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Nota del editor: 

Este artículo es una pequeña porción de uno de los capítulos de Gracia Sobre Gracia, un nuevo libro de Poeima Publicaciones sobre la nueva reforma y redescubrimiento de las doctrinas de la gracia en América Latina. Sus autores incluyen a Miguel Núñez, Sugel Michelén, Juan Sanchez, Carlos Contreras, Giancarlo Montemayor, y más.

Roger Olson, un arminiano contemporáneo, responde a esta pregunta sin titubear: “Los arminianos creen que la muerte de Cristo en la cruz provee un remedio universal para la culpa del pecado heredado”.1 En otras palabras, Cristo murió por todos. Entonces ¿por qué no todos se salvan? La respuesta es: Porque la aplicación del remedio provisto por Dios ya no depende de Dios, según el arminianismo, sino del pecador. En la teología arminiana Cristo muere para hacer posible la salvación de todos, pero esa muerte no salva, real y eficazmente, a nadie. Es el pecador quien la hace eficaz al aceptar a Cristo por medio de la fe. Las Escrituras, sin embargo, presentan el caso a la inversa: llegamos a creer porque fuimos escogidos por Dios para ser creyentes, y Cristo murió en la cruz del Calvario para hacer efectiva esa salvación en nuestras vidas.

El Señor Jesucristo enseña claramente que Sus ovejas escuchan Su voz y le siguen, porque son Suyas, no porque llegan a ser Suyas al escuchar Su voz y seguirle. En otras palabras, la fe no es la causa de la elección, sino que la elección produce la fe.

“En verdad les digo que el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, ese es ladrón y salteador. Pero el que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. A este le abre el portero, y las ovejas oyen su voz; llama a sus ovejas por nombre y las conduce afuera. Cuando saca todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas lo siguen porque conocen su voz […]Yo soy el buen pastor; el buen pastor da Su vida por las ovejas […] Yo soy el buen pastor, y conozco Mis ovejas y ellas me conocen, al igual que el Padre me conoce y Yo conozco al Padre, y doy Mi vida por las ovejas. Tengo otras ovejas que no son de este redil; a esas también Yo debo traerlas, y oirán Mi voz, y serán un rebaño con un solo pastor”(Juan 10:1-4, 11, 14-16).

Este último versículo es particularmente iluminador en el tema que estamos tratando. El Señor afirma tener otras ovejas que no pertenecen a la nación de Israel, pero que sí le pertenecían a Él. Y precisamente porque son Suyas el Señor está comprometido en buscarlas y traerlas al redil. “Tengo (en tiempo presente) otras ovejas que no son de este redil” (todavía no están en el redil, pero son Suyas); “a esas también Yo debo traerlas” (tiempo futuro), “y oirán Mi voz, y serán un rebaño con un solo pastor”.

Durante su labor misionera en la ciudad de Corinto, el Señor se le aparece a Pablo en visión y le dice: “No temas, sigue hablando y no calles; porque Yo estoy contigo, y nadie te atacará para hacerte daño, porque Yo tengo mucha gente en esta ciudad”, refiriéndose a los corintios incrédulos que debían ser traídos a la salvación a través de la predicación de Pablo. Cristo se ha comprometido a traer al redil a todas Sus ovejas a través de la predicación del evangelio.

Y ¿cómo es que todas esas ovejas llegaron a ser Suyas? Porque Dios el Padre las escogió soberanamente para que fueran de Cristo. “Mi Padre, que me las dio, es mayor que todos”, dice el Señor en Juan 10:29. Esa es la misma idea que encontramos en el discurso del pan de vida (Jn 6:35, 37-39, 44) y en la oración intercesora de Cristo a favor de los discípulos (Jn 17:6-10, 20).

Aquellos que no son ovejas de Cristo tienen sus oídos abiertos a muchas otras voces, menos a la voz del Señor (Jn 10:24-27). Las ovejas de Cristo, en cambio, manifiestan que son Suyas porque escuchan Su voz y le siguen. Puede ser que por un tiempo caminen extraviadas de aquí para allá; pero tarde o temprano reconocerán la voz de Su pastor y vendrán a Él con arrepentimiento y fe.

Fue por esas ovejas que Cristo dio Su vida en la cruz del calvario. “El ladrón solo viene para robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia. Yo soy el buen pastor; el buen pastor da Su vida por las ovejas. Pero el que es un asalariado y no un pastor, que no es el dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, entonces el lobo las arrebata y las dispersa. El asalariado huye porque solo trabaja por el pago y no le importan las ovejas” (Jn 10:10-13).

