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El magnum opus de Lutero –La voluntad determinada (1525)– no era un simple ataque a la perspectiva de Erasmo sobre el libre albedrío, sino una defensa de la perspicuidad (claridad) de las Escrituras.

Erasmo justificó su indiferencia hacia la doctrina cristiana apelando a la falta de claridad de la Biblia. No le gustó nada que sonase meramente dogmático.

Tal forma de razonar molestó a Lutero. Fueron las aserciones claras de la Escritura –sobre todo Romanos 1:17– las que habían librado al reformador alemán de su falta de seguridad de salvación, convirtiendo al monje agustiniano en un predicador y teólogo protestante.

Lutero estaba preocupado porque creyó que la apatía de Erasmo hacia la teología iba a acabar con la verdadera fuente de la esperanza cristiana: las promesas del Dios Altísimo. ¿Cómo podía el creyente común y corriente tener una fe fuerte sin una palabra infalible del Señor?

El debate con Erasmo entonces se trató de algo mucho más importante que una simple discusión académica. Lutero entendió claramente que la esencia del gozo, paz, y esperanza cristiana estaba en juego. A la luz de la experiencia de sus propias luchas espirituales, Lutero preguntó a Erasmo: “¿Qué es más deplorable que la incertidumbre?”

Lutero, pues, lanzó un ataque frontal contra las propuestas teológicas de Erasmo en el nombre de la fidelidad de Dios, la perspicuidad de su Palabra, y el bienestar del pueblo del Señor.

1. Las dos caras de Erasmo

En primer lugar, Lutero asaltó la hipocresía intelectual de Erasmo. Por un lado, el holandés quiso someterse (de manera conservadora) a la autoridad de la Iglesia Católica Romana en cuanto a la interpretación de las Escrituras; pero por el otro lado, quiso poner en tela de juicio (de manera liberal) la claridad del mensaje de la Palabra de Dios.

Escribe el alemán, “Según tu manera de ser, con rara persistencia procuras ser en todas partes resbaladizo y de lenguaje ambiguo, y que, más cauto que el mismo Ulises, prefieres navegar entre Escila y Caribdis: sin querer hacer afirmaciones concretas, no obstante, quieres aparecer como quien las hace”.

Lutero no aceptó la forma en que Erasmo quiso pasar por alto el asunto de la verdad de la Biblia por amor a la paz sociopolítica y eclesiástica. “En resumen: estas palabras tuyas suenan como si nada te importara qué cosa cree cualquiera en cualquier lugar, con tal de que no se altere la paz del mundo”. El evangelio de Lutero fue demasiado importante como para ser sacrificado en el altar de una paz falsa. El estilo literario tan elegante de Erasmo ofrecía poca sustancia doctrinal. Lutero advirtió a su enemigo: “¡Teme al Espíritu de Dios, que escudriña los riñones y corazones, y no se deja engañar con palabras artificiosas!”

2. La Escritura por encima de la Iglesia

En segundo lugar, Lutero afirmó que la Iglesia no tiene autoridad ninguna sobre las Escrituras. Es la Palabra la que tiene que prevalecer sobre la Iglesia. “¿Qué puede decretar la Iglesia fuera de lo que está decretado en las Escrituras?”

Como lo expresó un admirador de Lutero, Juan Calvino, “Ha crecido entre muchos un error muy perjudicial y es pensar que la Escritura no tiene más autoridad que la que la Iglesia de común acuerdo le concediere; como si la eterna e inviolable verdad de Dios estribase en la fantasía de los hombres […] ¿Qué será de las pobres conciencias que buscan una firme certidumbre de la vida eterna, si todas cuantas promesas nos son hechas se apoyan en el solo capricho de los hombres?” (Institución, 1.7.2).

Como en el caso de Lutero, Calvino reconoció que la autoridad de las Escrituras no era una mera cuestión intelectual, sino una cargada de implicaciones pastorales. El francés apeló a Efesios 2:20 para demostrar bíblicamente que la Palabra está por encima de la Iglesia (y no viceversa). Este énfasis en la autoridad de la Biblia sobre la Iglesia llegaría a ser una doctrina distintiva del protestantismo.

