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“Pero si andamos en la luz, como él está en la luz, tenemos comunión los unos con los otros, y la sangre de Jesús su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7).

Cuando el Espíritu de Dios se mueve poderosamente en una iglesia, las cosas se pueden “poner feas”, al menos en apariencia. ¿Por qué? Porque los problemas reales que hasta entonces habían estado sumergidos ahora salen a la superficie, las conciencias desean descansar, y el Espíritu nos presiona para que lo reconozcamos. El versículo citado anteriormente ofrece pasos prácticos para una iglesia que, por la gracia de Dios, se está poniendo más fea que nunca. Este versículo explica cómo podemos experimentar la justificación gratuita que ya tenemos como una realidad continua, al mismo tiempo que Dios va dando vida a quienes de otro modo estaríamos muertos. Esta es la sabiduría que este versículo nos proporciona:

Pero si andamos en la luz…

Andar en la luz es ser honesto con Dios y los unos con los otros a medida que Dios va trayendo convicción de pecado a nuestros corazones. Podemos engañarnos a nosotros mismos —y de hecho lo hacemos— y permanecemos en nuestros pecados cómodamente por demasiado tiempo: “Es que así es como soy. Es que mi esposa no es la mujer con la que creí que me estaba casando. Es que mira cómo los demás me han herido. Es que lo que la Biblia me exige demasiado. Es que yo no puedo cambiar”. Y así seguimos. Excusándonos y echándole la culpa otros: eso es andar en la oscuridad. Es permanecer en las sombras de la negación y la evasión. Pero nuestros corazones comienzan a resquebrajarse cuando reconocemos que nuestro pecado es lo que Dios lo llama: pecado. Sin suavizarlo, sino enfrentándolo honestamente.

Andar en la luz significa que ya no necesitamos aparentar ser mejorres de lo que realmente somos. Nuestras necesidades son demasiado intensas, y la misericordia de Dios es lo único que puede suplirlas. 

…como él está en la luz…

No se trata de seguir reglas. Ni siquiera se trata de rendir cuentas, pues esto puede llegar a ser agobiante, una forma de arrinconar y presionar a la gente. Andar en la luz es más profundo. Tiene que ver con Dios mismo: quién él es realmente, y dónde él está realmente. Y con Dios no es difícil encontrar la realidad. La realidad nos espera en la luz de la confesión, humildad, y apertura. Si andamos a escondidas, no podemos experimentar a Dios. No vamos a encontrar a Dios en el lugar donde nos escondemos de él. El versículo nos indica dónde vamos encontrar a Dios en cualquier momento: en la luz de la verdad y sinceridad, para que así bajemos la guardia y nos encontremos cara a cara con él, y cara a cara con nosotros mismos ante su luz.

Cuando avanzamos hacia la luz, dos cosas suceden, ahí mismo en la luz y en medio de nuestra fealdad: descubrimos la comunión unos con otros, y recibimos los beneficios de la sangre de Jesús.

…tenemos comunión los unos con los otros…

Cuando comenzamos a andar en la luz ante el Señor, comenzamos a descubrirnos unos a otros en un nivel más profundo. Cuando los muros que deben caer caen y cuando dejamos de “jugar a la iglesia” y de preocuparnos por nuestras apariencias, entramos a la comunión. Encontramos lo mucho que tenemos en común. En una comunidad de gracia la solidaridad se da y se recibe. Descubrimos que las personas más hermosas del mundo son los pecadores agrupados humildemente a los pies de la cruz. Ya no tenemos miedo unos de otros; al contrario, nos apoyamos y nos damos fuerzas mutuamente.

…y la sangre de Jesús su Hijo nos limpia de todo pecado.

La vida real de la iglesia es más que un grupo de apoyo humano, más que la empatía. La sangre sagrada de Jesús está entre nosotros. No hay ningún pecado sacado a la luz que su sangre no pueda limpiar: “ . . . de todo pecado”. Esta limpieza no es perfección, sino una sanación sustancial en todos los ámbitos de la vida. Ese pecado particular que tanto pesa en tu conciencia, ese pecado que te avergüenza, te condena y te persigue… ese es el pecado por el cual Jesús derramó su sangre, y ese es el instante de tu existencia en el que él te ama con mayor ternura. Da un paso hacia la luz, siguiendo el empuje del Espíritu Santo. Confiesa ese pecado específico a Dios y a tu comunidad en una manera real y adecuada. Y luego, da el siguiente paso, siguiendo la guía de Dios, y luego el siguiente después de ese; sé un cristiano renovado que camina en la luz día a día, continuamente limpio, constantemente revitalizado, incluido diariamente en el círculo de la gracia, no avergonzado, no forzado a ocultarse nuevamente sino confiando en el poder inagotable de la justificación sólo por fe, un cristiano bienvenido en la comunión de los perdonados, y libre como nunca antes.

Este es el precio que hay pagar: echar fuera nuestro orgullo y admitir la verdad, a cada momento, a medida que andamos juntos a la luz del Señor.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Carlos Andrés Franco Chacón.
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