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En los dos artículos anteriores he hablado de dos de las lecciones que aprendimos durante la crisis de violencia y crimen que experimentamos en Ciudad Juárez entre los años 2008 al 2012. En este artículo, el último de la serie, quiero comentar una tercera lección aprendida de dicha adversidad. Obviamente, podría enlistar muchas otras cosas que aprendimos de ese tiempo en que nuestra fe y confianza en nuestro Señor han sido probadas, pero, en mi opinión, estas tres son de las más importantes para mí y para la iglesia. En esta ocasión quiero hablar de un tema que ahora que hemos pasado por la tormenta puede parecer obvio, pero antes de pasar la prueba de adversidad no la reconocíamos. Tuvimos que experimentar peligros externos para darnos cuenta del peligro espiritual en que vivíamos pero que no reconocíamos. Muchos creyentes que viven en un entorno de prosperidad y seguridad no se dan cuenta del peligro en el que puede estar su alma simplemente por estar en dicha prosperidad. Recuerdo hace muchos años que escuché a un pastor hablar de la “prueba de la prosperidad” y de cómo es más difícil que la prueba de adversidad. David y Salomón son ejemplos bíblicos de hombres que tropezaron en la prosperidad. Hoy, habiendo experimentado una dura prueba de adversidad, temo más la prosperidad venidera. Digo esto porque esta prueba nos enseñó la siguiente lección:

El Señor quiere que nuestra confianza esté plenamente en Él y no en la prosperidad material

La Iglesia está llamada a ser una nación santa, esto significa que estamos apartados para Él. Somos de Él y estamos llamados a vivir para Él (1 P. 2:9-10; 2Co. 5:14-15). He escrito anteriormente de cómo esta crisis nos ha llevado muy directamente a considerar para quién estábamos viviendo y en quién o en qué estábamos confiando. Este mundo puede ofrecernos muchas cosas, pero nos hemos dado cuenta que en realidad todo lo que ofrece es muy volátil. Cualquier cambio de circunstancias no anticipadas y aquello en lo que confiamos se disipa. La caída del mercado de bienes raíces en los Estados Unidos del 2008 es una pequeña prueba de esto. No podemos poner nuestra esperanza en nada de lo que este mundo ofrece. Sin embargo, esto es lo que muchos hacen, aun dentro del pueblo de Dios. Pero para el juarense esto se disipó de manera muy significativa y muy rápida en los años comprendidos del 2008 al 2012. Durante esos años, la progresión del crimen significó que las calles de la ciudad ya no eran seguras; eran común las balaceras y se arriesgaba la vida simplemente por circular por la calle. Luego vinieron los secuestros: la gente salía de su hogar para ir al trabajo y era “levantado” por criminales. Algunos los llaman “secuestros exprés” porque la gran mayoría se resolvían por cantidades moderadas de dinero y duraban horas o un par de días, pero el daño no era pasajero. Uno de mis vecinos que fue secuestrado tomó a su familia y huyó a otra ciudad abandonando su casa. Otro vecino secuestrado ha padecido desde entonces problemas físicos severos debido al terror sufrido ese día. Me han dicho: “nunca te recuperas de un secuestro” y es verdad. Luego vinieron los “carjacking”. Cientos de automovilistas al mes eran abordados por hombres armados y obligados a bajar de su auto bajo el riesgo de ser asesinados en la calle. Llegaron a reportarse más de 3000 robos de auto al mes. Manejar un auto de reciente modelo significaba arriesgar la vida, por lo que altos ejecutivos empezaron a ir a la oficina en pequeños autos compactos de modelos de hace una década Y para los que decidieron que no valía la pena siquiera salir a la calle, apareció otro terror: el “house-jacking”. Esta nueva modalidad del asalto era que hombres armados se presentaban a tu puerta para saquear tus bienes mientras eras amedrentado bajo sus armas. Cuando las cosas materiales amenazan tu vida llegas a una nueva perspectiva. Todos experimentamos una realineación de nuestros valores y prioridades: lo único que valía la pena conservar era la vida propia y la de los seres que amabas. La prosperidad material pierde su valor cuando por ella arriesgas la vida, pero esa realineación nos llevó a considerar la manera en que vivíamos antes y la forma en que no apreciábamos lo verdaderamente importante. En ese proceso Dios nos enseñó por medio del caso de Lot.

El triste caso de Lot

En Génesis 13 encontramos la historia de Abram y su sobrino Lot, quienes por haber prosperado materialmente experimentaban contiendas entre sus pastores por el uso de las tierras disponibles. Así que Abram le propuso a Lot que escogiera la tierra que él considerara más propicia para sus rebaños y Abram se iría con sus rebaños a la tierra en dirección opuesta. Así que dice la Biblia que Lot escogió el Valle del Jordán:

Génesis 13:10 Y alzó Lot los ojos y vio todo el valle del Jordán, el cual estaba bien regado por todas partes (esto fue antes de que el SEÑOR destruyera a Sodoma y Gomorra) como el huerto del SEÑOR, como la tierra de Egipto rumbo a Zoar.

