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2 Crónicas 1 – 5:1   y   Mateo 7 – 8

Entonces Salomón envió un mensaje a Hiram, rey de Tiro, diciendo: “Haz conmigo como hiciste con mi padre David, enviándole cedros para edificarle una casa donde habitar.

(2 Crónicas 2:3)

No hay duda que para realizar buenos negocios no sólo se necesitan buenos conocimientos de finanzas, ingeniería o economía. Los gigantes de los negocios son más que una fría computadora financiera que viste de traje y corbata. Basta leer de ellos en las crónicas periodísticas como para descubrir que tienen personalidades carismáticas, son excelentes diplomáticos y saben hacerse de un equipo de trabajo que les ayuda a concretar sus sueños más osados.

Salomón no sólo era un excelente gobernante, sino también un hombre de negocios excepcional (no olvidemos que era judío). Creo que cualquiera de nosotros debería tomar nota de algunas de las características de este hombre no solo para lograr la excelencia en el mundo de los negocios, sino también para entender que no hay nada que escape a la soberanía y el control de Dios en nuestras vidas.

Hagamos un ejercicio imaginario y sentémonos con Salomón a tomar un café y dejemos que nos aconseje:

“Veo que estás interesado en saber cómo llegué a ser exitoso en los negocios. Lo primero que tengo que decirte es que la verdad es que el Señor me ha prosperado en todo lo que he emprendido por su sola gracia soberana. Tengo negocios diversos con diferentes naciones y no puedo negar que no me ha ido mal. Te voy a contar un caso muy específico para que pueda mostrarte una manera de trabajar que glorifique a Dios. Lo primero es tener muy claro el objetivo de lo que quieres alcanzar, pero sin olvidar que no hay nada que escape de la esfera espiritual. Yo anhelaba concretar el sueño de mi padre de levantar un Templo para nuestro Dios. La tarea no era pequeña, pero me puse en acción con la meta muy clara (“Y Salomón decidió edificar una casa al nombre del Señor, y un palacio real para sí” –  2 Cro. 2:1).

En realidad, este plan no era mío, sino de mi padre. Y para ser completamente honesto, tampoco era una idea original de mi padre David, sino que venía directamente del Dios de Israel. Por eso te reitero que nada es más importante que tener claridad en cuanto a lo que Dios espera que realicemos en su nombre. Y ¡ojo! no hay asunto en nuestra vida, por más pequeño, laico o secular que parezca, en el que Dios no solo tenga algo que decir, sino que tenga TODO que decir al respecto.

Con la meta en la mente comienza la acción. Y con la acción viene el reconocimiento de que no podemos hacer nada solos. Necesitamos del Señor y nos necesitamos unos a otros. El trabajo logístico me fue mostrando que me faltaban algunas cosas necesarias para cumplir el objetivo. Tenía suficiente mano de obra, pero no tenía madera suficiente y tampoco tenía expertos locales para algunas tareas específicas. Por eso recurrí a mis contactos en el exterior. Y allí viene la segunda característica: Recuerda el dicho ‘herreros somos y en el camino nos encontramos’. Yo traté siempre de mantener excelentes relaciones con mis vecinos y con todos los contactos que desde los tiempos de mi padre mantenía Israel. Uno no sabe cuándo los va a necesitar y, por eso, no hay que descuidar las amistades y siempre hay que estar en paz y en buenas relaciones con todos. Y claro, tampoco podemos tener al Señor como un bombero que apaga nuestros incendios, sino como el Señor con el que vivimos en permanente comunión y sometimiento 24/7.

Yo sabía que había buena madera en Tiro, así que le escribí a Hiram, viejo amigo de mi padre: “…Haz conmigo como hiciste con mi padre David, enviándole cedros para edificarle una casa donde habitar. Voy a edificar una casa al nombre del Señor mi Dios… Y la casa que voy a edificar será grande; porque nuestro Dios es grande, más que todos los dioses” (2 Cro. 2:3-5). Por favor, no te equivoques en lo que te acabo de decir. No se trata de ser zalamero o medio hipocritón. De lo que se trata es que mantengamos firmes nuestras relaciones, pero con verdad, con estimación sincera y con mucha transparencia en nuestros propósitos.

