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“Antes de casarme”, recordaba Martín Lutero, “la cama estaba desarreglada por un año entero y estaba mugrienta de sudor. Pero yo trabajaba tan duro y estaba tan cansado que caía en ella sin darme cuenta de lo sucia que estaba”. Sin embargo, cuando Martín se casó con la monja fugitiva Katherine Von Bora, a quien él llamaba Katy, la cama estaba hecha, las sábanas cambiadas, ¡y la casa se mantenía limpia! Pero la vida no fue de color rosa para Lutero, una vez que se casó.

Martín aprendió rápidamente que el matrimonio significa sacrificio, preocupándose no solo por sus propias necesidades, sino también por las de su esposa y su familia. “Hay mucho a que acostumbrarse a en el primer año de matrimonio”, escribió. “Uno se despierta por la mañana y encuentra un par de trenzas en la almohada que no estaban allí antes”. Roland Bainton, en su biografía de Martín Lutero, Here I Stand, comenta: “Pronto descubrió que un marido debe tener los deseos de su esposa en cuenta” (226). Para citar solo un ejemplo, si no fuera por Katy, Martín hubiera asistido a la boda de Spalatin, encontrándose con la violencia de los campesinos para poder llegar ahí. Lutero ya no podía pensar solo en sí mismo, sino que ahora tenía una esposa (y pronto muchos niños) para quienes proveer.

Una mujer ingeniosa

Martín no trajo nada a su matrimonio, excepto algunos libros viejos y ropa olorosa. Los Lutero comenzaron en una mala posición financiera. Las responsabilidades de la casa tampoco eran ligeras. Katy tenía que trabajar en la casa y en la tierra en que vivían para poder cubrir las necesidades del hogar. Lutero se preocupaba por el jardín, y Katy por el huerto, el estanque, y el corral. ¡Katy mataba las gallinas, los cerdos, y las vacas ella misma! Martin escribió de Katy en una carta en 1535, “Mi señora Katy le saluda. Ella planta nuestros campos, pastos, y vende vacas, etcétera [¿Cuánto cubre ese etcétera?]. Mientras tanto ha empezado a leer la Biblia. Le he prometido 50 gulden si termina antes de la Pascua. Ella se ha esforzado mucho en ello y se encuentra al final del quinto libro de Moisés”.

Eventualmente, Martín tuvo una granja en Zulsdorf, manejada por Katy. Los Lutero pasarían tiempo en la granja cada año. Cómicamente, Martín escribió a su muy amada Katy, “A la señora rica de Zulsdorf, la señora Dr. Katherine Lutero, quien vive en la carne en Wittenberg, pero en espíritu en Zulsdorf”. Y en otro momento, “A mi amada esposa, Katherine, la señora Dr. Lutero, dueña del mercado porcino, señora de Zulsdorf, y cualesquiera otros títulos puedan convenir a su gracia”. Martín no fue fácil de cuidar. A menudo estaba enfermo y en varios momentos (si no todo a la vez) sufría de gota, insomnio, catarro, hemorroides, estreñimiento, piedra, mareos, y zumbido en los oídos. Bainton observa el amor de Martín hacia Katy durante estas dificultades:

Katy era una maestra de hierbas, cataplasmas, y masajes. Su hijo Pablo, quien se convirtió en un médico, dijo que su madre era mitad médico. Mantuvo a Lutero alejado del vino y le dio cerveza, lo que sirvió como un sedante para el insomnio y un disolvente para la piedra. Y ella misma hacía la cerveza. Cuando él estaba fuera de casa, ¡cómo apreciaba sus cuidados! Después de un año de matrimonio, le escribió a un amigo: “Mi Katy está en todas las cosas tan complaciente y agradable para conmigo que no cambiaría mi pobreza por las riquezas de Creso”. Le dio el tributo más alto cuando llamó a la epístola de San Pablo a los Gálatas “mi Katherine von Bora”. Comenzó a preocuparse un poco por su devoción: “Le doy más crédito a Katherine que a Cristo, que ha hecho mucho más por mí”.

Martín y Katy se amaban, y Martín valoraba a Katy por cuidar tan bien de su frágil cuerpo.

