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1 Crónicas 28 – 29   y   Mateo 5 – 6

Pero ¿quién soy yo y quién es mi pueblo para que podamos ofrecer tan generosamente todo esto? Porque de Ti proceden todas las cosas, y de lo recibido de Tu mano Te damos.

(1 Crónicas 29:14)

Leía hace unos días atrás el caso de un anciano que secretamente le dejó a organizaciones de caridad más de un millón de dólares como herencia. Lo sorprendente es que sus familiares nunca se percataron de la fortuna que su solitario pariente había acumulado con los años. Lo malo para ellos fue que no les dejó ni un solo centavo. Leí también por allí que Bill Gates había mencionado que no dejaría a sus hijos toda su fortuna, sino sólo una pequeña cantidad para que ellos puedan reconocer el valor de conseguir las cosas por sí mismos. Pero también leí de una señora inglesa que dejó una pequeña fortuna a sus gatos para que sean mantenidos por sirvientes hasta sus muertes. Todas estas historias nos muestran que en función de legados nadie ha dicho la última palabra. Pero más allá de estos datos curiosos, ¿qué les podemos dejar como herencia a los nuestros?

Mi hija tiene ahora diecinueve años. Su nombre es Adriana. A ella quisiera dejarle tantas cosas, por ejemplo, uno piensa en el bienestar y la tranquilidad económica, pero más que eso, quisiera que se quede con un recuerdo noble y guiador cuando evoque a su padre. Siento en mi corazón que un legado va más allá de bienes materiales o cuentas bancarias; un buen legado es, más bien, dejar una senda, cimientos sólidos sobre los cuales se pueda edificar una buena vida, una formación y principios que permitan enfrentar las dificultades y bendiciones de la vida. En resumen, riqueza almacenada en el corazón que la llene de bienes espirituales que se puedan gastar ilimitadamente para su provecho y para la gloria de Dios durante todos los días de su vida.

El rey David está preparando su partida. Como todo hombre prudente, estaba poniendo en orden su casa antes de morir. En los últimos capítulos del primer libro de Crónicas, David enumera el legado para Salomón, del cual quisiera que obtengamos los principios de aquello valioso que le podemos dejar a los que vienen detrás nuestro. Así escribiría el mío.

Querida hija:

  1. Te dejo el ejemplo de mi fe y de mi servicio al Señor, los cuales considero tan valiosos que creo que tú también debes seguir, buscar y servir a mi Dios y Salvador como yo lo he hecho. Él me encontró en oscuridad, perdonó mis pecados y me dio vida nueva. Ahora le pertenezco y vivo por Él y para Él. Así le dijo David a su hijo: “En cuanto a ti, Salomón, hijo mío, reconoce al Dios de tu padre, y sírvele de todo corazón y con ánimo dispuesto; porque el Señor escudriña todos los corazones, y entiende todo intento de los pensamientos. Si Lo buscas, El te dejará que Lo encuentres; pero si Lo abandonas, El te rechazará para siempre” (1 Cro. 28:9).
  2. Por más que te amo con todo mi corazón, no puedo dejarte mi esfuerzo para que tú lo gastes en tus propios asuntos. A ti te corresponderá poner de tu propio empeño y dedicación para poder hacer que las cosas funcionen en tu propia vida. Sin embargo, te recuerdo que nuestro Señor es fiel y su presencia es permanente. “Entonces David dijo a su hijo Salomón: “Esfuérzate, sé valiente y haz la obra; no temas ni te acobardes, porque el Señor Dios, mi Dios, está contigo. El no te fallará ni te abandonará, hasta que toda la obra del servicio de la casa del Señor sea acabada” (1 Cro. 28:20). Yo estoy viviendo la bendición de la presencia de Dios en mi vida y espero que tú la hayas percibido y disfrutado… vívela tú también de la misma manera.
  3. Te dejo un entorno saludable de amigos y consiervos de la cual puedes tomar ejemplo, consejo y apoyo en el momento en que lo necesites. Son personas en las que yo confío, amistades que durante años he cultivado y en las que tú también puedes confiar. David también proveyó un entorno saludable a su hijo: “Y tú tienes las clases de los sacerdotes y los Levitas para todo el servicio de la casa de Dios; y todo voluntario con alguna habilidad estará contigo en toda la obra para toda clase de servicio. También los oficiales y todo el pueblo estarán completamente a tus órdenes” (1 Cro. 28:21).
  4. Te dejo los consejos y las órdenes que el Señor me entrego para que yo pueda llegar a ser feliz y gozoso. Descubrirás que mis Biblias están gastadas, marcadas, rayadas y anotadas porque estuve siempre buscando conocer el consejo de Dios. Alimentarnos de la Palabra y vivirla es fundamental para sobrevivir espiritualmente en este mundo. Así le dijo Dios a David de Salomón: “Estableceré su reino para siempre si se mantiene firme en cumplir Mis mandamientos y Mis ordenanzas, como en este día” (1 Cro. 28:7). Si me has visto feliz y me viste sobrevivir antes las pruebas y dificultades fue porque traté de ser obediente a lo que el Señor me mandó. Si crees que fui sabio es porque tomé de la sabiduría de Dios en su Palabra eterna. Recuerda que la Biblia nunca pasará de moda: “Porque en verdad les digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, no se perderá ni la letra más pequeña ni una tilde de la Ley hasta que toda se cumpla” (Mt. 5:18).
  5. Te dejo las innumerables oraciones que elevé al Señor sin cesar a tu favor día y noche. Sé que mi Dios me ha respondido y seguirá respondiéndome. Así oró David por su hijo: “Dale a mi hijo Salomón un corazón perfecto para que guarde Tus mandamientos, Tus testimonios y Tus estatutos, para que los cumpla todos y edifique el templo, para el cual he provisto” (1 Cro. 29:19). No he orado para que estés libre de problemas, sino para que tengas entereza y un corazón fortalecido para poder enfrentarlos, y sabiduría para poder vencerlos y cambiarlos.

Yo creo que habría muchas cosas más por decirte, pero ya me doy cuenta que para poder escribir esto en el futuro tengo que aplicar todo mi corazón para poder llegar a ser el padre que tenga una fe significativa, que manifieste esfuerzo denodado de la mano de un Dios que renueva mis fuerzas cada mañana; que haya mantenido un entorno saludable y significativo en donde los míos también puedan sentirse cobijados si es que les llego a faltar algún día. Y las dos últimas cosas: que puedas ver en mí, disposición y obediencia a principios a los que yo mismo me someto, y que puedas ver claramente que dan fruto de alegría y bendición; y que aunque no me veas, sepas que estoy invirtiendo tiempo orando por ti delante de Dios, como quién pone su tesoro más valioso en la bóveda del banco más seguro.

Por lo visto, dejar un legado no es fácil. No será producto de un momento de inspiración, sino del esfuerzo de una vida que con dedicación se convierte en una existencia inspiradora que deja un legado visible y vigente a pesar de la partida. Dejar un verdadero legado espiritual toma toda una vida, mientras se va buscando acumular “… tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni la herrumbre destruyen, y donde ladrones no penetran ni roban; porque donde esté tu tesoro, allí estará tu corazón” (Mt. 6:20-21). Al final, dejar un verdadero legado es dejar un corazón lleno de tesoros eternos que no se acaban y que nunca estarán en peligro porque no son nuestros, sino que son del Señor. 

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