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Fue uno de esos correos electrónicos que parten tu corazón.

Un amigo mío, que vive muy lejos, me contactó para contarme que estaba pasando por una lucha por comprender cómo el costo de la soltería, como cristiano, podría valer la pena. Hasta donde él podía ver, una relación ilícita sería “la única forma en la cual podría disfrutar de la íntima relación con la que he soñado toda mi vida”. Concluye, “no puedo imaginarme la aspereza de una vida sin alguien a mi lado”. A la luz de este déficit de intimidad, ¿cómo puede valer la pena la soltería?

Mi amigo no es el único. En mi propia familia de la iglesia, una de las mayores causas por las que las personas se alejan de Cristo ha sido el entrar en una relación ilícita, en especial mujeres cristianas con hombres nos creyentes. Muchas de ellas suponían que la vida en soltería no era viable. Ellas necesitaban intimidad.

Hoy en día, esta se ha vuelto una suposición incuestionable: la soltería —una soltería santa al menos— y la intimidad no son compatibles. La elección de ser célibe es la elección de estar solo. No nos sorprende que esto sea una gran carga para muchos. ¿Realmente podemos esperar que alguien viva sin una esperanza romántica? Suena tan injusto.

El matrimonio y el celibato

La Biblia es clara en que elegimos entre el matrimonio y el celibato. En Mateo 19, Jesús defiende y expone el diseño de Dios para con el matrimonio que encontramos en Génesis 1 y 2: el matrimonio es entre un hombre y una mujer, y está diseñado para que sea de por vida. Los discípulos se resistieron un poco a esto: “si así es la relación del hombre con su mujer, no conviene casarse” (v. 10). Pero Jesús les responde hablándoles acerca de la vida del eunuco. La implicación es clara: la única alternativa santa al matrimonio es el celibato.

Pero la elección entre el matrimonio y el celibato no es la elección entre la intimidad y la soledad, o al menos no debería serlo. Nos la podemos arreglar sin sexo. Jesús mismo vivió como un hombre célibe. Pero no estamos diseñados para vivir sin intimidad. El matrimonio no es la única respuesta a la observación “no es bueno que el hombre esté solo” (Gen. 2:18).

Nuestra cultura occidental ha asociado de forma tan estrecha el sexo con la intimidad que en el pensamiento popular ambos son virtualmente idénticos. No podemos concebir la intimidad sin que haya algo sexual de por medio. Por ello, cuando escuchamos cómo generaciones previas describen la amistad en tales términos, miramos a un costado y decimos “bueno, claramente eran homosexuales”. Cualquier tipo de intimidad, pensamos, en última instancia debe ser sexual.

La naturaleza de la verdadera amistad

Sin embargo, la Biblia concibe estas cosas de manera muy diferente. En Proverbios, la amistad es mucho más que un verbo para compartir tus datos de contacto en Facebook. Un amigo es alguien que conoce tu alma. Alguien que no solo sabe muchas cosas acerca de ti, sino que te conoce a ti. Proverbios nos muestra que no podemos esperar vivir sabiamente en el mundo de Dios sin tal amistad de alma a alma. Todos la necesitamos, no solo los que son solteros. He visto más de un matrimonio encontrarse en dificultades porque la pareja ha buscado satisfacer sus necesidades de amistad e intimidad completamente en el otro y no han procurado buenas amistades a lo largo del matrimonio. No siempre es fácil formar amistades cercanas cuando estás establecido como una familia, pero abrir la vida de familia hacia otros a tu alrededor es una disciplina vital.

Cuando encontramos que es posible cultivar el tipo de amistad que vemos en Proverbios, vemos que es posible disfrutar de inmensas cuotas de intimidad en la vida. Tener personas que te conozcan en tu mejor esplendor y en tus peores momentos, y ser conocido y amado profundamente… esto es una intimidad de la que todos podemos gozar, y aún así muchos de nosotros no experimentamos (incluso en el matrimonio, tristemente).

Para aquellos de nosotros que continuamos solteros, puede ser que no experimentemos la profundidad única de la intimidad con una sola persona como lo hace un amigo casado, pero sí podemos disfrutar la amplitud única de la intimidad con un número de amigos cercanos, que viene de tener una mayor oportunidad y capacidad de la que disponen, generalmente, las personas casadas en invertir en amistades cercanas.

Una plenitud verdadera

El sexo y la intimidad no son lo mismo. Es posible tener mucho sexo y no encontrar intimidad. El sexo fue diseñado para profundizar y expresar la intimidad que ya existe; no puede crearla en sí mismo. Pero también es posible tener enormes cantidades de sana intimidad santa sin sexo.

Pienso en aquellas amistades que significan más para mí. Algunas se desarrollaron a lo largo de muchos años; otras se profundizaron relativamente rápido. Algunos están casados; un par de ellos son solteros. Es un regalo el saber que hay un número de personas que me conocen de mí de pies a cabeza y que —¡a pesar de ello!— me aman profundamente. También pienso en las pequeñas muestras de paternidad que el ministerio cristiano me ha dado. Aquellos jóvenes a quienes he tenido la oportunidad de alentar y de tener un rol en su formación espiritual, que aún siguen viniendo a mí por una guía paternal; hijos de amigos por los que he podido orar, compartir momentos, y ser su tío honorario también.

No tendré la seguridad y constancia de una unidad familiar, a lo que un amigo mío llama los “amortiguadores de shock” de la vida. Pero cuando se trata de intimidad, ciertamente estoy pleno.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Martín Rodrigo Preiti. Credito de imagen: Lightstock
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