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Ester 1-4 y Lucas 1-2

Y el rey amó a Ester más que a todas las otras mujeres, y ella halló gracia y bondad con él más que todas las demás vírgenes. Así que él puso la corona real sobre su cabeza y la hizo reina en lugar de Vasti.

(Ester 2:17)

Los cuentos de hadas siempre tienen finales felices. Esos cuentos tienen inicios oscuros con la pobre niña sufriente que vive una vida oscura y triste. Pero a la mitad de la historia se encuentra con un hada madrina que la transforma mágicamente y, para sorpresa de todos, termina casándose con un apuesto y rico príncipe, heredero de un reino en el cual vivirán felices y sin problemas por el resto de sus días.

Yo me pregunto, ¿Cuántas veces nos hemos acercado hasta el punto de ser protagonistas de una historia similar? Algunas señoras de cierta edad cuentan la historia de cuando estuvieron a punto de lograrlo: “… casi me casé con ese millonario que hoy sale en las revistas”.  Otros hablan de los negocios que “casi” consiguen, los viajes que “casi” realizan, y así las casicientas y los casicientos van por la vida rememorando lo que pudo haber sido… y por un “casi”, no fue.

La Biblia no es un cuento de Hadas. Por eso, el caso de la reina Ester es digno de nombrarse. Ella era una bella judía huérfana que había sido adoptada por su primo Mardoqueo. Mientras la vida de Ester seguía su curso, en los palacios reales se desarrollaba una trama muy distinta. Vasti, la atractiva esposa del rey Asuero, se negó a participar con él de uno de sus banquetes. El rey no pudo soportar el desprecio público de su esposa. Lleno de ira, pidió consejo a sus ministros, los cuales le dijeron: “Si le place al rey, proclame él un decreto real y que se escriba en las leyes de Persia y Media para que no sea revocado, que Vasti no entre más a la presencia del rey Asuero, y que el rey dé su título de reina a otra que sea más digna que ella” (Ester 1:19). La bella Vasti cayó en desgracia. Una nueva reina ocuparía su lugar en el corto plazo.

El lugar real ahora recaería sobre una joven que, hasta ese momento, no sabía nada de nada. Puede sonar a cuento, pero así también es la vida. Algunos van rechazando o destruyendo oportunidades que otros, sin siquiera buscarlas, estarán dispuestos a tomarlas. Ester, como era hermosa, fue considerada como candidata a Reina entre miles de otras señoritas de todo el imperio.

Ester, de forma providencial, le vino a caer en gracia al poderoso encargado de las postulantes. Esto es lo que nos dice la Biblia: “… Ester también fue llevada al palacio del rey, bajo la custodia de Hegai, encargado de las mujeres. La joven le agradó a Hegai y halló favor delante de él, por lo que se apresuró en proveerle cosméticos y alimentos. Le dio siete doncellas escogidas del palacio del rey, y la trasladó con sus doncellas al mejor lugar del harén.” (Ester 2:8b-9).

Nada podía estar mejor. La sencilla y bella Ester pasó de ser una pobre huérfana a una mujer admirada, con siete sirvientas que la atendían con lo mejor de su tiempo y dedicación. Y no nos olvidemos de las posibilidades ciertas que tenía de convertirse en la reina de ese vastísimo imperio.

Como lo menciona el texto del encabezado, el rey no se demoró en preferir de Ester y hacerla su reina. El emperador volvió a la calma y todos recibieron los beneficios de su alegría: “Entonces el rey hizo un gran banquete para todos sus príncipes y siervos, el banquete de Ester. También concedió un día de descanso para las provincias y dio presentes conforme a la liberalidad del rey” (Ester 2:18).

Un cuento de hadas debería terminar con lo último que hemos mencionado para que se pueda decir: “Y vivieron felices, y comieron perdices… y colorín colorado, este cuento se ha acabado”. Sin embargo, en la vida real, las cosas no suceden así. Siempre habrán circunstancias que no manejamos y terminarán alterando nuestro orden perfecto, nuestro minuto de gloria.  

