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Conocí a Martyn el verano del año pasado, cuando mis hijos estaban de vacaciones escolares y no tenía que levantarme temprano para llevarlos a la escuela. Hace algunos años había comprado su libro “El Sermón del Monte”, un libro que contiene 60 predicaciones acerca del sermón de Jesús que se encuentra en los capítulos del 5 al 7 del Evangelio de Mateo.

Aunque mi amistad con él inició en 2015, Martyn falleció 34 años antes de que lo escuchara por primera vez. Yo solo tenía 6 años cuando él vio este mundo por última vez, pero esto no afectó en lo más mínimo el inicio de nuestra gran amistad.

Martyn, mejor conocido como el Dr. Martyn Lloyd-Jones, es considerado uno de los más grandes predicadores del siglo XX. Fue pastor de la iglesia Westminster Chapel, en Londres, por 29 años hasta su retiro en 1968. Su predicación era bíblica, expositiva, sincera, y de fuerte convicción.

Ahora, usted podría preguntar: ¿por qué le llamas a Martyn tu amigo? ¿Qué pasa con el respeto que se merece el Dr. Martyn Lloyd-Jones?

Bueno… ¡Porque él es Martyn, mi amigo! Un amigo, de acuerdo a mi definición, es alguien que:

  1. Es abierto y honesto contigo.
  2. Te dice lo que tienes que escuchar, cuando lo tienes que escuchar, y de la manera en que lo tienes que escuchar, sin importar que te vaya a doler.
  3. Te anima a alcanzar los propósitos que Dios ha determinado para tu vida.

Esto es justamente lo que Martyn ha sido para conmigo.

Desde mayo de 2015, todas las mañanas me siento con mi taza de café junto a Martyn, para escuchar lo que él tiene que decirme de parte de Dios en ese día. La mayoría del material disponible son sermones —grabados y taquigrafiados—, que hoy pueden ser leídos tal como los predicó. Cada mañana, esos sermones me muestran la riqueza de las Escrituras, lo maravilloso y majestuoso de nuestro Dios, y la triste y cruda realidad de mi alma pecaminosa.

Lloyd-Jones me muestra la madurez y espiritualidad de sus reflexiones, ya que cuando lo leo o lo escucho, mi mirada nunca se queda puesta en él o en mí. Sus sermones me dejan siempre con una urgente necesidad de correr hacia Dios, de dejar atrás lo que no le pertenece a Él, y de morir a mí mismo para vivir en Cristo.

Como habrás notado, hay muchísimo que aprecio de mi amigo Martyn. Pero hay dos cualidades que lo hicieron convertirse en uno de los predicadores más relevantes en su época, e incluso aún hoy en día:

Su pasión por la predicación expositiva

Martyn estaba convencido de que un predicador debía exponer todo el consejo de Dios (Hch. 20:27). Por eso exponía toda la Biblia con la pasión, la meticulosidad, y la autoridad que solo poseen las Escrituras. Lo hacía de manera que era fácil encontrarlo exponiendo un mismo pasaje de las Escrituras durante varias semanas. A diferencia de otros predicadores de su época (y lamentablemente de la nuestra), Martyn no usaba el púlpito para discutir los temas que estaban en el tapete social o político del momento. Para él, el púlpito era exclusivamente para la predicación de la Escritura, porque veía en ella la respuesta definitiva a los verdaderos problemas del ser humano de todas las épocas y en todas sus circunstancias.

Sin embargo, esta actitud no hacía que fuera indolente con lo que sucedía a su alrededor. La semana que fue asesinado John F. Kennedy, Martyn no tomó ese doloroso e impactante hecho para detener la serie que estaba predicando a su congregación sobre el libro de Gálatas, pero tampoco pasó por alto el suceso. Lloyd-Jones lo incorporó en su sermón con las siguientes palabras: “En muchos sentidos, desearía creer que el asesinato de John F. Kennedy unirá a las naciones del mundo. Pero sé que no lo hará. No puede hacerlo. Probablemente conllevará más odio y violencia. Pero hay una muerte, un asesinato que sucedió una vez, que es capaz de reconciliar porque reconcilia a los hombres con Dios, y los reconcilia entre sí”.[1]

Su pasión por las almas

Martyn era un predicador. Sus sermones tenían riqueza doctrinal, pero siempre fueron predicados utilizando una fuerte lógica, mucho sentido común, y sobre todo, fueron expuestos en un lenguaje que sus oyentes podían escuchar y entender. Al final de cuentas, para él, “un sermón está destinado a ser escuchado y a producir un impacto inmediato en sus oyentes”.[2]

Todos sus sermones terminaban con algún tipo de llamado, pero no con el típico llamado que conocemos hoy, donde se invita a la personas a pasar adelante. Martyn no creía en que se precisaba hacer acto público alguno como parte de llegar a tener fe en Cristo. Nunca pedía a los conversos que se identificaran públicamente[3], evitando de forma deliberada cualquier intento de calcular cifras de conversos en su ministerio. Él descansaba en el poder de las Escrituras y en la obra del Espíritu Santo para la conversión del corazón endurecido.

Este es mi amigo Martyn. A pesar de que murió, todavía habla hoy. Es alguien que, una vez lo conoces, se vuelve un verdadero amigo para toda la vida; es alguien que no se conformará en dejarte igual como el día en que lo conociste. Te animo, por lo tanto, a que tú también te tomes el tiempo de conocerle. Él está más que disponible para ser tu amigo también, y en eso, apuntarte al Señor que nos hizo hermanos.


[1] Martyn Lloyd-Jones, La Cruz: El camino de la salvación según Dios, Editorial Peregrino (2000), p.148.

[2] Martyn Lloyd-Jones, El Sermón del Monte, Banner of Truth (2008), p.7.

[3] Martyn Lloyd-Jones, Sermones Evangelísticos, Editorial Peregrino (2000), p.9.

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