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La semana pasada tuve la oportunidad de leer el artículo de Jairo Namnún, Una defensa de la adoración contemporánea. Aprovecho la ocasión para agradecerle a Jairo por compartir estas reflexiones sobre la adoración. Independientemente de las matizaciones que se puedan hacer —y de las que yo hago aquí— tanto el contenido como el tono de ese artículo aportan una perspectiva enriquecedora y un buen espíritu al debate.

Diré en seguida que en cuanto al tema del artículo (y todo lo que hay detrás de él), me resisto a dejarme encasillar; no soy defensor de “la adoración tradicional” en contra de “la adoración contemporánea”. De hecho, comparto buena parte de lo que dice Jairo en su artículo. Pero sí me parece necesario hacer algunas matizaciones y plantear algunas preguntas sobre el tema. Así que empezaré con los muchos puntos sobre los cuales estoy de acuerdo con Jairo, y luego pasaré a resumir algunas áreas en las cuales creo que todos tenemos que seguir trabajando.

¡Sí!

  • Sí, es un tema de importancia terciaria. Tiene su importancia, por supuesto, pero no hay que darle más importancia de la que tiene ni permitir que sea una causa de divisiones en el pueblo de Dios.
  • Sí, todos tenemos que luchar por vencer cualquier prejuicio que podamos tener. A mí también me ha costado superar una serie de prejuicios más o menos irracionales en contra de “la adoración contemporánea”.
  • Sí, “la adoración contemporánea” ha enriquecido la adoración de miles de iglesias y de millones de personas.
  • Sí, es importante (y bíblico) que la letra de lo que se canta sea contemporánea e inteligible para la gente, y es verdad que hay himnos y canciones que contienen letras difíciles de entender.
  • Sí, hay que buscar la excelencia en todo lo que se hace en las iglesias; el Señor se merece lo mejor, incluso en la música.
  • Sí, es bueno que todos los creyentes puedan desarrollar y usar sus dones, incluyendo sus dones musicales.
  • Sí, se trata de la adoración de una congregación y no de una actuación de unos pocos músicos.

Pero…

¿Qué es la adoración?

En su artículo Jairo usa la frase “la adoración contemporánea” principalmente para referirse a algo muy concreto: a un estilo musical determinado, el que se conoce como el estilo “contemporáneo”. Ese uso se ha convertido en el uso más común en las últimas décadas, pero conlleva un error potencialmente dañino: el error de reducir en las mentes de la gente el significado de la adoración; sí, cantar al Señor es adoración, pero solo una parte de ella. A mi entender, todo lo que se hace cuando el pueblo de Dios se reúne es, o debería ser, adoración: la predicación y la escucha de la Palabra de Dios; las oraciones; las ordenanzas del bautismo y la Cena del Señor; ofrendar; etc. Y la vida entera de todo creyente debería ser un ofrecimiento de adoración al Señor. Pero, aunque todos estemos de acuerdo con eso en teoría, en la práctica, ¿no es verdad que hay muchos creyentes que asocian la palabra “adoración” solo con la parte de la adoración que se canta?

El problema es que el uso erróneo de una palabra puede llevar a una forma de pensar errónea y a una práctica errónea. Necesitamos recuperar el pleno significado bíblico de lo que es la adoración. ¡No dejamos de adorar cuando dejamos de cantar o cuando salimos de la iglesia!

¿Qué es un himno?

Jairo usa bastante la palabra “himnos” para resumir “la adoración tradicional”, pero no define la palabra. Pero ¿qué es un himno? En general, Jairo usa la palabra “himno” para referirse a un tipo de cántico cristiano en particular, normalmente muy antiguo, a veces con letras difíciles de entender para la gente de hoy, acompañado más bien por pocos instrumentos, por uno solo o por ninguno, y que tiende a desmotivar la creación de nuevas composiciones. Si es así, ¡yo voto que abandonemos los himnos ya! Pero ¿es así?

Aquí algunas reflexiones al respecto: (1) No olvidemos que la Biblia habla de “himnos” (Ef. 5:19; Col. 3:16), como uno de los tipos de “cánticos” que debemos usar en la iglesia; (2) Siguiendo en esa misma línea, tanto bíblica como históricamente hablando, las diferencias entre “salmos”, “himnos” y “cánticos espirituales” no son diferencias de tiempo (o sea, de fecha de composición), sino más bien de contenido, de estructuras y de formas; (3) A lo largo del siglo 20 y entrado el siglo 21 ha seguido habiendo grandes compositores de “himnos”, pero de himnos contemporáneos del siglo 20 y del siglo 21 —para dar cuatro ejemplos del mundo de habla inglesa, Timothy Dudley-Smith, Vernon Higham, Christopher Idle y Stuart Townend— sí, yo no dudaría en calificar de “himnos” muchas de las composiciones de Townend: “Sólo en Jesús”, etc.; y: (4) Debe ser evidente que cualquier tipo de canción cristiana – llámese “himno”, “canción” o lo que sea – puede ir acompañado de cualquier tipo o número de instrumentos; yo mismo toco la guitarra y llevo más de treinta años acompañando todo tipo de canciones cristianas, a veces solo (por necesidad), a veces como uno de varios o de muchos músicos – eso ya depende de las circunstancias de cada iglesia, etc.

¿Qué enseña la Biblia?

Tengo la convicción de que necesitamos una robusta teología bíblica de la música en la iglesia —tal vez ya exista, pero seguramente queda más trabajo por hacer—. Tengo más preguntas que respuestas, pero creo que son preguntas para las cuales hay que buscar respuestas: (1) En la línea de la teología bíblica y de la idea de una revelación progresiva, ¿hay alguna diferencia entre el canto congregacional antes de Cristo y después de Cristo, entre el culto judío y el culto cristiano?; (2) ¿Acaso no indicó el Señor Jesucristo algo al respecto en su conversación con la mujer samaritana?; (3) ¿Por qué hay tan pocas referencias al canto congregacional en el libro de Hechos?; (4) ¿Por qué en las cuatro listas de dones espirituales en el Nuevo Testamento (Ro. 12; 1 Co. 12; Ef. 4; y: 1 P. 4) no hay ninguna mención de dones musicales, algo que sería casi impensable hoy? Con estas (y otras) preguntas, no pretendo cuestionar, y menos criticar, “la adoración contemporánea”, pero creo que necesitamos ser lo más objetivos posible, y no buscar un apoyo bíblico para justificar lo que ya estamos haciendo, o para justificar los cambios que quisiéramos ver o simplemente para justificar lo que más nos guste, en cuanto a estilos musicales en la iglesia.

Conclusión

Uno de los lemas del movimiento protestante y reformado desde el siglo 16 es: “Ecclesia reformata semper reformanda”: “Iglesia reformada siempre necesitada de reforma” (traducción libre mía). Me parece un gran lema; reconoce la imperfección de la Iglesia militante —o sea, de la Iglesia aquí y ahora— y aconseja la humildad, en contraste con el orgullo, la autosuficiencia y el conformismo. Tanto “la adoración tradicional” como “la adoración contemporánea”, me parece a mí, forman parte de ese continuo proceso de reforma —en este caso, de la reforma de la adoración del pueblo de Dios—. Debemos darle gracias al Señor por las aportaciones tanto en el pasado como en el presente a esa reforma tan necesaria; darle gracias por el progreso que ha habido. Pero ¡todavía no estamos en la gloria! En ese proceso, a veces tan emocionante, otras veces frustrante, de reforma, de purificación, de santificación colectiva, todavía nos queda mucho camino por recorrer. ¡Que el Señor nos dé mucha humildad, mucho discernimiento y mucho de su gracia!

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