la sanidad espiritual que Jesús realiza en todos los que confían en Él y le siguen. “Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de Sus beneficios, Él es el que perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus enfermedades”, escribe David en el salmo 103. Las sanidades milagrosas de Jesús son realidades físicas que retratan una espiritual: el perdón de pecados para aquellos que, de otra manera, perecerían.

¿Quiere Jesús sanarte? Sí, y está asegurado: Por sus heridas has sido sanado (1 Ped. 2:24).

La sanidad es una promesa

La respuesta de Jesús a la mujer también prevé nuestro futuro eterno, una sanidad final mediante la restauración perfecta del cuerpo, la mente, y el alma, cuando Jesús regrese y renueve todas las cosas. Lo que Dios ha hecho por medio de milagros en el pasado, lo hará en nuestro futuro celestial. 

“El enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor” (Apoc. 21:4). Tampoco habrá enfermedad, ni necesidad de curación. La mujer tocó la vestidura de Jesús, pero nosotros estaremos vestidos con su manto de justicia, para siempre (Apoc. 7:9; ver Isa. 61:10).

¿Quiere Jesús sanarte? Sí.  Y lo hará. Para los que temen su nombre, el sol de justicia se levantará con la salud en sus alas (Mal. 4:2). Un nuevo día está por llegar. Tu sanidad es una promesa. 

La sanidad es una posibilidad

Jesús decide sanar a la enferma, y ​​Jesús puede decidir sanarte. Ahora mismo, mañana, o en unos cuantos años; Jesús tiene la capacidad y la libertad de declarar: “Sé sano de tu enfermedad”. Puede sanar y lo hace. Las células cancerígenas se desvanecen sin explicación lógica. Los matrimonios sin vida son restaurados. Una esposa infértil tiene un hijo. Así como la mujer con hemorragia extendió su mano para tocar a Jesús, podemos extendernos hacia Él hoy.  

¿Llegaremos a Él atrevidamente como ella? ¿Confiaremos en Él con cosas así? ¿Confiaremos en que hará lo mejor, de acuerdo a su sabiduría y a su tiempo, y no al nuestro, para que su gloria se manifieste en nosotros, sea que nuestras peticiones se concedan o no?

Sin importar el qué

Acerca de un ciego, Jesús dijo: “Ni éste pecó, ni sus padres; sino que está ciego para que las obras de Dios se manifiesten en él” (Jn. 9:3). Las “obras de Dios” pueden incluir la sanidad física ahora, pero ciertamente incluyen la sanidad del pecado, y finalmente, la sanidad para siempre de un cuerpo quebrantado.

¿Quiere Jesús sanarte? En esta vida, es posible que lo haga. Como la mujer de nuestra historia, tenemos libertad de acudir a Él con temerosa expectación, creyendo que Él puede, sabiendo que al final lo hará, y confiando en Él con calma, sin importar el resultado. 


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Manuel Bento.
Imagen: Lightstock
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