“Mira, pues, que la luz que en ti hay no sea oscuridad”, Lucas 11:35.
Este versículo interesante me recuerda la realidad de que muchas veces no puedo ver en mí mismo áreas de oscuridad en mi personalidad y carácter.
Es la realidad de no ver cuando estoy negando a otros la gracia que yo mismo he recibido; es defender las doctrinas de la gracia sin mucha gracia; es cuando mis convicciones, aún teológicas, se llegan a convertir en solo información en mi cabeza, pero lejos de impactar mi corazón.
También es cuando mi justificación (recibida solo por gracia) se convierte en mi justificación… ante otros, ante mí mismo, y aún ante Dios; cuando actúo como si mis buenas obras me dan un récord de justicia por el cual soy recibido en su presencia.
Esa luz real en los hijos de Dios, por la presencia del Espíritu Santo en mí, puede no estar alumbrando cada área de mi corazón y afectos. “Así que, si todo tu cuerpo está lleno de luz, sin tener parte alguna en tinieblas, estará totalmente iluminado como cuando la lámpara te alumbra con sus rayos” (v. 36).
Por tanto, es importante reconocer que esta realidad es el estado natural de mi corazón, aún regenerado, todavía en proceso de santificación.
Es por eso que su Palabra debe confrontarme continuamente. Necesito que la luz de su Espíritu alumbre las áreas de oscuridad en mí, hasta que el gozo de la provisión de Dios impregne mi vida; hasta que su amor por mí capture mi corazón y sus afectos, y entonces empiece a producir cambios profundos de adentro hacia afuera.
Esas son las buenas noticias para ti y para mí, que este proceso es una obra de gozosa dependencia en Él, “no poniendo la confianza en la carne” (Fil. 3:3) y hasta que podamos estimar “como pérdida todas las cosas en vista del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor” (Fil. 3:7-8).
Piensa en esto y encuentra tu descanso en Él.