3. El Espíritu nos confirma que la Escritura es de Dios

En tercer lugar, Lutero insistió en que el creyente podía estar seguro de la veracidad de la Palabra gracias al testimonio del Espíritu divino. En una de las citas más famosas de La voluntad determinada, el reformador recalca que: “El Espíritu Santo no es un escéptico; tampoco son dudas o meras opiniones lo que Él escribió en nuestros corazones, sino aserciones, más ciertas e inconmovibles que la vida misma y cualquier experiencia”.

Además de la claridad textual de la Palabra revelada en sus aserciones, el Espíritu Santo iluminaba la mente del creyente para que entendiese el núcleo de la enseñanza bíblica. “Hay una doble claridad de las Escrituras […] una claridad es la exterior, que está puesta en el ministerio de la Palabra; la otra es la que está situada en la cognición que tiene lugar en el corazón. Si vamos a la claridad interior, ningún hombre entiende siquiera una jota de las Escrituras, a no ser aquel que tiene el Espíritu de Dios. […] Es, pues, imprescindible el Espíritu para poder entender las Escrituras enteras o cualquiera de sus partes”.

Sin el ministerio del Espíritu a través de la predicación de la Palabra y el testimonio secreto en el corazón, no es posible entender las Escrituras en un sentido salvífico.

4. La verdadera fuente de la incertidumbre

En cuarto lugar, si el Espíritu Santo clarifica el mensaje de la Biblia, ¿cómo explicar la incertidumbre que caracterizó a Erasmo y a otros escépticos? Lutero tiene una respuesta clara: la culpa se debe a la mente caída y pecaminosa del ser humano. Sin un ministerio eficaz y la regeneración del corazón, no se puede entender las Escrituras. “Mas el hecho de que muchas cosas sean abstrusas para muchos, se debe no a la oscuridad de las Escrituras, sino a la ceguedad o desidia de esa gente misma que no se quiere molestar en ver la clarísima verdad”.

Y otra vez, “Con igual temeridad podría inculpar al sol y a un día oscuro el hombre que se tapase los ojos o que pasase de la luz a la oscuridad y se escondiese. Desistan, pues, aquellos miserables de achacar con blasfema perversidad las tinieblas y perversidad de su corazón a las tan claras Escrituras de Dios”.

En cuanto a Lutero, entonces, la incredulidad de Erasmo no tenía nada que ver con las Escrituras sino más bien con la oscuridad del corazón del erudito holandés.

5. El cristianismo depende de aserciones

En quinto lugar, a la luz de todo lo antedicho, Lutero hizo hincapié en la naturaleza dogmática del cristianismo. Sin aserciones doctrinales, la fe cristiana no podría florecer en el mundo. En términos del reformador: “Lo que corresponde a un corazón cristiano no es el sentir desagrado ante las aserciones; antes bien, las aserciones deben agradarle, de lo contrario, no sería cristiano. […] Por aserción yo entiendo: adherir a algo invariablemente, afirmado, confesarlo, defenderlo y perseverar en ello sin claudicar […] Hablo de las cosas que deben ser objeto de aserciones, cosas que nos han sido entregadas por Dios en las Sagradas Escrituras”.

El amor de Lutero hacia la verdad proposicional explica su disgusto por el escepticismo teológico. “Lejos estén de los que somos cristianos los escépticos y académicos”. La vitalidad del cristianismo consiste en aserciones y afirmaciones tocantes a la verdad. “Nada es entre los cristianos más conocido ni más usual que la aserción. Haz desaparecer las aserciones y habrás hecho desaparecer el cristianismo. […] ¿Quién de entre los cristianos consentiría en que las aserciones son cosas que deben despreciarse?”

Conclusión

Ante la indiferencia doctrinal que predomina en el mundo contemporáneo, haríamos bien en pedirle al Señor una buena dosis del espíritu de Lutero. Hace falta redescubrir las grandes “aserciones” de las Escrituras y la Reforma: Sola Scriptura, Sola Gratia, Solus Christus, Sola Fide y Soli Deo Gloria.

Consiguientemente, el creyente tiene que tener mucho cuidado a la hora de hacer caso a cualquier voz liberal, emergente, posmoderna o escéptica que apela a la “oscuridad” de las Escrituras. Las afirmaciones centrales de la Escritura son tan claras como el sol. Y no solamente son aserciones perspicuas, sino también vitales para la propagación del evangelio por todo el mundo.

Imagen: Lightstock
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