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El mundo está cambiando rápidamente. Los avances tecnológicos nos abren posibilidades que generaciones pasadas jamás soñaron. La comunicación a distancia nos expone nuevas culturas, ideas y tendencias. Las relaciones diplomáticas y el intercambio económico facilitan la influencia entre naciones. Todo esto sucede hoy a una velocidad que demanda adaptación casi inmediata. 

Muchos de estos progresos se deben recibir y celebrar, en especial los que promueven el bien común. No obstante, hay avances, ideas e influencias que producen exactamente lo contrario, y que por lo tanto se deben resistir. Uno de estos “progresos” es lo que se conoce como ideología de género. En términos generales, la ideología de género propone que la masculinidad y feminidad son construcciones sociales que no tienen relación directa con el sexo biológico del individuo. Según esta ideología, el individuo tiene derecho a identificarse con el género de su preferencia, sin importar el sexo con el que haya nacido. 

La ideología de género no es algo de este año ni algo particular a Europa o Norteamérica. Se ha promovido ya por décadas en diversas plataformas en todas partes del mundo. Pero en los últimos años y en hechos recientes se han hecho esfuerzos titánicos no solo para promoverlas, sino para enseñarlas, inculcarlas y legislarlas. Ciertos grupos LGBTQ (lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, queer) ya no están conformes con ser reconocidos y aceptados; ahora demandan derechos, entre otras cosas, al matrimonio y a la adopción para los individuos que representan. 

Dichos esfuerzos también han llegado a Latinoamérica, y se han encontrado con resistencia. Aunque el matrimonio homosexual ya se ha aprobado en Argentina, Brasil, Colombia, en ciertos estados de México, y en Uruguay, muchos individuos y grupos continúan rechazando la agenda LGBTQ y defendiendo los entendimientos tradicionales sobre la sexualidad y la familia. Ejemplos de este rechazo son las multitudinarias marchas por la familia en Colombia del 11 de agosto y en México el 10 de septiembre de este año. ¿Por cuánto tiempo más veremos férrea oposición a la agenda LGBTQ en Latinoamérica? Solo Dios sabe.

Los cristianos, tanto individualmente como colectivamente en nuestras iglesias, debemos pedir sabiduría de lo alto para entender los tiempos y acudir a las Escrituras para saber cómo debemos vivir en ellos. En lo que sigue ofrezco cuatro formas en que debemos responder a estos eventos como cristianos latinoamericanos.

Pensar bíblicamente

Es fácil seguir la corriente y participar en manifestaciones porque otros lo hacen; también es fácil mirar desde afuera y criticar. Debemos hacer algo mejor. El Apóstol Pedro nos llama a estar “siempre preparados para presentar defensa ante todo el que les demande razón de la esperanza que hay en [nosotros]” (1 Pe. 3:15). Esto no significa solamente estar preparados para evangelizar, sino también ser capaces de responder bíblicamente por qué creemos lo que creemos y hacemos lo que hacemos (o no hacemos). No podemos conformarnos simplemente con apoyar los valores “tradicionales”; necesitamos una teología y una antropología robustamente bíblicas.

Más que manifestaciones

Las manifestaciones o protestas pueden tener un impacto positivo, y los cristianos tienen la libertad de participar con discernimiento. Pero si queremos que las autoridades se mantengan firmes en lo que es bueno para la sociedad, si queremos leyes beneficiosas a largo plazo, debemos hacer algo más que manifestar. Para empezar, debemos orar, orar, orar y orar. Después de eso, debemos ejercer nuestra responsabilidad cívica. Algunos cristianos incluso deben considerar participar directamente en asuntos políticos. Si bien la misión de la iglesia, institucionalmente hablando (es decir, la iglesia reunida), no tiene que ver con los procesos políticos, una de las misiones de la iglesia, orgánicamente hablando (es decir, la iglesia esparcida), es ser sal y luz en el mundo. Dios utiliza nuestra participación en el mundo para conservar y redimir al mundo (cp. Mt. 5:13-16).

Amar a Dios y al prójimo

Lo que nos debe motivar a actuar —ya sea protestar, orar, votar, o trabajar— debe ser el amor a Dios y el amor nuestro prójimo (cp. Mt. 22:36-40). No debemos dejar que el miedo, ni el odio, ni el ingenuo ideal de la cristiandad impulsen nuestras acciones. Debemos buscar el bien máximo de nuestras comunidades y de nuestros países, para la gloria de Dios y para el bien de nuestro prójimo. Muchas veces eso significa ir en contra de las tendencias sociales. Pero en algunos casos también puede significar aliarnos (como individuos) con no cristianos que también buscan el bien de la sociedad.

En este punto también debemos enfatizar que parte del amor al prójimo es reconocer su humanidad, especialmente la de aquellos que promueven valores anti-cristianos. ¿Acaso ellos no han sido creados a la imagen de Dios (Gn. 1:26-27), como tú y yo? ¿No somos nosotros tan pecadores como ellos (Rom. 3:23)? ¿No están ellos tan engañados y perdidos como tú y yo lo estábamos en algún momento (Ef. 2:1-3; Col. 1:13)? ¿No crees que ellos necesitan misericordia, y no odio ni miedo? 

Los resultados están en las manos de Dios

En el contexto del ministerio pastoral, a menudo se habla correctamente de que no debemos medir nuestro éxito en términos de los resultados sino en términos de fidelidad. Pero creo que este principio también aplica al pensar bíblicamente, al ser sal y luz en el mundo, y al amor a Dios y al prójimo. Es posible que hagamos un excelente trabajo en todas esas áreas, y aun así es posible que el mundo encuentre que nuestras razones son arcaicas, nuestros esfuerzos inútiles, y nuestro amor condescendiente. Puede que las cosas vayan de mal en peor para nosotros. Puede que nuestro apego a la verdad sea cada vez más costoso, como lo ha sido para millones de cristianos a lo largo de la historia. Si esa es la voluntad de Dios, que así sea. O puede que nuestra influencia cambie el rumbo de la sociedad para la gloria y honra de Dios. Como sea, nuestro llamado no es a cristianizar a la fuerza ni moralizar al mundo, sino a ser fieles a la verdad de Dios y del evangelio de Su Hijo. Los resultados están en sus manos.


Crédito de imagen: Lightstock.

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