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2 Crónicas 34 – 36 y Mateo 27 – 28

También se rebeló contra el rey Nabucodonosor que le había hecho jurar fidelidad por Dios. Pero Sedequías fue terco y obstinó su corazón en vez de volverse al Señor, Dios de Israel.
(2 Crónicas 36.13)

Hay historias periodísticas que se quedan en la mente producto del drama que las envuelve. Hace un tiempo leí en un diario español la triste historia de un policía que, en un acto poco claro, eliminó de un disparo a un joven deportista. Este policía había mantenido una carrera profesional intachable durante más de 23 años, tenía 30 felicitaciones oficiales por su trabajo, y era estimado por sus pares como buen amigo y hombre prudente. La víctima y el agresor no se conocían, aunque estaban pasando unos días finales y relajados de vacaciones en la misma localidad costera. Los sucesos que llevaron a la tragedia son muy confusos. El agresor, al entregarse a sus compañeros policías, dijo entre lágrimas: “He arruinado mi vida y la de la familia de ese chaval ”. Un error, un lugar equivocado, unas copas de más, algunas palabras fuera de lugar, y se desencadenan una serie de actos desenfrenados que desembocan en tragedia.

A todos no nos toca vivir una situación tan dramática como la que acabo de describir, pero, en esencia, también solemos caer en el oscuro precipicio de las contradicciones, los actos obstinados y las palabras fuera de lugar, que cuando se juntan, en un segundo se convierten en un inmenso alud que destruye a su paso todo lo que nos costó años edificar. ¿Alguna vez has caído en el precipicio de la obstinación destructiva?

Josías acabó abruptamente treinta y un años de un excelente reinado. Desde niño había manifestado una profunda sensibilidad y fidelidad espiritual, dedicó su vida entera a hacer las cosas BIEN (así con mayúsculas). Sin embargo, al final, y casi sin quererlo, se precipitó en una peligrosa intransigencia. El rey egipcio Necao había salido en campaña militar contra los pueblos cercanos al Eufrates, y Josías decidió intervenir sin que su nación realmente esté  en peligro. Necao lo invita a desistir usando a sus diplomáticos: “… diciéndole: ‘¿Qué tenemos que ver el uno con el otro, oh rey de Judá? No vengo hoy contra ti, sino contra la casa con la que estoy en guerra, y Dios me ha ordenado que me apresure. Por tu propio bien, deja de oponerte a Dios, que está conmigo, para que El no te destruya.’” (2 Cro. 35:21).

¿Has notado que siempre caemos por el precipicio cuando nos complicamos y perdemos el control de situaciones en la que nunca debimos involucrarnos? El policía español no debió haber salido con su pistola en una noche de diversión, el joven no debió haberse portado de manera grosera al ver que su contrincante tenía un arma… lamentablemente, el precipicio siempre aparecerá delante de nuestros ojos cuando ya hemos roto la barrera de contención.

¿Qué hizo Josías? “Sin embargo, Josías no quiso retirarse de él, sino que se disfrazó para combatir contra él. Tampoco escuchó las palabras de Necao que venían de boca de Dios, sino que vino a entablar batalla en la llanura de Meguido. Y los arqueros hirieron al rey Josías, y el rey dijo a sus siervos: “Llévenme, porque estoy gravemente herido.” Sus siervos lo sacaron del carro y lo llevaron en el segundo carro que él tenía, y lo trajeron a Jerusalén donde murió, y fue sepultado en los sepulcros de sus padres. Y todo Judá y Jerusalén hicieron duelo por Josías.” (2 Cro.35.22-24). Las posibilidades de salir inmune de una caída libre en un precipicio de obstinación, siempre serán mínimas.

Desde la muerte de Josías en adelante, la historia del reino de Judá va a ir de mal en peor. Joacaz, Joacim y Joaquín fueron reyes que vivieron las desventuras del destierro, el escarnio y la vergüenza personal y nacional. Sedequías intentó rebelarse contra Babilonia, pero lo hizo sin sabiduría y su fin fue terrible. Todos esos reyes estaban en una caída libre irreversible.

¿Cómo podemos detenernos para evitar caer en el precipicio de la obstinación? Pues debemos hacer algo sencillo que los protagonistas de nuestras historias no supieron hacer porque menospreciaron el consejo, se olvidaron de la prudencia, descartaron la sensatez, y se olvidaron que el Señor nunca se quedará callado y siempre tendrá algo sensato que decir cuando las cosas se empiezan a poner 'color de hormiga'. “El Señor, Dios de sus padres, les envió palabra repetidas veces por Sus mensajeros, porque El tenía compasión de Su pueblo y de Su morada. Pero ellos continuamente se burlaban de los mensajeros de Dios, despreciaban Sus palabras y se burlaban de Sus profetas, hasta que subió el furor del Señor contra Su pueblo, y ya no hubo remedio.” (2 Cro. 36:15-16). Quizás nunca podremos evitar las dificultades, pero si oímos con atención al Señor, siempre tendremos un freno de emergencia que impida que caigamos en el precipicio de la obstinación.

Un glorioso ejemplo de esto lo encontramos en la crucifixión y muerte de nuestro Señor Jesucristo. Una serie de sucesos funestos desencadenaron el acto más injusto de la humanidad al declarar culpable al Dueño del Universo. Los precipicios no se dejan esperar: Judas termina suicidándose atormentado por sus remordimientos; Pilato se deja seducir por su propia tranquilidad y popularidad antes que por la justicia; el pueblo olvida las palabras, el amor y las señales de Jesús y pide a gritos “¡Sea crucificado!” (Mt. 27:23b); los hombres religiosos le hacen escarnio en lugar de adorarle, y los que se consideraban fieles a él se avergonzaron de su maestro, le negaron y abandonaron.

Los seres humanos se precipitaron en su ofuscación hasta hacer que el cielo se llene de tinieblas y la tierra tiemble dolorosamente. Sin embargo, Jesús supo detener toda esta vorágine de violencia destructiva, hasta el punto de decirle a sus apóstoles un poco tiempo después de que todo parecía perdido: “… No teman. Vayan, avisen a Mis hermanos que vayan a Galilea, y allí Me verán.” (Mt 28:10). De seguro que ellos se hicieron muchas preguntas: “¿Que no temamos?… Pero si todo está destruido… ¿Todavía nos considera sus hermanos?… Pero si nos portamos peor que enemigos. ¿Nos va a permitir verle nuevamente?… Pero si nosotros le abandonamos cuando más nos necesitaba”. Si Él pudo detener todo eso, entonces, yo creo que es suficientemente capaz para poder detener nuestra caída sin importar cuán rápido estemos cayendo, cuán culpables seamos, o cuán cerca estemos del golpe final.

¿Quieres saber por qué Jesús es el único capaz de detener nuestras caídas en picada? Él explica la razón de manera muy sencilla pero contundente: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra” (Mt. 28:18). Es cierto, no importa la velocidad de tu caída o lo terrible de tu desenfreno. Él tiene todo el poder y la autoridad para cambiar el curso de tu historia y hacerlo ahora mismo. No temas ni te hagas más preguntas. Haz como los discípulos que fueron donde estaba el Señor y escucha las buenas noticias que tiene para tí.

Foto: Lightstock.
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