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La propagación de la luz del evangelio en un mundo oscuro está a cargo de la Iglesia (Hch. 1:8), auxiliada por el Espíritu Santo. Ya que entendemos que no hay otro nombre en el cual la humanidad puede ser salva, proclamamos Su nombre a toda persona. Pero también entendemos que con cuerpos rotos y pecaminosos, con mentes pervertidas y corruptas, con apatía de espíritu, con desaliento emocional, con el enemigo a nuestras puertas, y con la tentación de pecar todo el tiempo, necesitamos de Cristo para cumplir la misión que Él mismo nos dejó.  

Necesitamos de Cristo. Necesitamos a Cristo para ser salvos y ser aceptados por el Padre; para cumplir el mandato que nos dejó; para vencer la tentación y vivir piadosamente; para vivir en esta tierra con miras hacia nuestra morada eterna. Y los incrédulos necesitan de Cristo para arrepentirse de sus pecados y obtener la vida eterna. Nuestra vida y misión como creyentes es imposible en nuestras propias fuerzas. Solo en Cristo lo lograremos.

Cristianos hablando de Cristo

Sin embargo hay un problema. Cristo ya no está físicamente con nosotros. No camina por nuestras calles sanando enfermos o haciendo milagros. Entonces, ¿cómo puede el mundo conocer a ese tal “Cristo”?

La respuesta no es compleja: Cristo se revela por medio de Su Palabra. Allí Cristo se muestra desde el primer capítulo de Génesis, hasta el último de Apocalipsis. Pero este mensaje necesita ser llevado por cristianos que amen a Jesús y lo sigan con seriedad, proclamando su nombre y obedeciendo su mandato por amor y por un profundo deseo de llevar la gloria de Dios a las naciones (Mt. 28). En Hechos 11:19-21 leemos:

“Ahora bien, los que habían sido esparcidos a causa de la persecución que sobrevino después de la muerte de Esteban, llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, no hablando la palabra a nadie, sino sólo a los Judíos. Pero había algunos de ellos, hombres de Chipre y de Cirene, los cuales al llegar a Antioquía, hablaban también a los Griegos, predicando el evangelio del Señor Jesús. La mano del Señor estaba con ellos, y gran número que creyó se convirtió al Señor”.

Aquí encontramos a un grupo de personas que estaban resueltos a hablar del nombre de Cristo. Al principio, vemos que solo hablaban a los judíos. Pero después leemos que Dios cambió el corazón de un “grupo de varones” para predicar indiscriminadamente.

En una ciudad deplorable y pecadora, el mensaje triunfó y brilló, ganó territorio, y el reino de los cielos se expandió aquí en la tierra. Definitivamente encontramos en este texto “un nuevo comienzo”. Y es un nuevo comienzo porque en efecto algo que no había tomado lugar, sucedió.

Permíteme decir que el v. 19 actúa como una conexión de regreso al capítulo 8 de Hechos. Recordemos que debido a la persecución que inició después del asesinato de Esteban, los creyentes salieron dispersados. Aún siendo perseguidos, fueron hacia todas partes hablando de Jesucristo (Hch. 8:4). Iban hacia Judea y Samaria anunciando de Jesús a todas las personas, cumpliendo la profecía de Jesús de que le serían testigos (Hch. 1:8).

El contexto del primer siglo

Examinemos el contexto histórico de los hechos que acabamos de leer. Hasta este momento la iglesia recién nacida se expande de manera extraordinaria. No hay manera de cuantificar el crecimiento de la iglesia, especialmente después del esparcimiento de ella en el capítulo 8.

Ahora bien, examinemos el tiempo entre sucesos.

  • De la ascensión del Señor Jesús (cap. 1) a la llegada del Espíritu Santo (cap. 2): días, tal vez semanas de distancia.
  • De la predicación de Pedro (cap. 2) hasta la muerte de Esteban (cap. 7): semanas, tal vez meses.
  • De la muerte de Esteban (cap. 7) a la dispersión de los judíos: días.
  • Entre la dispersión (cap. 8) y el ministerio de Felipe: días.