Lot escogió la mejor tierra, el valle más hermoso y próspero, la que se parecía al paraíso, la que se parecía a la tierra de Egipto – la nación más poderosa de la Tierra. La tierra se veía verde y bien regada. Lot escogió lo mejor, lo más seguro, lo más cómodo. Puesto que Lot escogió el valle hacia el Este, Abram se quedó en la tierra de Canaán, en donde no había tanta agua y frecuentemente había sequía, en donde no solo podía haber animales salvajes pero también ladrones y todo tipo de peligros por los habitantes de la zona. Pero Dios tenía un propósito para Abram: había sido escogido para heredar esa tierra, pues Dios establecería allí a su pueblo cientos de años después. ¿Y qué fue lo que pasó? Lot fue encaminando sus tiendas hacia Sodoma y Gomorra que eran pueblos malos y muy pecadores (Gen 13:12-13). Y después nos enteramos que años más tarde, Lot estableció su casa en Sodoma, y probablemente hasta llegó a ser líder anciano de esa ciudad (Génesis 19). Sus hijas crecieron allí y fueron comprometidas a hombres paganos de Sodoma. Dios decide destruir la ciudad a causa de su gran pecado y en la huida Lot pierde todo, incluyendo a su esposa. La Biblia llama a Lot un hombre justo, pero desgraciadamente fue un hombre justo que fue seducido y contaminado por el sistema del mundo en que habitó. ¿Cómo era posible que Lot siendo justo tolerara habitar en medio de una ciudad tan pecaminosa? Cuando Abraham buscó una esposa para su hijo lo hizo de entre sus familiares. Pero Lot estuvo dispuesto a dar a sus hijas a hombres indignos. ¿Por qué? Lot escogió la cobertura de la prosperidad aparente de la tierra; se fue moviendo cada vez más en dirección de la comodidad que Sodoma ofrecía. Poco a poco Lot se “acomodó” al sistema de Sodoma, y aunque tal vez nunca aceptó en totalidad sus valores, si los toleró. Al final perdió todo. Lo único que le quedó después de la destrucción fueron sus hijas, y aún ellas terminaron siendo para él un recordatorio de la contaminación de la maldad de Sodoma, pues sus nietos fueron producto del incesto gravoso de ellas. La historia de Lot es una de las historias más tristes de la Biblia, pero todo empezó con una decisión. Una decisión de ir en la dirección de lo atractivo de la prosperidad de Sodoma. Pero, ¿por qué es que la prosperidad de Sodoma resultó tan trágica? La Biblia nos lo dice:

Ezequiel 16:49-50 “He aquí, esta fue la iniquidad de tu hermana Sodoma: arrogancia, abundancia de pan y completa ociosidad tuvieron ella y sus hijas; pero no ayudaron al pobre ni al necesitado, y se enorgullecieron y cometieron abominaciones delante de mí…”.

La abundancia de la prosperidad en Sodoma produjo arrogancia y ociosidad y una falta de misericordia hacia el necesitado, y por ello sus habitantes se entregaron a cometer sus abominaciones contra Dios. La seducción de la prosperidad y la falsa seguridad que produce es entonces más peligrosa que la amenaza del crimen, pues nos tienta a la arrogancia de la autosuficiencia y del ocio egoísta. Nubla la vista de Dios y levanta delante de nuestros ojos un dios material falso en sustitución del único y verdadero. La confianza en lo material nos aleja de la humilde dependencia de Dios. Durante el tiempo de la crisis de violencia, tuve oportunidad de compartir algunas de estas cosas en dos congregaciones norteamericanas localizadas en dos de las ciudades más prósperas y seguras de ese país. Mis oyentes se sentían seguros al vivir en dichas ciudades, y no percibían que estuvieran bajo algún peligro por vivir en prosperidad material. En base a lo que dice Ezequiel sentí la responsabilidad de decirles que yo tendría más temor de vivir en sus ciudades que en la mía, aun con la presencia del crimen y la violencia, pues temería caer en la arrogancia de poner mi confianza en la seguridad material que este mundo ofrece y descuidar lo verdaderamente valioso. El cuidar el estado de mi alma y del alma de mi familia es lo más importante, no el alcanzar un estado de comodidad aquí en la tierra. Conociendo su historia, todos le diríamos a Lot: “¡No vayas hacia Sodoma, es mejor el desierto!”. Ahora nos damos cuenta que el camino de Abram es mejor. Abram en su continuo clamor recibió la promesa de Dios. Dios le prosperó conforme a su plan divino, su prosperidad no vino de lo que el mundo ofrecía. El llegó a ser una bendición para todas las naciones. Ese también es el llamado de la iglesia, ser una bendición a todas las naciones; pero para serlo necesitamos resistir la tentación de los verdes valles de la prosperidad material que el mundo ofrece. Para ser esa iglesia que brilla en medio de la oscuridad del mundo no debemos encaminarnos hacia Sodoma, sino que debemos caminar en dirección opuesta hacia una dependencia total en nuestro Señor. Te animo a que si estás afanado por obtener una prosperidad material, recuerdes el testimonio de Lot.

Marcos 8:35 “Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de Mí y del evangelio, la salvará. 36 Pues, ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma? 37 Pues ¿qué dará un hombre a cambio de su alma?”

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