Un hogar creciente

El hogar Lutero pronto creció a pasos agigantados. Katy dio a luz a un hijo, Hans. Martín escribió, “Mi querida Katy trajo al mundo ayer por la gracia de Dios a las dos en punto a un pequeño hijo, Hans Lutero. Tengo que parar. La enferma Katy me llama”. En su típico humor, Lutero envolvió en pañales a Hans y dijo, “Patea, pequeño compañero. Eso es lo que el Papa me hizo a mí, pero yo logre safárme”. Lo que más aprecio de las entradas en el diario de Lutero en este punto es cuán verdaderos son sus comentarios a la vida real. Tan lindo como Hans podría haber sido, las horas de la noche con un bebé llorando eran tediosas y una dificultad. “Hans”, dijo Lutero, “está cortando sus dientes y empezando a hacer de sí mismo una gozosa molestia. Estas son las alegrías del matrimonio de las que el Papa no es digno”. En total, los Lutero tuvieron seis hijos: Hans, Elizabeth, Magdalena, Martín, Pablo, y Margarita. Lutero dijo de Elizabeth cuando ella nació el 10 de Diciembre de 1527, “Dios ha producido a partir de mí y de mi esposa Katie una pequeña idólatra”.

Pero el ruido continuo en la casa de Lutero no solo se debía a sus hijos, sino también a los muchos amigos y estudiantes que estaban constantemente a la puerta de Lutero. Uno de los ejemplos más escandalosos se produjo en la noche de la boda de Martin y Katy. A las once hubo un golpe en la puerta. Fue Carlstadt, que huía de la guerra de los campesinos, buscando un lugar para alojarse. Por supuesto, los Lutero lo acogieron. Carlstadt no sería el último. Los Lutero tomaron a los enfermos en muchas ocasiones. Lo más impresionante, sin embargo, fue el amor que los Lutero tenían por los huérfanos. Martin y Katy adoptaron cuatro niños huérfanos de sus familiares, haciendo un total de diez niños (!) en el hogar de los Lutero. Conocidos por tener una puerta abierta, a veces la familia Lutero tenía hasta 25 niños y estudiantes bajo su techo. No hace falta decir que esto no era tarea fácil para Katy. Incluso las horas de las comidas en el hogar Lutero eran ocupadas. La famosa Charla de Sobremesa de Martín vino de la mesa donde los Lutero cenaban. Los estudiantes estaban siempre en su mesa haciendo preguntas a altas horas de la noche. Pero el agotamiento era abrumador, tanto así que una noche, cuando Martín estaba hablando a la mesa, Katy subió a su habitación y, literalmente, se desmayó.

La vida era dura. La vida familiar era dura. El matrimonio era duro. Y, sin embargo, Martín y Katy se amaban muchísimo. Ellos veían el matrimonio como una escuela de carácter, en la que Dios usa las dificultades de la vida diaria en familia para santificarnos. Bainton pone el asunto de manera excelente:

En este sentido, desplaza el monasterio, que había sido considerado por la Iglesia como el campo de entrenamiento de la virtud y la manera más segura al cielo. Lutero en el rechazo de todos los medios de ganar la salvación no excluye el ejercicio en fortaleza, paciencia, caridad, y humildad. La vida familiar es exigente. El jefe de la casa tiene la preocupación de toda la vida de proveer el pan de cada día. La mujer tiene el portar de los niños. Durante el embarazo ella sufre de mareos, dolor de cabeza, náuseas, dolor de muelas, e hinchazón de las piernas. En los dolores de parto su marido puede consolarla diciendo: “Piensa, querida Greta, que eres una mujer y tu trabajo es agradable a Dios. Gózate en su voluntad. Da a luz al niño. En caso de que mueras, es por trabajo noble y en obediencia a Dios. Si no fueras una mujer, deberías desear ser una, para poder sufrir y morir en tan preciosa y noble obra de Dios”.

