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Frecuentemente procuro recordar que mi congregación no es la única iglesia en el mundo, sino solo una pequeña parte de la Iglesia universal de Cristo Jesús. Desgraciadamente, a veces actuamos como si tuviéramos la completa expresión de la gracia de Dios. Y cuando pensamos en otras congregaciones, identificamos rápidamente sus deficiencias.

Los años en el ministerio, y la oportunidad que Dios me ha dado de visitar tal vez un centenar de congregaciones diferentes, me ha permitido ver la multiforme gracia de Dios en su amada Iglesia (1 Ped. 4:10). Aquí expongo algunos beneficios que encontramos al visitar otras iglesias.

Ser conscientes de la diversidad

Visitar congregaciones diferentes me ha enseñado a caminar en humildad. No somos tan especiales como creemos. Lo que recibimos es por la gracia de Dios.

He conocido iglesias rústicas que se reúnen bajo un simple tejado de lámina. Cantan sus alabanzas a capela, se sientan en bancos de madera con niños inquietos en su regazo, y escuchan la Palabra con un hambre y deseo que avergüenza a los que en la comodidad de sus instalaciones batallan para mantenerse despiertos.

También he visitado iglesias que me asombran con sus adelantos tecnológicos, su variedad de ministerios, la abundancia de dones, y extraordinaria creatividad. Me da la impresión que nada les falta. Pero me impacta recordar la generosidad de la gente que me ha hospedado, su fe sincera en Cristo Jesús, y el deseo de conocer cómo podrían ayudar a los hermanos en nuestra iglesia. En otras palabras, me doy cuenta que lo principal no es el lugar, ni el conocimiento, ni la cantidad de dones, sino que he encontrado a Cristo en todo tipo de congregaciones que predican el evangelio.

La diversidad de la Iglesia es impresionante. Algunos son más exuberantes en su adoración; otros más serios. Algunos enfatizan más el estudio, mientras otros apuntan más a la evangelización. Algunos son atrevidos en oración, otros son cuidadosos en la planificación. Muchos se identifican abiertamente como reformados y confesionales, otros no tanto. Cada iglesia sana tiene fortalezas y debilidades, pero en todas se ve la obra de Cristo. Y esto es fundamental para mantener una perspectiva correcta acerca de nuestra propia congregación.

Donde quiera que voy aprendo algo de mis hermanos. No sé por qué el Señor se place en dar a unos más que a otros, pero no hay iglesia verdadera que no haya recibido una medida de su gracia. Nos necesitamos unos a otros.

Al final, es Cristo mismo quien edifica su Iglesia y Él da a cada miembro de su cuerpo conforme a la bondad de su propósito perfecto. Hay diferentes medidas de gracia (Ef. 4:7), y debemos aprender a identificar la evidencia de esa gracia en los demás en lugar de enfocarnos en sus faltas. El Señor sabe por qué a ellos no les ha dado lo que a nosotros. Pero si, como Bernabé al llegar a Antioquía, procuramos ver esas evidencias de la gracia, podremos gozarnos glorificando al Señor de la Iglesia, y alentar a los hermanos para que permanezcan fieles a lo que han recibido (Hch. 11:21-24).

Entender las esferas de influencia

Es importante visitar otras congregaciones porque necesitamos identificar la esfera de influencia que el Señor ha designado a cada quien (2 Cor. 10:13). El apóstol Pablo procuraba mantenerse dentro del límite que Dios le había asignado (2 Cor. 10:12-18). Esto es admirable, ya que sabemos que su esfera era muy amplia.

Hay personas que se sienten con el derecho a juzgar y criticar a otros en esferas que no les corresponden. Se miden y se comparan consigo mismos (2 Cor. 10:12), y terminan alabándose mientras critican a otros. Esto es evidencia de inmadurez y orgullo espiritual, y aún más, de no conocer cómo opera la gracia de Dios. Es muy atrevido juzgar a otros sin conocerlos, y sin primero tener la oportunidad de verificar la evidencia de la gracia de Dios en ellos. Debemos tener temor y humildad cuando miramos a otras congregaciones y ministerios. Unos tienen más que nosotros, y otros menos. Pero tengamos cuidado, no sea que al juzgarles terminemos ofendiendo al Señor de toda gracia.

