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¿Cuántas personas conoces que hayan llegado al salón de la fama en música, arte, literatura, o deportes, debido a su amor? Elevamos a la gente al estatus de héroes debido a sus dones, sus talentos, y su poder, pero no debido a su amor. A pesar de esto, desde la perspectiva de Dios, el amor es la mayor de todas las virtudes. Pero, ¿qué es el amor?

Se dice que el amor hace que el mundo gire, y el amor romántico ciertamente hace que la cultura gire en términos de publicidad y entretenimiento. Nunca nos cansamos las de historias románticas. Pero no nos referimos al amor romántico cuando hablamos de la virtud cristiana del amor. Estamos hablando de una dimensión mucho más profunda del amor, una virtud tan suprema que debe distinguir a los cristianos de todas las demás personas. Es más, el amor es tan importante en las enseñanzas bíblicas que Juan nos dice: “Dios es amor” (1 Jn. 4:7-8). 

Cualquier otra cosa que digamos sobre la virtud cristiana del amor, debemos tener en claro que el amor que Dios ordena es un amor que imita el suyo. El amor de Dios es absolutamente perfecto. Y somos llamados a reflejar ese amor como un espejo, a ser perfectos como Él es perfecto (Mt. 5:48). Ahora, por supuesto, ninguno de nosotros ama de manera perfecta, y es por esto que debemos estar cubiertos con la justicia perfecta de Cristo por medio de la fe únicamente en Él. No obstante, es importante regresar a la Escritura para descubrir cómo el amor debe lucir, pues nos satisfacemos fácilmente con un entendimiento sentimental, sensiblero, romántico, o superficial del amor. 

1 Corintios 13 mide las profundidades de lo que significa realmente el amor. Es una vara de medir con la que podemos examinarnos cuidadosamente para ver si este amor habita en nuestros corazones y se hace manifiesto en nuestras vidas. Por eso me sorprende que 1 Corintios 13 sea uno de los pasajes más populares en toda la Biblia, en lugar de ser uno de los más despreciados. No puedo pensar en ningún capítulo en la Escritura que revele tan rápido nuestro pecado. Su popularidad quizá se debe a que es uno de los capítulos menos comprendidos y menos aplicados de la Biblia. En cierta manera somos ambivalentes a él. Nos atrae la grandeza de su tema y la elocuencia de su lenguaje, a pesar de que al mismo tiempo somos rechazados por este capítulo porque revela nuestras faltas. Queremos guardar cierta distancia del mismo porque nos muestra tan claramente nuestra falta de amor real. 

Este capítulo es parte de una amonestación apostólica a los cristianos que se encontraban separados por las contiendas de la iglesia. Se estaban comportando de manera inmadura y carnal, y en el corazón de esa profana conducta estaban ciertos talentos, habilidades, y dones, que se manifestaban en ellos sin que hubiera amor en sus vidas. En los versos de apertura, Pablo habla del amor como el sine qua non de la virtud cristiana (1 Cor. 13:1-3). Está hablando en hipérbole, exagerando intencionalmente las cosas para establecer su punto. Inicia comparando el amor con el don de lenguas. Pablo dice: “No me importa si hablas cincuenta idiomas, o si tienes el don de milagrosamente hablar en idiomas extranjeros. No me importa si Dios te ha dotado con la habilidad de hablar el lenguaje de las potestades celestiales. Si no tienes amor, la elocuencia de tu discurso se convierte en ruido. Se convierte en disonancia, un estruendo irritante y molesto”. Él dice que si hablamos en lenguas de hombres o de ángeles pero no tenemos amor, nos convertimos en un metal resonante o en un címbalo que retiñe… puro ruido. Toda la hermosura del discurso se pierde cuando el amor está ausente. 

Pablo luego compara el amor con los dones de profecía y entendimiento, dotaciones milagrosas que Dios daba a las personas durante la era apostólica. Estos formidables dones no se comparaban con el amor. El apóstol dice que puedes tener talentos milagrosos, puedes recibir poder de Dios el Espíritu Santo, pero debe ser para usarlos en el contexto de la gracia del amor. Y sin ese amor, el uso de poder divino es una parodia. Jesús tuvo que advertir incluso a sus discípulos sobre el peligro de usar un don dado por Dios sin amor. Jesús empoderó a sus discípulos para participar en su ministerio de exorcismo, y ellos fueron en su misión y regresaron con la frente en alto. Estaban tan emocionados ante la efectividad de su ministerio que se regocijaban en el poder que Cristo les había dado. Pero ¿qué dijo Jesús? No se regocijen por tener poder sobre Satanás, sino regocíjense de que sus nombres estén escritos en el cielo (Lc. 10:1-20). Los discípulos se centraron en el poder, en lugar de en la gracia que se encontraba detrás de ese poder. Estaban intoxicados por el regalo, y se estaban olvidando de aquel que lo dio.  

La conclusión es que los dones de Dios pueden ser usados sin amor. Cuando eso sucede, su valor es destruido. La esencia del amor, nos dice 1 Corintios 13, es buscar el bien de los demás. Una persona que refleja el amor de Dios se da por otros, en lugar de ejercer su poder para su propio beneficio. Pero somos personas que estamos más interesadas en el poder; en hacer en lugar de ser. Nos preocupamos más por tomar el poder sobrenatural que Dios puede dar, que en el amor sobrenatural derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo (Rom. 5:5). Nuestras prioridades están fuera de lugar. Gracias sean dadas a Dios que su amor por nosotros es mayor que nuestro amor por Él. Que Él nos fortalezca para buscar su amor sobre todas las cosas, un amor que refleje su amor por nosotros en Cristo (Rom. 5:8).  


Publicado originalmente en Ligonier. Traducido por Diana Rodríguez.
Imagen: Lightstock.
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