El encargado de oscurecer el panorama para Ester, fue su querido primo Mardoqueo. Como en la vida real, las decisiones y las acciones de unos, nos terminan afectando a todos. Y eso mismo le pasó a Ester. Como fiel judío, Mardoqueo no había estado dispuesto a postrarse delante de Amán, segundo de a bordo en el imperio persa, lo que le generó acusaciones que llegaron rápidamente a oídos del noble. Amán resolvió no sólo eliminar al rebelde, sino que también con él a todo el pueblo judío: “Y él no se contentó con echar mano sólo a Mardoqueo, pues le habían informado cuál era el pueblo de Mardoqueo. Por tanto Amán procuró destruir a todos los Judíos, el pueblo de Mardoqueo, que estaban por todo el reino de Asuero” (Ester 3:6). El astuto hombre consiguió una autorización del rey para eliminar a todo el pueblo judío en una fecha próxima.

¿Cómo reaccionamos cuando las desgracias de otros afectan nuestra tranquilidad?

Ester estaba viviendo un verdadero sueño. Nunca más tendría otra preocupación en la vida que agradarse a sí misma y al rey. Si hacía bien las cosas, era posible mantener el lugar de privilegio por el resto de sus días. Sin embargo, fuera de los muros del palacio estaba sucediendo algo que la afectaría: “Cuando Mardoqueo supo todo lo que se había hecho, rasgó sus vestidos, se vistió de cilicio y ceniza, y salió por la ciudad, lamentándose con grande y amargo clamor” (Ester 4:1).

Ester pronto se enteró del drama de su tío. Lo primero que hizo fue enviarle algo de ropa que él rechazó. Ester reaccionó como lo haría cualquier otro ser humano con un ser querido. Al ver el drama cerca, rápidamente tendemos a cubrirlo con algunas monedas que entregamos apresuradamente y con unos segundos de compasión, pero sin comprometernos con las razones del dolor. “Es preferible no tener tantos antecedentes para evitar involucrarnos”, solemos pensar en lo profundo de nuestra conciencia.

Sin embargo, Ester no soportó el mantenerse ajena a la situación de su tío y mandó un emisario a averiguar lo que estaba pasando. Y tuvo que suceder lo que más tememos: junto con la información, también llegó el compromiso. Mardoqueo suplicó “… que ella fuera al rey para implorar su favor y para interceder ante él por su pueblo” (Ester 4:8b).

No era tan fácil para Ester acercarse al rey para pedir un pequeño favor por su pueblo. Ella podría ser condenada a muerte si se acercaba al rey sin haber sido invitada. “¿Por qué se complicaron tanto las cosas si todo iba tan bien?”, puede haber pensado Ester con absoluta franqueza.

La verdad es que la vida real, la que no nace de un guión cinematográfico ni de un cuento de hadas, debe lidiar con las circunstancias, con las presiones y también con el dolor inesperado. Ester tuvo que aprender que su reinado no sólo era un lugar de privilegio, sino también una responsabilidad. Todas las cosas que el Señor nos permite disfrutar son un regalo de Dios para nuestras vidas y una posibilidad de servicio para con los demás. Pero no todos aprovechan de sus privilegios para servir a los demás. Como dijo alguien alguna vez, “Una persona que valora sus privilegios por sobre sus principios, pronto perderá ambos”.

Mardoqueo sabía que el Señor de Israel no se quedaría con los brazos cruzados. Él podría usar a Ester, pero también a cualquier otro instrumento. Y se lo hizo saber muy claramente a la ahora reina Ester: “… ‘No pienses que estando en el palacio del rey sólo tú escaparás entre todos los Judíos. Porque si permaneces callada en este tiempo, alivio y liberación vendrán de otro lugar para los Judíos, pero tú y la casa de tu padre perecerán. ¿Y quién sabe si para una ocasión como ésta tú habrás llegado a ser reina?’” (Es. 4:13-14).  

¿Por qué y para qué tenemos lo que tenemos?

Ester estuvo dispuesta a arriesgar sus privilegios por amor al Señor y a su pueblo. Tomó la decisión de buscar a Dios con todas sus fuerzas para luego entrar a ver al rey: “… lo cual no es conforme a la ley; y si perezco, perezco” (Es. 4:16b). El verdadero privilegio de la vida es poder atreverse a perder todos los privilegios por amor a los demás.

¿Cuántos privilegios estás disfrutando? ¿Todavía piensas que son para ti solo y los que te rodean? ¿Qué pasaría si te atreves a arriesgar tus privilegios en el servicio a los demás? Quizás, si abrieramos un poco las puertas de nuestras privilegiadas vidas para que otros menos favorecidos lo fueran más a través de nosotros, seríamos más felices de lo que hasta ahora lo hemos sido. Esto de seguro nos alejaría del final feliz del cuento de la “cenicienta” pero nos acercará a empezar a bendecir a “casi-cientos”.

Foto: Lightstock.
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