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1 Crónicas 10 – 12  y   Apocalipsis 17 – 18

También de los de Gad se pasaron a David en la fortaleza en el desierto, hombres fuertes y valientes, entrenados para la guerra, diestros con el escudo y la lanza, cuyos rostros eran como rostros de leones, y eran tan ligeros como las gacelas sobre los montes.

(1 Crónicas 12:8)

¿Cómo debería ser el hombre o la mujer exitoso del siglo XXI? ¿Qué herramientas debería conocer a la perfección? ¿Qué valores y principios deberían ser los fundamentos de su alma? ¿A qué desafíos será confrontado? Cada generación que nos ha antecedido ha tenido sus propios héroes que vencieron en batallas a los que desafiaron sus más acariciados ideales, sueños y valores. Sin embargo, los héroes contemporáneos son parte de una generación diet-light-less fat que le tiene pánico a cualquier situación confrontacional que lo mueva de su tan adorada y cómoda levedad superficial y egoísta.

No hay otro período de la historia humana que tenga en su haber hombres y mujeres catalogados como súper dotados como la nuestra. Pero también es cierto que todos tenemos características distintivas, fortalezas y debilidades que nos elevan o nos rebajan en comparación con los demás. Por ejemplo, os que conocen a Pedro Pérez no lo confunden con Pablo Pérez por más parecidos que sean los nombres, por más que sean ambos hombres, que tengan la misma nacionalidad, edad, profesión o color de la piel. Sus personalidades, historias y logros individuales los llegan a distinguir con claridad al uno del otro. El Señor no desea hacernos uniformes o idénticos, sino que trata con nosotros de acuerdo a nuestras distinciones, sin tener que homogenizarnos para poder aceptarnos o entendernos. Pero esto trae también un problema: No podemos ser más que nosotros mismos y se requiere, entonces, que el Señor y nosotros trabajemos con lo que tenemos para llegar a ser mejores.

Tal es el caso de la lista de los valientes de David. Esta lista con un recuento de personas me llena de profundo respeto. No se mencionan todos sus logros, solo algunos hechos aislados, pero cada nombre me hace volar la imaginación y pensar en el perfil de estos hombres: valientes, diestros, de rostros fieros y ligeros como gacelas. Ninguna de esas características es gratuita ya que deben haber demandado sacrificio, tesón, llanto y dolor. Podríamos decir que nadie llegó con la “excelencia” bajo el brazo.

El libro de Crónicas al hablarnos de estos hombres nos da una característica fundamental: “Todos éstos, hombres de guerra, que podían ponerse en orden de batalla, vinieron con corazón perfecto a Hebrón, para hacer rey a David sobre todo Israel…” (1Cro. 12:38). Un corazón sin dobleces, sin vacíos, consagrado, confiable y con unanimidad de propósito era la particularidad principal de cada uno de los valientes de David, tanto que juntos llegaron a ser como “…un gran ejército, como ejército de Dios” (1 Cro. 12:22b).

¿Era esta reunión de valientes fruto del azar? Definitivamente, no. El corazón humano siempre busca a sus pares por eso es fiel a la verdad el dicho: “Dime con quién andas y te diré quién eres”. David al recibir a un grupo de candidatos, les dijo: “…Si vienen a mí en paz para ayudarme, mi corazón se unirá con ustedes…” (1 Cro. 12:17b).

El establecimiento de un buen perfil personal no empieza reconociendo que lo tenemos todo y estamos listos para enfrentar cualquier batalla y vencerla. Por el contrario, empieza cuando nos confrontamos con la realidad de nuestra debilidad y miseria personal, buscando al Señor con todo el corazón y pidiéndole que nos muestre el camino de la vida y que unifique nuestros corazones con los principios de su Palabra. Pero tampoco acaba todo allí. Una vez que tenemos un corazón unificado y conocemos el camino, pues hay que empezar a recorrerlo. No basta con saber lo que hay que hacer, ¡hay que pagar el precio al hacerlo!

Durante la Edad Media vivió Sancho, Rey de Navarra. A él se le llamaba ‘el trémulo’ porque se le veía temblar cada vez que le ponían la armadura antes de entrar a la batalla. Cansado de que la gente insinuara que era un cobarde, él les dijo a sus súbditos: “¿Saben ustedes por qué tiembla mi cuerpo con tal fuerza antes de la batalla? Porque sabe de lo que es capaz de hacer mi corazón”. Los valientes de David tenían ese tipo de corazón decidido, leal, valiente y fiel. Sus cuerpos podrían temblar, pero sus corazones firmes los llevarían a darlo todo en el campo de batalla y por su rey.

John Callender era oficial de la milicia de Massachusetts en los tiempos de la lucha por la independencia norteamericana y fue declarado culpable de cobardía en la batalla de Bunker Hill (junio, 1775). Uno de las primeras tareas de George Washington al asumir el mando de las fuerzas norteamericanas fue ordenar que el capitán Callender fuera sometido a consejo de guerra. Él escribió en el parte oficial: “Con inexpresable preocupación, este general encuentra al llegar por primera vez a su ejército, que un oficial es sentenciado por un consejo general de guerra a ser arrojado ignominiosamente por cobardía, delito que, entre todos los demás, es el más infamante para un soldado, el más lesivo para un ejército y el último que debiera perdonarse”. Callender fue degradado de su rango y echado del ejército libertador.  Sin embargo, la tragedia lo hizo recapacitar y su corazón fue fortalecido. Él volvió a enrolarse en el ejército pero como soldado raso voluntario y durante la batalla de Long Island (agosto, 1776) dio muestras de gran valentía y lealtad, llegando a ser tomado prisionero por el enemigo. Al ser liberado un año después, el mismo Washington lo recibió, revocó públicamente su sentencia y le devolvió su grado de capitán.

Nuestro Señor Jesucristo es el ejemplo máximo de valentía. Nadie que diga seguirle podría dejarse vencer por el desánimo o el miedo. El carácter temeroso no forma parte del perfil de los seguidores de Jesús. Sus primeros apóstoles, todos ellos, dieron la vida por su maestro y Señor. Ninguno dudó ni por un instante el dejarlo todo por su Señor y emprender una vida completamente distinta y gobernada por el evangelio. Esa es nuestra herencia y también nuestra responsabilidad. Al final de los tiempos, volveremos a ver a Jesús peleando la última batalla, y cuando eso pase, esto se dirá de Él y sus seguidores: “… el Cordero los vencerá, porque El es Señor de señores y Rey de reyes, y los que están con El son llamados, escogidos y fieles” (Ap. 17:14).

Quizás al leer esta reflexión te sientas muy lejos del perfil de valiente que el Señor espera para los que le acompañan, pero no todo está perdido porque hay algo que debemos saber. En el testimonio de los valientes de David vemos que ellos reconocían su parte, pero al final ellos afirmaban que, “ … el SEÑOR  los salvó con una gran victoria” (1 Cro. 11:14b). Ellos sabían que sin la ayuda y el sostén de Dios todo era imposible. Ninguno se reconocía perfecto, todos habían llegado de los terrenos del fracaso y el desánimo y habían sido cuajados en el dolor… pero el Señor les había dado, a cada uno de ellos, una nueva oportunidad que no desaprovecharon.

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