Tal vez en ninguna parte es la “escuela del carácter” más evidente que en la crianza de los niños. Si eres un padre sabes lo estresante que puede ser y cuan duro puede ser a tu propia santificación, tener un niño que no se cansa, perturbando al resto de la casa con gritos durante la noche. Yo lo sé, y mi esposa más que yo. La casa de Lutero no fue una excepción. Bainton escribe,

La crianza de los niños es una prueba para ambos padres. A uno de sus más jóvenes Lutero dijo: “Hija, ¿qué has hecho para que yo te ame tanto? Has perturbado toda la casa con tus gritos”. Y cuando un bebé lloró durante una hora y los padres estaban al final de sus recursos, él comentó, “Este es el tipo de cosa que ha provocado a los padres de la Iglesia a vilipendiar el matrimonio. Pero Dios antes del último día ha traído de nuevo el matrimonio y la magistratura a su estima adecuado”. La madre, por supuesto, tiene la peor parte. Sin embargo, el padre puede tener que salir a tender los pañales, para la diversión de los vecinos. “Que se rían. Dios y los ángeles sonríen en el cielo”.

El matrimonio y la paciencia

En las palabras de Martín nunca faltaban la combinación de verdad bíblica y humor. Lutero exclamó en un momento dado, “Buen Dios, ¡qué montón de problemas hay en el matrimonio! Adán ha hecho un desastre de nuestra naturaleza. Piensa en todas las disputas que Adán y Eva han de haber tenido en el curso de sus novecientos años. Eva decía: 'Te comiste la manzana', y Adán respondería, 'Tú me la diste'”.

La paciencia de Katy se agotaba también. Una vez le dijo a Lutero, “Doctor, ¿por qué no deja de hablar y come?” Lutero respondió: “Ojalá y las mujeres repitieran el Padre Nuestro antes de hablar”. Pero Bainton explica por qué su paciencia uno con el otro, y sobre todo con sus muchos hijos, puede que se haya agotado en ocasiones:

Parte de la dificultad era que el ritmo de trabajo y de descanso no coincidía para Lutero y su esposa. Después de un día con los niños, animales, y sirvientes, ella quería hablar con un igual; mientras que él, después de haber predicado cuatro veces, dado conferencias y conversado con estudiantes durante las comidas, quería caer en una silla y sumergirse en un libro. Entonces Katy comenzaría “Herr Doktor, ¿es el primer ministro de Prusia hermano del duque?”

Martín sabía que su paciencia era difícil de encontrar a veces. Una vez dijo: “Toda mi vida es paciencia. Tengo que tener paciencia con el Papa, los herejes, mi familia, y Katy”. Pero, como observa acertadamente Bainton, Martín “reconoció que esto era bueno para él”. Una vez más, el matrimonio y la familia eran una escuela de carácter.

A pesar de las dificultades de la vida diaria, Martín amaba a Katy enormemente. Y él sabía que el amor conyugal se hace más fuerte con el tiempo. “El primer amor es borracho. Cuando la intoxicación se desvanece, entonces viene el amor matrimonial verdadero”. Y de nuevo Lutero escribió, “Unión de la carne no hace nada. También debe haber unión de costumbres y de la mente”.

El amor de Martín hacia Katy era evidente sobre todo cuando ella se enfermaba. Él escribió, “Oh, Katy, no mueras y me abandones”. Martin no podía soportar la idea de perder su “costilla”, como a menudo llamaba Katy bromeando.

Pero Martín y Katie también amaban a sus hijos, y los amaban más que a su vida misma. Tal vez la prueba más difícil que Martín y Katy experimentaron fue la muerte de su hija Magdalena, cuando solo tenía 14 años de edad. En su lecho de muerte Martin oró: “Oh Dios, cuanto la amo, pero hágase Tu Voluntad”. Bainton explica lo que sucedió cuando murió:

Lutero se reprochó a sí mismo porque Dios lo había bendecido como ningún obispo había sido bendecido en mil años, y sin embargo no podía encontrar en su corazón darle gracias a Dios. Katy se quedó afuera, inundada por el dolor; y Lutero sostuvo a la niña en sus brazos mientras fallecía. Cuando la acostó, dijo, “Du liebes Lenchen, te levantarás y brillarás como las estrellas y el sol. Qué extraño es saber que ella está en paz y todo está bien, y sin embargo sentir tanto dolor”.

Paz y tristeza. Que el matrimonio de Martín y Katy, así como su amor por sus hijos, nos recuerdan hoy del amor de Cristo por su Iglesia y el amor del Padre por nosotros como sus hijos redimidos.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Kevin Lara. 
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