El otro peligro de la comparación es que podemos caer en la trampa de querer imitar o reproducir el fruto que vemos en otros lugares. No solo Dios designa esferas diferentes, sino que derrama Su gracia en medidas diferentes (Rom. 12:3; Ef. 4:7). Olvidarnos de esto nos puede llevar a querer reproducir algo que no se nos ha dado a nosotros. Por ejemplo, todos podemos aprender y beneficiarnos de grandes maestros que en la actualidad sirven al cuerpo de Cristo mundialmente, como lo son Piper, MacArthur, Sproul, Keller, o Washer. Pero debe ser obvio que, aunque muchos hemos sido llamados a predicar o enseñar a otros, no tenemos la misma medida de gracia que se les ha concedido a ellos.

Al ver en otras iglesias el avance, logros, y frutos, debemos ser prontos en acreditar todo eso a la gracia de nuestro Dios. Nuestra admiración y gratitud debe dirigirse al Dios que distribuye conforme a su voluntad y propósito. Podemos aprender en humildad lo que Dios ha hecho en ellos, y volver a nuestras congregaciones para mejorar lo que Dios nos ha dado a nosotros. No se trata de imitar un modelo, sino ser fieles al Señor y dueño de la cosecha.

Cuidar nuestro propio corazón

Cuando nos invitan a predicar en algún evento, naturalmente pensamos que es por nuestra capacidad como expositores. Tengamos cuidado. Deberíamos ser invitados debido a la fidelidad a la obra de Dios. No queramos enseñar a otros lo que no hemos enseñado a nuestras ovejas. Nuestras cartas de recomendación deben ser las vidas edificadas por la instrucción de la Palabra y el poder del Espíritu (2 Cor 3:1-3). Eso toma tiempo. No es fácil, ni automático, ni se logra solamente con ser un buen expositor.

Conozco un “pastor” que viaja a diferentes países de habla hispana predicando en iglesias locales y en conferencias. Pero tiene años que abandonó el ministerio pastoral. No es un pastor. No tiene ovejas. Quizá es un excelente expositor, pero si su enseñanza no está respaldada por una vida dedicada al servicio de las ovejas de Cristo, carece de autoridad espiritual que viene por los frutos de un ministerio fiel.

Esa tentación viene cuando uno es expuesto a los ministerios de grandes predicadores por internet. Una persona se ve a sí misma así: con una gran plataforma llena de aplausos. Es una tentación real que se siente al encontrar más aprecio en otros lugares que en nuestra propia congregación. Eso lleva a una actitud egocéntrica y quejumbrosa.

Para un joven pastor mi consejo sería: procura con diligencia ser encontrado fiel en lo que se te ha encomendado; no menosprecies los comienzos modestos  (Zac 4:10). Recuerda: si demuestras ser fiel en lo poco, el Señor te puede conceder ponerte sobre mucho (Mat 25:21; Luc 16:10). Nuestra ambición no debe ser llegar a ser un reconocido predicador. El único auditorio que debe importarnos es el de Aquel que está sentado en Su trono y a quien daremos cuenta de lo que se nos ha dado. Y seremos juzgados sobre nuestra fidelidad en la edificación y cuidado de las almas que se nos asignaron. Uno de los mayores privilegios que Dios puede conceder es llamar a un hombre a servir y cuidar por muchos años un pequeño rebaño de ovejas. Ese es un llamamiento supremo.

Aprender de los errores ajenos

Pablo le encarga a Timoteo que cuide de sí mismo y de la enseñanza (1 Tim 4:16). Recientemente conocí un pastor de una congregación grande que me relató su triste historia. El pastor fundador de su iglesia cayó en inmoralidad e insistió en regresar al ministerio después de unos meses. Por supuesto, la mayoría de los miembros se fueron. ¡Tengamos temor! No somos inmunes a caer así.

La iglesia de Jesucristo está conformada por todas las congregaciones locales alrededor del mundo. Busquemos colaborar con ellas y cumplir la misión como iglesia en el mundo. Debemos suponer que cada expresión local de la iglesia verdadera —por pequeña o grande, rica o pobre, capaz o limitada que sea— ha sido designada por Dios dentro de una esfera particular y como parte de su cuerpo universal, para contribuir a su propósito eterno.

Dejemos de pensar solamente en nosotros mismos como iglesia local. Si tenemos oportunidad, sirvamos a otros y aprendamos de ellos. Pero, un pastor nunca debe descuidar ni menospreciar lo más precioso que se le ha dado: el privilegio de servir una parte del rebaño que nuestro Señor Jesucristo ha comprado con su sangre. Es a Él a quien hemos de dar cuenta.


Imagen: Lightstock

 

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