Hay un contraste aquí entre Cristo, como el buen pastor, y los pastores asalariados que no aman a las ovejas porque no son suyas. Las leyes judías estipulaban que si un lobo atacaba el rebaño, el deber del pastor asalariado era defenderlas. Pero si el ataque era perpetrado por dos lobos, se daba por sentado que ya no había nada que hacer; esos pastores podían salir huyendo sin tener que responder por las ovejas que sufrieran el daño. El buen pastor, en cambio, puso Su vida por las ovejas (Jn 10:15).

¿Qué pasaba con un rebaño de ovejas si el lobo atacaba y mataba al pastor? Que las ovejas quedaban a merced del lobo y, por lo tanto, serían devoradas. Pero en este caso, la muerte del buen pastor trajo como resultado la vida de las ovejas. De manera que Cristo no murió en la cruz del Calvario para hacer posible que cualquiera pudiera salvarse pero sin asegurar la salvación de ninguno. Cristo dio Su vida por Sus ovejas, aquellas que el Padre le dio y a las cuales Él conoce por nombre, dice en este pasaje. Al morir por Sus ovejas, Cristo aseguró la salvación de cada una de ellas. Ese es el mensaje que encontramos una y otra vez en las páginas de las Escrituras:

“Ciertamente Él llevó nuestras enfermedades, y cargó con nuestros dolores. Con todo, nosotros lo tuvimos por azotado, por herido de Dios y afligido. Pero Él fue herido (traspasado) por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz cayó sobre Él, y por Sus heridas (llagas) hemos sido sanados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, nos apartamos cada cual por su camino; pero el Señor hizo que cayera sobre Él la iniquidad de todos nosotros […] Debido a la angustia de Su alma, Él lo verá y quedará satisfecho. Por Su conocimiento, el Justo, Mi Siervo, justificará a muchos, y cargará las iniquidades de ellos” (Isaías 53:4-6, 11).

“Y dará a luz un Hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque El salvará a Su pueblo de sus pecados” (Mt 1:21). “Porque ni aun el Hijo del Hombre vino para ser servido, sino para servir, y para dar Su vida en rescate por muchos” (Mr 10:45). No para hacer probable que algunos pudieran ser rescatados, sino para rescatar a muchos, dando Su vida por ellos. “Tengan cuidado de sí mismos y de toda la congregación, en medio de la cual el Espíritu Santo les ha hecho obispos (supervisores) para pastorear la iglesia de Dios, la cual Él compró con Su propia sangre” (Hch 20:28).

“Al que no conoció pecado, Lo hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él” (2Co 5:21). Cristo fue hecho pecado en nuestro lugar, y Dios derramó sobre Él la ira que nosotros merecíamos. Si Él hubiera hecho eso por el mundo entero, el mundo entero sería salvo porque no sería justo castigar el mismo pecado dos veces. Pero Cristo hizo eso por Sus ovejas, a las cuales también imputó Su justicia perfecta por medio de la fe (Ro 4:1-12).

“Maridos, amen a sus mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se dio Él mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de presentársela a Sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada” (Ef 5:25-27). Los esposos cristianos debemos mostrar cierta clase de amor por todas las personas; pero hay un tipo de amor, y un tipo de relación, que debemos tener exclusivamente hacia nuestras esposas y hacia nadie más. Y es así también la relación de Cristo con Su iglesia. Él se entregó por ella para santificarla y para presentársela en aquel día como una iglesia gloriosa.

De manera que Cristo no dio Su vida en la cruz para colocarnos a todos en la categoría de “perdonables”. Él murió para salvar a Su pueblo de Sus pecados, para dar Su vida en rescate por muchos, para ganar una iglesia, “para redimirnos de toda iniquidad y purificar para Sí un pueblo para posesión Suya, celoso de buenas obras” (Tit 2:14). Es por eso que en Su oración sumo sacerdotal, en Juan 17, Jesús no intercede por el mundo, sino por los Suyos: “Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me has dado; porque son Tuyos” (Jn 17:9; cf. v.20).


1. Citado por Hansen, C. (2008). Young, Restless, Reformed: A Journalist’s Journey with the New Calvinists [Joven, Imparable, Reformado: El viaje de un periodista con los nuevos calvinistas]. (Weathon: Crossway Books), p. 39.
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