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Miriam era una mujer muy joven cuando el Señor la usó para salvar a su hermanito Moisés en el Nilo. Se estima que tenía de siete a diez años.

Ella tenía múltiples cualidades. Era protectora, emprendedora, ingeniosa, madura, y desinteresada. Ella vio la mano de Dios de muchas maneras. Miriam vivió todas las confrontaciones que Moisés y Aarón tuvieron con el faraón (y probablemente estaba apoyándolos y orando por ellos). Ella también fue testigo de las plagas que el Señor mandó.

Miriam vio el ángel de Dios —Cristo preencarnado— y la columna de nube guiando a Israel. Ella cruzó el Mar Rojo en seco, y vio cómo el Señor aniquiló al ejército enemigo. Junto al pueblo judío, Miriam vivió lo que enseña el Salmo 115: “Oh Israel, confía en el Señor; El es tu ayuda y tu escudo”.

Un liderazgo natural

En Éxodo 15:20 encontramos la reacción de Miriam a todos estos acontecimientos: “Y Miriam la profetisa, hermana de Aarón, tomó en su mano el pandero, y todas las mujeres salieron tras ella con panderos y danzas”.

Su liderazgo era natural. Ella influenciaba y guiaba a las mujeres a reconocer lo que el Señor hacía, y a alabarle por sus obras.

También podemos deducir que Miriam lideraba y animaba a las mujeres que ofrecían sus prendas de oro al Señor, e hilaban hábilmente para la obra del tabernáculo (Éxodo 35:22; 25-26). Además, siendo profetisa, Miriam tenía estrecha relación con el Señor, ya que podía oírlo.

El pecado de Miriam

Sin embargo, cuando tenía aproximadamente cincuenta años, Miriam perdió el enfoque. Esto la hizo caer en pecados muy comunes entre los líderes: el orgullo y la envidia.

“Entonces Miriam y Aarón hablaron contra Moisés por causa de la mujer cusita con quien se había casado y dijeron: ¿Es cierto que el Señor ha hablado sólo mediante Moisés? ¿No ha hablado también mediante nosotros?” (Números 12:1-2).

¿Ves la conexión entre la mujer cusita y la queja de Miriam y Aarón? Es difícil verla, ¿no? Muchas veces la queja es realmente una pantalla de lo que en realidad hay en nuestro corazón.

Y ya que Miriam vivió de primera mano tantos milagros realizados por el Señor, Él también exigió mucho de ella (Lucas 12:48).

El Señor oye

En Números 12, el Señor confronta a Aarón y Miriam: “Pero cuando la nube se retiró de sobre la tienda, he aquí que Miriam estaba leprosa, blanca como la nieve. Y cuando Aarón se volvió hacia Miriam, vio que estaba leprosa” (vv. 10-11).

Números 11:1 nos enseña que el chisme y la queja es peligroso entre las líderes: “Y el pueblo comenzó a quejarse en la adversidad a oídos del Señor; y cuando el Señor lo oyó, se encendió su ira, y el fuego del Señor ardió entre ellos y consumió un extremo del campamento”.

Las ovejas siguen a sus líderes, y cuando nosotras estamos desenfocadas y en pecado guiamos a quienes nos siguen hacia el pecado.

Números 11:1 dice, “el Señor lo oyó”. Dios escuchó la queja pecaminosa del pueblo, y también escuchó la queja pecaminosa de Miriam.

En ese tiempo, los sacerdotes eran los que debían pronunciar a las personas como inmundas cuando tenían lepra y mandarlos a las afueras del campamento. Aarón, reconociendo que él también había pecado, tenía que declarar a su hermana inmunda y mandarla a alejarse del pueblo. ¡Qué vergüenza! ¡Qué culpa!

Guarda tu corazón

Esta historia nos recuerda que no debemos solo comenzar bien, sino también terminar bien.

Miriam fue una mujer muy dotada por Dios. Ella fue usada a una edad muy joven para salvar a Moisés de la muerte. Ella lideró a las mujeres del pueblo de Israel, y tuvo un impacto grande sobre ellas. Sin embargo, Miriam dejó que los celos entraran en su corazón y mente, y sufrió las consecuencias.

Miriam perdió la influencia que tuvo, por trabajar no en contra de su hermano sino en contra de Dios. El Señor nunca más la utilizó. En Números 20:1 leemos que murió y fue enterrada en el desierto de Zin.

Si queremos ser usadas por Dios como líderes, si queremos tener éxito como líderes, si queremos tener mayor intimidad con Dios como líderes, entonces tenemos que liderar como Dios quiere y guardarnos del pecado.

Miriam vivió lo que Santiago 3:1 nos advierte: “Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación”.

Dios es misericordioso, sin embargo Él también es justo y Él no dejará que el pecado público exhibido entre sus líderes quede impune. Dios ama a su pueblo y por eso lo protegerá contra los líderes que no están caminando con Él.

Que al final de nuestro peregrinaje podamos decir como Pablo, “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe. En el futuro me está reservada la corona de justicia que el Señor, el Juez justo, me entregará en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Timoteo 4:7-8).

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