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Fragmento adaptado de El significado del matrimonio: Cómo enfrentar las dificultades del compromiso con la sabiduría de Dios. Timothy y Kathy Keller. B&H Publicaciones.

En generaciones anteriores, no se hablaba tanto de “compatibilidad” y de encontrar la pareja idónea. En la actualidad, lo que buscamos es alguien que nos acepte tal como somos y que colme nuestras expectativas, creándose por ello una esperanza poco realista que acaba la mayoría de las veces en mutua frustración.

Con su ya clásico sentido del humor, JoŸ Tierney trata de hacernos reír a la vista de la difícil situación en que nos ha puesto la cultura imperante. Así, en un artículo que lleva por título “Picky, Picky, Picky” [Caprichosas, caprichosas, caprichosas], expone las múltiples razones que aducen sus amigos para haber puesto fin a sus relaciones sentimentales:

“Es que ella no pronunciaba bien ‘Goethe’”.

“¿Cómo voy a tomarle en serio después de descubrir entre sus libros un ejemplar de El camino menos transitado?”.

“Si al menos ella adelgazara cinco kilos”.

“Sí, es socio de la empresa. Pero no es una empresa importante. Y los calcetines que usa son un horror”.

“De entrada todo parecía perfecto… guapa de cara, un tipo estupendo, una sonrisa atractiva. Todo daba la medida… hasta que se dio la vuelta —pausa por parte del afectado, y movimiento de cabeza indicando terrible decepción—. Resulta que tenía los codos sucios”.

Dicho de otra forma, en nuestra sociedad hay personas que, de cara al matrimonio, esperan demasiado de su pareja, y no entienden el matrimonio como la unión de dos personas con sus respectivas fallas y defectos, que se plantean estar juntas para crear un espacio común de amor, de estabilidad y de consuelo; un “puerto seguro en un mundo que a veces es hostil”, como bien señala Christopher Lasch. Las expectativas que algunos parecen tener requerirían para su cumplimiento una mujer que fuera al mismo tiempo “novelista, astronauta y con un cuerpo y unas maneras de modelo”; o su equivalente en hombre, en el caso de las mujeres. Un matrimonio que se basa no en la negación del propio yo, sino en una autorrealización, exigiría una pareja que apenas necesitara atención personal y que satisficiera todas las necesidades propias sin esperar nada a cambio. Dicho de forma sencilla, hay quien espera demasiado de su pareja.

La Biblia explica por qué la búsqueda de la compatibilidad puede llegar a parecer tarea imposible. Como pastor, he tenido ocasión de hablar con miles de parejas, algunas de ellas con deseo de casarse, otras tratando de salvar su matrimonio, y otras decididas a no caer en ese compromiso. Y una y otra vez he oído decir: “El amor no debería ser algo tan difícil; debería manifestarse de forma natural y espontánea”. A lo que yo siempre respondo: “¿Por qué crees que debería ser así? ¿Crees que un jugador que aspire a marcar para su equipo puede decir ‘No debería ser tan duro y difícil’? ¿Podría alguien que aspire a escribir una gran novela decir ‘No debería ser tan difícil crear unos personajes creíbles dentro de una trama interesante’?”. La respuesta más lógica sería entonces: “Pero es que mi vida no es un partido ni una novela. Se trata de amor. El amor debería ser algo completamente natural entre dos personas, si es que son verdaderamente compatibles”.

La respuesta cristiana a semejante razonamiento es que la compatibilidad no existe. Stanley Hauerwas, profesor de ética en Duke University, lo hace ver así:

Nada hay tan destructivo en un matrimonio como la ética de una autorrealización que da por sentado que el matrimonio y la familia son instituciones para fomento del desarrollo personal y necesarias para hacernos felices y personas “completas”. Vivimos convencidos de que existe esa persona ideal con la que casarnos y que, si nos esforzamos por buscarla, acabaremos encontrándola. Pero ese enfoque no tiene en cuenta un factor crucial en todo matrimonio: que siempre vamos a casarnos con una persona que no es ideal.

Creemos que conocemos a la persona con la que nos casamos, pero no es así en absoluto. Y aunque sin duda es posible que acertemos y que nos casemos con la persona adecuada, deja que pase un tiempo y verás cómo cambia. El matrimonio [siendo, como es, algo tremendo], conlleva un cambio ineludible una vez iniciada la convivencia. El principal problema es entonces… aprender a amar y a ocuparte de esa persona desconocida con la que convives.

Hauerwas da la primera razón de por qué no hay posible pareja compatible y es porque el matrimonio va a cambiarnos, lo queramos o no. Y hay otra razón más. El pecado es una realidad inevitable, que va a suponer, entre otras cosas, estar centrado en uno mismo, viviendo en cierta medida incurvatus in se [curvado hacia uno mismo]. Denis de Rougemont señala en uno de sus escritos: “¿Qué razón hay para que unas personas neuróticas, egoístas e inmaduras se vuelvan de repente seres angelicales por haberse enamorado…?”. Y esa es la razón de que un matrimonio de éxito sea algo más difícil y más duro de conseguir que una proeza atlética o un mérito artístico. El talento natural sin cultivar no te permite jugar al béisbol como profesional, no escribir grandes novelas sin someterte primero a una disciplina muy severa y a un esfuerzo continuado. ¿Qué puede hacernos pensar que va a ser fácil vivir en armonía y felizmente con otro ser humano a la vista de nuestra naturaleza caída? De hecho, mucha gente que ha logrado triunfar en el deporte y en el arte, ha fracasado estrepitosamente en su matrimonio. La doctrina bíblica del pecado explica por qué el matrimonio, más que cualquier otra empresa humana, es algo tan difícil de conseguir que triunfe.

El matrimonio es a la vez doloroso y maravilloso por ser reflejo del evangelio, relación en la que se aúnan de forma singular ambas cualidades. El evangelio revela una verdad sorprendente: somos pecadores en una medida que no nos atrevemos a reconocer, y al mismo tiempo somos amados y aceptados por Jesús como jamás pudimos imaginar. Esa es la única relación que podrá obrar un auténtico cambio en nosotros. El amor que no va acompañado de verdad es mero sentimentalismo; nos reafirma y nos da aliento, pero sin hacernos reconocer nuestras faltas. La verdad sin amor es inclemente; proporciona información que no estamos en disposición de poder escuchar. El amor para salvación de Dios en Cristo se caracteriza tanto por una verdad radical respecto a quiénes somos, y por un compromiso de fidelidad igualmente radical. La misericordia que nos brinda nos hace ver la realidad del estado en que nos encontramos, y nos insta al arrepentimiento; convicción y arrepentimiento que nos mueven a aferrarnos a esa gracia y misericordia divinas.

Los momentos duros y difíciles del matrimonio pueden hacernos experimentar ese amor de Dios para transformación, mientras que las experiencias positivas en pareja también servirán para transformarnos humanamente. A través del evangelio, nosotros recibimos poder y dirección para el viaje del matrimonio.


Imagen: Lightstock
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