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Enciende la televisión; observa las redes sociales; presta atención a los libros más leídos; escucha los artistas. Una mirada honesta a los medios de comunicación “cristianos” más populares me lleva a hacer eco de lo que otros ya han dicho con certeza: la iglesia del mundo hispano necesita ser reevangelizada.

Por supuesto, desde un inicio debemos aclarar cuando digo que Latinoamérica deber ser reevangelizada no estoy diciendo que el evangelio no se esté predicando en absoluto. Dios me guarde de pensar así, porque el Señor conserva siempre un remanente que permanece fiel. A lo largo del continente americano y en España todavía hay muchas iglesias sanas y también predicadores fieles a la palabra de Dios, y el número aumenta cada día más. Pero si los comparamos, por ejemplo, a las iglesias de apóstoles/profetas, junto a los predicadores de la prosperidad, resulta evidente que los ministerios saludables son una minoría. No me parece exagerado decir que, entre los llamados evangélicos, los pastores fieles al evangelio y las iglesia sanas, son una digna excepción. Más bien, estoy afirmando la gran necesidad de una comprensión más bíblica del evangelio por parte de los creyentes, y de una predicación más bíblica por parte de los predicadores.

Creo que esto responde a muchos factores. Para hacerle justicia al tema, que es amplio y complejo, sería necesario escribir más de un artículo. (El pastor Miguel Núñez tiene una serie de tres). Por supuesto: todo diagnóstico sensato del estado de la iglesia debe atar su salud al apego de la enseñanza de las Escrituras. Por eso, aunque no son lo únicos, y con el riesgo de parecer simplista, quiero apuntar a tres verdades que la iglesia ha fallado en enseñar. Creo que estos tres factores han sido determinantes y la causa de muchos males que caracterizan a la iglesia:

La iglesia ha fallado en comprender la cruz.

No entender la cruz es no entender el evangelio. Encender la televisión o visitar los eventos evangélicos masivos muestran que la naturaleza de la cruz está ausente en la predicación, y su lugar ha sido ocupado por un énfasis en las recompensas terrenales que supuestamente la misma cruz otorga. Por ejemplo, un gran sector de la iglesia evangélica enseña que es legítimo reclamar riquezas materiales ya que la prosperidad financiera es un beneficio de la redención. Otros enseñan lo mismo respecto a la sanidad física, en el sentido de que no deberíamos enfermarnos, pues la sanidad del cuerpo es otro beneficio para el creyente. La manera indiscriminada de prometer sanidad, bienestar y riquezas es una clara evidencia de la defectuosa comprensión de la cruz. La insistencia en los beneficios terrenales a expensa de aspectos más centrales de la cruz hace que la gente vea al evangelio principalmente como un medio para obtener felicidad. ¡Qué tristeza!

El Nuevo Testamento explica el sacrificio de Cristo como una redención de nuestros pecados (Colosenses 1:14), un sacrificio que apacigua la ira divina (Romanos 3:24), y una reconciliación con Dios (Romanos 5:10). La cruz es el gran remedio que Dios ha provisto para esta enfermedad llamada pecado. Pretender enfocar la cruz como un medio para el bienestar terrenal es despojarlo de su riqueza, es vaciarlo de su valor, es quitarle su gloria, y es rebajarlo a un método de autosuperación. ¡Qué horror!

La iglesia ha fallado en comprender el pecado.

Si desconocemos la gravedad de una enfermedad, la cura de la misma no será debidamente entendida ni apreciada. Cuando los creyente escuchan la palabra pecado, tienden a relacionarlo solamente a los actos pecaminosos. Pero como diría Martyn Lloyd-Jones, los pecados que cometemos son solo frutos de “una raíz llamada pecado”. Entonces, ignorar la realidad del pecado nos llevará a un defectuoso entendimiento de la cruz. Y cuando me refiero al pecado, quiero decir su naturaleza, su entrada en el mundo, su propagación, sus consecuencias, su carácter, su poder, etc. La iglesia necesita una robusta comprensión de la doctrina del pecado, porque es requisito indispensable para una correcta comprensión del calvario.