Habrás notado que no le escondí nada a Hiram de lo que quería alcanzar y él terminó alabando mi sinceridad y se dispuso a colaborar conmigo. Sabes, yo detesto que las personas no me hablen con toda la verdad y sé que esto es un gran obstáculo que impide concretar no sólo buenos negocios, sino que también impide que florezca y prevalezca cualquier tema humano.

Quiero aclararte que yo no no me considero perfecto ni tampoco superior. Yo también soy un pecador en necesidad del Salvador. Tengo que reconocer que tengo un profundo afecto por el conocimiento y las ciencias, pero yo necesitaba algo que solo el Señor podía darme. Por eso le pedí sabiduría y ciencia para gobernar al pueblo conforme a su voluntad. ¡Qué mejor que pedirle al soberano del universo de su propia sabiduría para poder ser un buen mayordomo de su pueblo y sus recursos!

Gracias a Dios no somos productos terminados. El Señor sigue trabajando en nosotros, los que Él ha salvado y transformado, al hacernos cada día mejores. Yo recibí la mejor educación, siempre estuve atento a los consejos y el accionar de mi padre como rey. Fui testigo de excepción de los más grandes momentos de la historia de Israel y aprendí de ellos. Pero no bastaba con mi experiencia, genes o inteligencia. Necesitaba de la intervención de Dios al darme de su sabiduría y de su conocimiento”.

Eso es lo que quizás Salomón pudiera haber dicho. Es lamentable que muchos llegamos a creernos tan superiores que no se dejan asesorar. Esto es una profunda equivocación. Un cristiano no temerá potenciar su talento con personas expertas que le aconsejen y colaboren en el logro de sus objetivos. Hay muchas cosas que puedo hacer por mí mismo pero también (y es noble reconocer nuestras debilidades, ¿no crees?) sé que existe infinidad de asuntos en los que me declaró absolutamente incompetente. Por eso Salomón no dudó en pedirle ayuda a Hiram con el envío de un especialista que le faltaba. Estas fueron sus palabras: “Ahora pues, envíame un hombre diestro para trabajar en oro, en plata, en bronce, en hierro, y en material de púrpura, carmesí y violeta, y que sepa hacer grabados, para trabajar con los expertos que tengo en Judá y en Jerusalén, los cuales mi padre David proveyó” (2 Cro. 2:7). ¿Temor a la competencia? ¡Nada que ver! Los maestros de Israel aprendieron nuevas técnicas con la llegada de Hiram-abí a su equipo de trabajo.

Yo quisiera invitarte a que procures que la gente te perciba como un ser humano, que desde que vino a ser cristiano, es de Calidad Superior. En ese sentido, escucha las palabras de Hiram hacia Salomón en su carta de respuesta a su petición: “…Bendito sea el Señor, Dios de Israel, que ha hecho los cielos y la tierra, que ha dado al rey David un hijo sabio, dotado de prudencia y entendimiento, que edificará una casa para el Señor y un palacio real para sí” (2 Cro. 2:12). Estas palabras, en primer lugar, bendicen al Señor. Cuán importante es reconocer que nuestro obrar puede producir bendición y adoración al Señor aun por parte de labios incrédulos. Recuerden que Jesús dijo, “Así que, por sus frutos los conoceréis. No todo el que me dice: ‘Señor, Señor’, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt. 7:20-21). ¡No basta con verbalizar el evangelio, hay que vivirlo para que Dios sea glorificado!

Finalmente, de nada sirve empezar algo si es que no llegamos hasta el final. Hacer un buen negocio, como cualquier otra actividad humana, es terminar con todo el proceso, sin dejar pagos por hacer, trabajos por terminar o relaciones deshechas por falta de confianza. Detrás de cualquier negocio estamos nosotros, y si no estuviéramos, ellos tampoco existirían. Por eso, recuerda la ley de reciprocidad que nos enseñó Jesucristo: “Por eso, todo cuanto quieran que los hombres les hagan, así también hagan ustedes con ellos, porque ésta es la Ley y los Profetas” (Mt. 7:12).

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