Ahora veamos una diferencia:

  • De la conversión de Saulo (cap. 9) a la visión de Pedro (cap. 10): unos 3 años.

Entonces, pasó una considerable cantidad de años del capítulo 9 al 10. Y esto es importante recalcar porque los eventos del capítulo 1 hasta los del capítulo 9 pasan tan rápidamente, uno tras otro, que nos dejan sin aliento de tan rápido que se narran.

Jesús asciende (Hch. 1), días después el Espíritu desciende, luego Pedro predica y 3,000 son salvos (Hch. 2). Pedro y Juan sanan a un cojo. Las multitudes se acercan a ver qué sucedió. Pedro predica, y 2,000 personas son agregadas a la iglesia (Hch. 4). Aprehenden a Pedro y Juan pero son milagrosamente liberados por medio de un ángel y gracias a la oración de creyentes (Hch. 5). Se escogen a hombres para servir (Hch. 6). Esteban se levanta a predicar. Esteban es asesinado (Hch. 6, 7). La iglesia ha crecido hasta por lo menos 15,000 personas (hombres, mujeres, y niños) en cuestión  de semanas. Felipe se levanta a predicar, miles se salvan (Hch. 8), y todo esto sucede mientras que los creyentes están siendo perseguidos. ¡Increíble!

Es casi imposible pensar que hoy en día un crecimiento así, a tal velocidad, es sustentable. Pero entonces llegamos a Hechos 11:19 y Lucas se detiene en frío.

Evangelismo sustentable

La pregunta sería, ¿es posible que tal emoción, pasión, casi obsesión por predicar el evangelio, continúe al pasar de lo años? En nuestro contexto histórico la respuesta sería “no”. De hecho tenemos una frase coloquial que dice, “Todo lo que sube tiene que bajar”.  Y leyendo el libro de Hechos, casi uno puede preguntarse, ¿hasta cuándo se les va a calmar su “cristianitis”?

Y entonces el Espíritu Santo nos lleva a observar a las mismas personas después de 3 años, predicando el mismo mensaje, experimentando el mismo poder, y obteniendo los mismos resultados. En Hechos 11:19-21 el Espíritu Santo quiere que veamos con nuestros propios ojos: ¿a qué se han dedicado los Cristianos por los últimos años? ¿Siguen igual de emocionados o ya se les pasó? ¿Sigue el crecimiento? ¿O les fue imposible seguir creciendo a la misma velocidad? ¿Siguen fieles?

Y desde luego que la respuesta a todas estas preguntas es, ¡sí! Hechos 11:21 nos dice, “La mano del Señor estaba con ellos, y gran número que creyó se convirtió al Señor”. ¡No lo pierdas de vista! Lo mismo que sucedió cuando el Espíritu descendió sobre los creyentes en Hechos 2, vuelve a suceder años después. Pedro ya no está con ellos. No hay eventos sobrenaturales que rodeen la predicación (lenguas de fuegos, vientos ruidosos, etc.), pero el resultado es el mismo: personas creen en Jesús. ¿Por qué?

Simple. Porque el mensaje no cambia. Porque el poder del mensaje no disminuye. Porque el mandato a predicar su mensaje no evoluciona. ¡Claro! Dios es soberano en todos los aspectos de la vida del creyente y del no creyente, incluyendo en la esfera de salvación. Pero nuestra labor es simplemente la de obedecer el mandamiento de plantar la semilla del evangelio en el corazón de las personas (Mt. 3:1-23), y observar cómo Dios hace el resto en aquellos corazones listos.

¿Quién lleva el evangelio al mundo entonces? Los verdaderos creyentes. Creyentes que temen a Dios y le aman con tanta intensidad que necesitan proclamar la salvación en el nombre de Jesús. ¿Listo para hacer tu labor?


Imagen: Lightstock
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