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A mediados de Julio pude tomar unos días para estar a solas con mi esposa y disfrutar de la ciudad de Nueva York. Durante ese tiempo tuvimos la oportunidad de ver un nuevo musical de Broadway titulado “Amazing Grace”. El mismo se refiere a la historia de John Newton, el famoso compositor de este hermoso himno “Sublime Gracia”, que ha sido cantado una y otra vez. Muchos no conocen bien su historia, así como también  el hecho de que el himno en cierta forma es autobiográfico. Aunque la obra que vimos hace algunas modificaciones a su biografía, presenta claramente el mensaje principal de la vida de Newton: Dios salva a viles pecadores.

El musical comienza con Tomás, un esclavo del padre de Newton, diciendo, en referencia al himno y a la vida tan vil de Newton en su juventud: “es increíble que algo tan hermoso hubiera salido de alguien tan podrido”. Newton era un borracho y  rebelde, quien participó por muchos años en el tráfico legal de esclavos, y fue por un tiempo él mismo un esclavo. En medio de un viaje donde casi naufraga, él experimentó una radical conversión que lo llevó a un proceso de cambio, donde por muchos años terminó siendo el pastor de una congregación y apoyando la abolición de la esclavitud. En cierta forma, su conversión fue casi una experiencia como la de Pablo camino a Damasco, donde un hombre era claramente enemigo de Dios y, por la gracia del Señor, su vida cambia en un instante.

La historia de la conversión radical de Newton me hizo reflexionar acerca de que en ocasiones Dios salva radicalmente  a personas y luego vemos dos o tres generaciones posteriores a ellas que sus familias no sirven a Dios. ¿Por qué se ve muchas veces esta pérdida de pasión en las subsiguientes generaciones? No soy un experto en el tema de crianza: tengo un hijo de 8 años y una niña de 6 años que en muchas ocasiones me hacen recordar lo inadecuado que soy en esa área, y lo mucho que necesito la gracia de Dios. Pero pienso que la razón por la que muchas de las subsiguientes generaciones no tienen pasión por Dios es porque no les recordamos constantemente que son pecadores.

No hay una solución que garantiza la conversión de nuestros hijos. Siempre tenemos que depender de la gracia de Dios y reconocer que es Dios quien salva. De la misma forma, debemos de ser fieles a nuestro llamado como padres de instruirlos en el temor de Dios, y para lograrlo debemos de recordarles que son pecadores en necesidad de un salvador.

Desde ya puedo escuchar las críticas. “Le vas a bajar la autoestima, ellos lo que necesitan es nuestro ánimo y aprobación”, “Esos niños son criaturas de Dios”, “Es que no conoces a mi nena. ¡Ella es una adoradora! Si la vieras cómo levanta las manos durante la adoración”. Es cierto: tenemos que llenar a nuestros hijos de amor, apoyo y afirmación. A la vez, debemos enseñarles que hay una verdad que no cambia para ningún ser humano: somos pecadores con necesidad de un salvador.

Mira cómo Pablo se refiere a sí mismo casi al final de su ministerio:

“Palabra fiel y digna de ser aceptada por todos: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, entre los cuales yo soy el primero” (1 Ti. 1:15). Pablo estaba consciente de la gracia de Dios en su vida,  de que Dios lo estaba usando como apóstol. Pero también estaba consciente de la realidad de que era salvo solo por gracia y que todavía estaba batallando con su pecado.

El evangelio para todos

Por la gracia de Dios, nuestra casa está llena de risas, besos, abrazos y muchas memorias que atesoraremos toda una vida. Pero constantemente nuestros hijos escuchan el evangelio aplicado a sus vidas; y a la mía. La semana pasada fui impaciente con ellos durante un paseo de familia. Podía justificar mi impaciencia aduciendo a que estábamos en un lugar con muchas personas y no quería que ellos se perdieran. Pero la siguiente mañana llamé a una reunión familiar y confesé mi pecado y les pedí perdón por mi impaciencia. Mi esposa me comentó que no lo había notado, pero yo sabía que mi corazón había estado impaciente. En ese momento les modelé el evangelio. Cuando corrijo a mis hijos no solamente les digo que ellos son pecadores para que corran a su único Salvador, además les estoy diciendo que papi también es un pecador que necesita de ese mismo Salvador. Estamos juntos en la  batalla contra nuestro enemigo, el pecado.

Los padres también necesitan atesorar esta verdad. Un problema común es el énfasis puesto en la santificación exterior. Queremos que nuestros hijos actúen de cierta forma sin ayudarles a que Dios les transforme el corazón. Al respecto, una de las actitudes que los padres toman es que al no tener una doctrina del pecado correcta,  ellos no se presentan como pecadores ante sus hijos y, aunque sea con sus acciones, se levantan como “santos” delante de ellos. Pero sus hijos ven la hipocresía en la vida de padres así: observan que son pecadores y que no reconocen ni aceptan su condición. Sepulcros blanqueados tratan de levantar otros sepulcros blanqueados. Padres e hijos necesitan del evangelio: ambos necesitan la misma verdad que nos da humildad y dependencia de Cristo. Soy un pecador y necesito un salvador.

Si queremos ver pasión por el evangelio en nuestros hijos, debemos modelarles, instruirles y exhibirles lo que bíblicamente es presentado como aquello que muestra la mayor belleza de Cristo: el evangelio. Allí vemos que somos pecadores, pero Él murió por pecadores. No importa que fueras en tu pasado un traficante de esclavos, una prostituta, un ladrón, o que nacieras en un hogar Cristiano. Todos necesitamos en un momento dado responder al evangelio, a la realidad de nuestra pecaminosidad, y arrepentirnos de nuestra condición, y correr al Salvador. Este evangelio no es solo para adultos. Sí, nuestros hijos son pecadores, pero ahí hay también una bendición, porque Cristo vino a salvar pecadores.

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