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Nuestros logros no se comparan con conocer a Cristo

Crecí en una iglesia en un contexto sumamente legalista, en la cual los reglamentos de vestimenta y juicios morales se valoraban por sobre la misma Biblia. Al tener suficiente edad, pensé que la mejor solución era alejarme de la iglesia, como respuesta al desgaste de tener que aparentar una moralidad superficial en la cual todos fingían ser “hermanos” pero nadie actuaba realmente de una forma transparente. Todas estas experiencias las sustituí trabajando en proyectos de ayuda social, activismo con jóvenes, y otros “logros” religiosos. En ninguno de los dos escenarios mi fin fue el pleno conocimiento de Cristo. Más bien era para ver cómo podía “ser” y “alcanzar” trofeos personales para impresionar a los demás y conseguir un poco de reconocimiento.

Mejor que las mejores actividades

A mi alrededor puedo ver un fenómeno común: la vida del líder cristiano se caracteriza por el activismo. Haciendo proyectos, planificando de la mejor manera cada actividad, y sumamente preocupado por la producción de los servicios, cultos o programas. “Que la multimedia esté a tiempo”, “que el sonido no tenga ruido”,  “que los músicos lleguen temprano”. Aun con la mejor de las intenciones, muchas veces está detrás el deseo de tener iglesias llenas de gente, de ser la iglesia influyente del momento. Pero dentro de las responsabilidades cotidianas olvidamos que el fin verdadero del liderazgo cristiano es seguir a Jesús. Aunque la producción o la forma en que trabajamos nuestros proyectos es importante, no es lo determinante.

En Filipenses 3, Pablo desarrolla un listado de logros religiosos. Los presenta como trofeos acumulados, valiosos a la vista del mundo. Pero para Pablo, estos trofeos son despreciables y los toma como vanos por una sola causa: el pleno conocimiento de Jesucristo. Si retrocedemos un poco en la historia de Pablo, en Hechos 9 se narra su conversión y cómo después de tener logros religiosos, el pleno conocimiento de Cristo cambió todo en su vida. Pablo expone claramente la forma en que sus logros son desestimados “Por amor de Cristo” (Filipenses 3:7). En el siguiente versículo desarrolla un poco esa frase corta pero tan profunda y la explica de la siguiente manera: “…Y aún más, yo estimo como pérdida todas las cosas en vista del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por Él lo he perdido todo, y lo considero como basura a fin de ganar a Cristo”.

Pablo en las siguientes frases del capítulo sigue comparando su propia figura con la de Jesús y concluye esa comparación con el versículo 12: No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús”.

Pablo está explicando la obra redentora de Jesucristo como la única manera de guardarse y no caer en las trampas de las ideas de los maestros con enseñanzas desviadas, de los líderes pragmáticos cuyo único fin es el cansancio y el sentimiento de productividad, y de los líderes moralistas que juzgan sin misericordia (Filipenses 3:13-20).

Estos versículos nos deberían de llevar a la balanza de cuánto estimamos la obra que hacemos diariamente en el ministerio y la manera en que valoramos nuestros proyectos. Si los ubicamos de un lado de la balanza y del otro lado el conocimiento excelente de Jesucristo, sin duda la valoración de todo lo que hacemos es como estiércol.

Mejor que el éxito aparente

Por otra parte la manera en que actualmente dirigimos la iglesia y las organizaciones cristianas podría compararse con la influencia que poseían los líderes religiosos y fariseos, quienes se preocupaban más por el cumplimiento de la ley en factores externos, resultando en personas que buscaban aprobación en sus acciones y colocaban sus logros religiosos en un lugar al que no pertenece, estimándolas aún más que el conocimiento pleno de Dios.

El reto más grande dentro del liderazgo cristiano es precisamente que cada persona pueda ver la plenitud de Cristo, y no tener puesta su mirada en el activismo o en las apariencias de lideres que se miran infalibles. No podemos desviarnos en la iglesia hacia otro fin que no sea el pleno conocimiento de Jesucristo. Si cambiamos el fin, distorsionamos el mensaje del verdadero evangelio para cumplir con nuestras metas y objetivos personales. Cuando nos dejamos llevar por títulos y logros que aumentan nuestro ego, simplemente estamos haciendo un nombre para nosotros mismos y no estamos dejando que se dé a conocer la plenitud de Cristo. Esto, por supuesto, no significa eliminar las actividades. Es más bien un cambio de enfoque y de prioridades. Nuestros planes deben, desde el principio, tener la proclamación y el deseo de que Cristo sea exaltado y Su pueblo pueda conocerle mejor, no convertirse en la identidad o sentido de propósito de nuestros ministerios.

El sentido de lo que enseña Pablo es que cada día, cada semana, cada mes, cada año, cada plan, cada proyecto, cada plática en lo cotidiano sea dirigida hacia estimar como el mayor logro el conocimiento de Jesús nuestro Señor. Entonces, ¿cuánto de lo que predicas, enseñas o modelas en el liderazgo cristiano apunta al pleno conocimiento de Cristo?

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