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Así como es importante la actitud en la oración, la frecuencia de la oración y la intensidad de la oración, también es necesario enfatizar el contenido de nuestra oración. La Biblia no es silente en cuanto a esto. En el Padre Nuestro tenemos mucha luz con respecto al modelo de la oración diaria, además –para beneficio del creyente– hay otros textos que también nos enseñan acerca del contenido de nuestras oraciones.

La Biblia nos instruye

Aunque Dios se agrada por el solo hecho que nos acerquemos a Él, es importante mirar lo que dice la Biblia. De lo contrario caeremos en el error de hacer oraciones que no se ajustan al modelo bíblico. Por eso aquí una consideración de lo que la Biblia nos enseña con respecto a la estructura o los elementos de nuestra oración:

  • Cuando Jesús quiso destacar la actitud correcta para orar, usó el ejemplo de la oración en el templo del fariseo y del publicano (Lucas 18:9-14). Aquí, el publicano se limitó a pedir a Dios –humildemente– un favor que sabía no merecía.
  • En la oración del Padre Nuestro, el ruego y la petición son las formas de pedir provisión divinas, como el pan de cada día (Mateo 6:11) y el perdón de pecados (Mateo 6:12).
  • Cuando los creyentes de la iglesia primitiva se vieron intimidados por la amenaza de los judíos, ellos oraron pidiendo ayuda al Señor y confesando su confianza en la soberanía de Dios (Hechos 4:24-29).
  • Por otro lado, cuando los creyentes que estaban siendo perseguidos necesitaban sabiduría, Santiago los exhortó a orar, para pedir que Dios se las conceda (Santiago 1:5-6).

Si a estos textos sumamos la magistral exhortación que el apóstol Pablo hace a los creyentes de Filipo, encontraremos mucha ayuda para el tema que estamos tratando:

“Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”, Filipenses 4:6-7.

Esta declaración, más que un orden a seguir, nos presenta el espíritu para la oración, y confirma lo que hemos venido leyendo en los pasajes anteriores. El apóstol invita a los cristianos a hacer peticiones al Señor, a rogar y a darle gracias. A partir de estos textos podemos concluir que al momento de orar por algún problema o situación en particular, el creyente puede observar tres principios fundamentales:

1) Pedir a Dios lo que necesitamos. Como un buen Padre, Él sabe darle a sus hijos lo que necesitan. La oración debe incluir la petición, puesto que al pedirle a Dios estamos reconociendo nuestra incapacidad e insuficiencia. Sea cual fuese nuestra situación, debemos presentarle nuestra necesidad al Señor -provisión, protección, sanidad o dirección- y pedirle que nos ayude.

2) Debemos expresar nuestra confianza en Dios. Confianza en su poder, su bondad, sabiduría y soberanía con respecto a lo que estamos pidiendo. Nuestra confianza en Él es la seguridad que Él oye nuestras oraciones y que hará en conformidad a sus propósitos eternos. Nuestra confianza en Él también incluye la convicción que Dios tiene la prerrogativa de responder a su manera y a su tiempo (Juan 2:4). Cuando le expresamos al Señor nuestra confianza, le estamos diciendo que vamos a descansar en Él.

3) La oración debe llevar a una acción de gracias. Luego de pedir y expresar su confianza, el creyente debe darle gracias a Dios. Damos gracias por Cristo Jesús. Damos gracias porque Él oye nuestras oraciones. Damos gracias porque Él está con nosotros. Damos gracias porque Él hará lo que es mejor para nosotros. Damos gracias porque Dios está en control de nuestras vidas.

En resumen, cuando el creyente ora por una necesidad, debe presentarle a Dios su petición, expresarle su confianza y darle gracias. Cuando observamos estos principios, podemos descansar en que hemos orado en conformidad a las Escrituras, y a su vez estar seguros que Dios hará conforme a Su voluntad. El efecto de esta clase de oración será que “…la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”, Filipenses 4:7.

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