Tres ejemplos que demuestran esta deficiencia:

Imagen por LightstockPrimero, cuando nos referimos al creyente de campeón y conquistador, estamos fallando en ignorar el pecado que nos asedia, y que en ocasiones, para nuestra tristeza, nos lleva a hacer lo que no queremos. Esto motivó a Pablo a referirse a sí mismo como un miserable (Rom. 7:24), y en otra ocasión se describió como el más pequeño de todos los santos (Ef. 3:8). Aunque por la misericordia de Dios somos nuevas criaturas, justificados y adoptados, no podemos olvidar que seguimos siendo pecadores, con pasiones desordenadas, inclinados al mal, proclives a la tentación, y con una profunda necesidad de la gracia divina. Bien dijo Lutero que somos simul justus et peccator: al mismo tiempo justos al mismo tiempo pecadores.

Segundo, cuando explicamos el sufrimiento solo como un ataque del diablo, sin considerar el hecho de que vivimos en un mundo caído, y que muchas veces sufrimos como consecuencia de nuestra desobediencia. Al hacer esto, ignoramos la realidad de las consecuencias del pecado.

Y por último, cuando apelamos a las emociones para que hombres tomen decisiones por Cristo y repitan oraciones para ser cristianos. De esta manera ignoramos que esas mismas personas están muertas espiritualmente a causa del pecado, y que a menos que Dios no los regenere, seguirán muertas en delitos y pecados (Efesios 2:1).

La iglesia ha fallado en comprender el carácter de Dios.

Y este es el meollo del asunto. Tenemos un defectuoso entendimiento de la cruz porque tenemos un erróneo entendimiento del pecado, y esto último es debido a nuestra pobre concepción de Dios. Hemos hecho a Dios a nuestra imagen y semejanza. Esta concepción tan pobre, de un Dios impotente que debe pedir permiso al hombre para cumplir sus propósitos, quien hace lo que decretamos, y a quien podemos manipular con dinero, ciertamente no es el Dios de las Escrituras.

Cuando los cristianos se resisten a meditar en la ira divina, ignoran la realidad de un Dios santo que resiste la maldad y el pecado. Cuando los cristianos atribuyen al diablo todo lo malo que sucede, como si él fuese quién gobierna, olvidan que Dios es el único soberano quien ordena, dirige, y controla todo cuanto sucede en la creación. Este es el gran problema de la iglesia: no conocemos a Dios.

Para sintetizar, un erróneo entendimiento de la cruz, una defectuosa comprensión de la doctrina del pecado, y una pobre concepción de Dios son las tres grandes verdades que deben revisarse para volverlas a enseñar. El mensaje del evangelio debe ser entendido y predicado correctamente, para la evangelización del mundo y para la santificación de la iglesia. No seremos fieles predicando un evangelio adulterado, y el creyente nunca crecerá más allá de una correcta comprensión de su redención. La comprensión del evangelio presupone un entendimiento correcto de Dios y del hombre.

Entonces ¿qué debemos hacer?

Volver a las Escrituras. Muchos tienen que reconocer su error, y hacerlo significaría un gran avance y una noble muestra de humildad. Hay una necesidad de olvidar enseñanzas erróneas y aprender de nuevo. Esto es una responsabilidad de la iglesia entera, y no solo de los líderes. Todos los creyentes en general somos responsables ante Dios, y hay mucho que podemos hacer al arrepentirnos.

Concluyo citando una reflexión que el pastor Núñez hace en al final de su libro “Enseñanzas que transforman al mundo”, pues creo explica mejor lo que traté de esbozar en este artículo, y nos deja un sabor de esperanza para la iglesia:

Hasta que la iglesia de hoy no recobre su confianza en el poder del evangelio, no tendremos esperanza de ver cambios significativos en los creyentes de hoy y aún menos en los incrédulos. Si relegamos a Dios y su revelación a un segundo plano, entonces al predicar, la centralidad del mensaje la tendrá el hombre como ocurre tantas veces hoy. No podemos olvidar que la educación no ha podido cambiar al hombre ni la tecnología tampoco. El siglo XX que acaba de pasar fue el siglo mas educado y mas tecnológico de todos y fue el siglo con mayor número de conflictos bélicos y con mas indice de violencia y descomposición social.

Deseamos organizar el mundo exterior del hombre sin redimir el mundo interior de ese hombre. Es como poner a andar un automóvil sin que el motor esté funcionando adecuadamente. Las sociedades de Occidente fueron cambiadas por el impacto del evangelio. Ahora que esas mismas sociedad se han querido apartar del evangelio, vemos el grado de descomposición. Solo la palabra tiene el poder de cambiar el corazón engañoso del hombre y su mente oscura.

Que Dios nos conceda una generación apasionada por su verdad y la predicación de esta verdad; que crea en el evangelio como el poder de Dios para salvación.


Crédito de imagen: Lighstock

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