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Job 34 – 37 y Lucas 19 – 20

Entonces continuó Eliú, y dijo:
“Espérame un poco, y te mostraré
Que todavía hay más que decir en favor de Dios.
Traeré mi conocimiento desde lejos,
Y atribuiré justicia a mi Hacedor.
Porque en verdad no son falsas mis palabras;
Uno perfecto en conocimiento está contigo”.

(Job 36:1-4)

Algunos piensan que toda reflexión bíblica/teológica tiene como propósito el “defender” a Dios. En parte, esa idea no es del todo descabellada desde el punto de vista práctico e histórico. Y que conste que no digo esto con orgullo. Desde que los humanos poblamos este pequeño planeta azul, no se han cansado de levantarse en cada generación hombres y mujeres que se han nombrado a sí mismos como defensores y representantes de Dios en la Tierra. Lo lamentable es que sus argumentos y actos han significado lágrimas, engaño, superstición, dolor y hasta muerte para sus contemporáneos; y claro, juicio, amargura, y muchas veces risas burlonas, entre los observadores de la historia de generaciones posteriores. La tentación de defender al “pobre diosito” ha sido permanente en el tiempo.

Por supuesto que, junto con los defensores, también han aparecido por allí los auto-nombrados fiscales de Dios, dispuestos a erradicar ese nombre infame (para ellos) de sobre la faz de la Tierra. En otras épocas, sus palabras y sus actos les hubieran significado la muerte en la hoguera o la prisión perpetua; sin embargo, hoy por hoy, sus comentarios son aplaudidos en el mundo entero. Al “pobre diosito” le dan tan duro como pueden, y creen que con cada golpe de pensamiento están terminando de alejar y hasta desaparecer este primitivo concepto de la mente humana.

Quizás, la fuente de inspiración para uno y otro bando no está en la observación de la persona misma de Dios, sino, más bien, en la observación de la realidad y las supuestas huellas que Dios, el concepto de Dios, o los supuestos aliados o enemigos de Dios, dejan en el camino. O también se trata del vacío que estas tres ausencias van dejando como historia tras su paso por la Tierra.

Basta con mirar los periódicos para ver cómo funciona esta fuente de inspiración tanto para los defensores y los fiscales de Dios. Les pongo un par de ejemplos que saqué de mi archivo. En The National Post apareció hace un tiempo la siguiente noticia: “Un juez ha ordenado a una joven Testigo de Jehová de tan solo 16 años a que continúe recibiendo transfusiones de sangre contra su voluntad y castigó a la madre del adolescente por tratar de obstruir las líneas de transfusión [al sufrir ella] una forma potencialmente fatal de Leucemia”. Otro periódico tenía este informe: “Un joven homosexual de 17 años está peleando por el derecho de llevar a su pareja a la fiesta de promoción y llevará su batalla hasta la corte. La escuela católica en la que estudia ha dicho que respeta a la persona pero que no está dispuesta a compartir su estilo de vida”. Ya ustedes imaginarán que las observaciones de los defensores y los fiscales de “diosito” no se hicieron esperar.

Justamente, Eliú, el más joven e impetuoso de los amigos de Job, se había puesto al final de la línea para actuar como el gran “defensor” de Dios. Su discurso estuvo cargado de emotividad y de una supuesta claridad absoluta en cuanto al problema de Job y su posible solución.

Para él era más que evidente que todo lo que su amigo estaba atravesando era producto de sus faltas, y que la única solución era reconocer su pecado:

“Porque ¿ha dicho alguien a Dios: ‘He sufrido castigo, Ya no ofenderé más; Enséñame lo que no veo; Si he obrado mal, No lo volveré a hacer?’” (Job 34:31-32).

¿Cómo es que llegó a esa conclusión? Pues principalmente basado en sus propios conceptos y opiniones acerca de lo que para él era el obrar de Dios en medio de la humanidad. Por ejemplo, él dice: “Dios es poderoso pero no desprecia a nadie, Es poderoso en la fuerza del entendimiento. No mantiene vivo al impío, Pero da justicia al afligido. No aparta Sus ojos de los justos, Y con los reyes sobre el trono Los ha sentado para siempre, y son ensalzados” (Job 35:5-7). Todo lo que dice suena bien y al parecer sus palabras también contaban con la aprobación de sus pares, pero qué lejos estaba de la verdad su receta para el dolor de Job. Todo tan claro y simple para un problema demasiado complejo y para un Dios demasiado grande.

Como ven, el gran problema de unos y de otros no está en la solidez de la presentación de sus argumentos, sino en la incapacidad de poder ser los personeros o los fiscales de Dios. La simple observación de la realidad y el uso de nuestro juicio (por más sincero que este sea), no garantiza que nos convirtamos en voceros o detractores autorizados del Señor.

Cuando Jesucristo estuvo en la Tierra siempre lo rodearon defensores y detractores fortuitos. Cada acto suyo que aparece en los Evangelios lleva acompañado al pie el comentario de la gente. Cuando llamó a Zaqueo, el controvertido cobrador de impuestos, para decirle que comería en su casa, a nadie le pasó desapercibida su decisión. Lucas nos dice que, “Al ver esto, todos murmuraban: ‘Ha ido a hospedarse con un hombre pecador’” (Lc. 19:7). Está claro, entonces, que la simple observación y el análisis sincero no nos garantizan un juicio adecuado.

Además de la simple opinión superficial, es notable también el carácter impredecible y fluctuante de los defensores y los detractores de Dios. No hay mayor ejemplo que la multitud que recibió con vítores a Jesús en Jerusalén, para luego ser ellos mismos los que pidieron su cabeza delante de Pilato. Lo cierto es que debemos ser muy cuidadosos con nuestros juicios acerca del obrar de Dios, y también serlo mucho más cuando consideramos las palabras de aquellos que muestran la intención de defender o rechazar al “pobre diosito”.

Para terminar, no nos queremos quedar en medio de las tinieblas de nuestros propios argumentos a favor o en contra. Para nosotros los cristianos, existe un testimonio certero del obrar de Dios al cual podemos acercarnos sin dudar para encontrar en Él los más sabios consejos. La sustancia fundamental de nuestra fe radica en el hecho de que nuestro Dios ha hablado y sus Palabras son eternas y vivas. Por lo tanto, es en la Biblia donde podemos encontrar razones para nuestra reflexión de quién es Dios y cómo obra, y luz para iluminar los senderos oscuros que se nos presentan delante.

Pero todo esto va más allá todavía. Cuando abrimos la Biblia, no solo leemos lo que Dios dijo, sino que el mismísimo Señor Jesucristo se pone delante de nosotros para decírnoslo nuevamente con autoridad y pertinencia. Y cuando Él verdaderamente habla, ni sus defensores ni sus detractores tienen nada que decir, como fue el caso de los escribas que luego de escuchar a Jesús mismos hablar, “… respondieron: ‘Maestro, bien has hablado.’ Y ya no se atrevían a hacer más preguntas” (Lc. 20:39-40).

Al final de cuentas, nuestro Señor no necesita fiscales ni defensores porque la primera y la última palabra solo la tiene el mismísimo Señor Jesucristo. Y toda ella, gracias a Él, ya está registrada en la Biblia. Entonces, ¡vayamos a la fuente!


Imagen: Lightstock.
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