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Según un estudio de Gabe Lyons y David Kinnaman, el 84 por ciento de los estadounidenses creen que “disfrutar de ti mismo es el objetivo supremo de la vida”.

¿Cómo se puede disfrutar de uno mismo y encontrar satisfacción? De acuerdo con el 86 por ciento de los estadounidenses, debes “buscar las cosas que más deseas”.

Y el 91 por ciento de los estadounidenses afirman: “Para encontrarte a ti mismo, mira dentro de ti mismo”.

En resumen, la mayoría de los estadounidenses creen que el propósito de la vida es el disfrute que viene de mirar profundamente dentro de ti mismo para encontrar tu verdadero ser, al buscar todo lo que te trae felicidad. No es de extrañar que los bestseller como “El Proyecto Felicidad” de Gretchen Rubin y “Su mejor vida ahora” de Joel Osteen estén en nuestras estanterías.

La iglesia y tu mejor vida ahora

Muchas iglesias ven la oportunidad de suplir esta sentida necesidad, por lo que presentan el cristianismo como una forma de descubrirse a uno mismo y encontrar la felicidad. En este ambiente, la fe cristiana (o cualquier otra religión) se convierte en una vía para la búsqueda personal de la felicidad.

¿Pero qué tal si los cristianos que califican su fe como una herramienta para el autodescubrimiento se están perdiendo la oportunidad de proporcionar un antídoto a la gente en estos tiempos de ansiedad?

La generación del milenio: culpables y agotados

En un número reciente de New York Magazine, Heather Havrilesky reclama a los lectores por calificar incorrectamente a la generación del milenio como “consentida”, “prepotente” y “con exceso de confianza”. Los Millennials que ella escucha “se sienten culpables e inadecuados a cada paso”. Ellos “se comparan sin descanso con los demás. Se ponen de cabeza, día tras día, por las redes sociales”.

Sus testimonios son desgarradores… “A menudo me siento abrumadoramente mediocre o promedio a los ojos [de mis compañeros de trabajo]”, un escritor confiesa.

Otra pregunta: “¿Cuándo se va a dar cuenta de que soy un desastre ansioso que piensa mucho en todo y se odia a sí mismo una gran parte del tiempo?”

“Creo que mi emoción primaria es la culpa”, otro escribe. “Cuando estoy feliz, solo toma unos momentos antes de que me sienta culpable por ello, me siento desesperadamente indigno de mi felicidad, culpable por recibir de la pura suerte caótica del universo”.

Culpables. Indignos. Ansiosos. Fallan en cumplir los estándares de la sociedad.

Una telaraña enredada de angustia

El filósofo y teólogo James K. A. Smith dice que vivimos en una época en la que muchos se sienten como que están atrapados en una “telaraña enredada de angustia”. Él compara la casa de un adolescente actual a la de generaciones pasadas:

“La casa era un espacio para bajar la guardia, liberado de la mirada perpetua de tus compañeros. Casi podias olvidarte de ti mismo. Al menos podías olvidar lo torpe, lleno de granos, y raro que eras, liberado de la competencia que caracteriza el reino adolescente. Ya no más. El espacio del hogar ha sido perforado por la intrusión de las redes sociales; a tal punto que el competitivo mundo de la autopromoción y la autoconciencia está siempre con nosotros…”.

Una generación secular puede no hablar mucho sobre el pecado y el juicio, pero la culpa y la ansiedad están al acecho en cada corazón humano. Y no es solo por las redes sociales, aunque nuestras interacciones en línea magnifican el problema. Los sentimientos de indignidad no van a desaparecer.

El evangelio del mundo

¿Qué debemos hacer? El mundo dice que busques la felicidad, a cualquier precio, al convertirte en la mejor versión posible de “ti mismo”. Mira en el interior para salvación, y luego mira hacia fuera para afirmación.

El problema es que, “la versión curada de ti que vive en línea también se siente irremediablemente pulida e inadecuada”, escribe Havrilesky, “y sientes, de alguna manera, que solo tú no eres auténtico”. Muestra tu verdadero yo, y serás avergonzado.

Otro problema es que esta búsqueda de la felicidad —encontrarte a ti mismo y ser fiel a lo que sea que quieras ser— resulta ser bastante agotadora.

“El mero hecho de abrirte paso, hacer lo mejor posible, ver a los amigos cuando se puede, tratar de disfrutar lo más posible, es, de acuerdo con los dictados reinantes de la cultura actual, equivalente al fracaso. Tú debes vivir tu mejor vida y ser la mejor versión de ti mismo, si no, no eres nada ni nadie”.

“Tu mejor vida ahora” se supone que es un título inspirador que te ayuda a alcanzar tus sueños. Pero en la correspondencia de Havrilesky acerca de la generación del milenio, “vivir tu mejor vida y ser la mejor versión de ti mismo” es simplemente otra norma por la cual vivir, otro punto de referencia del fracaso.

“Si hay una religión de masas en nuestra cultura global, sería la creencia… que al creer en ti mismo (¡sin fallar!) tú puedes conseguir todo lo que siempre has soñado. Todo depende de tu fe y de tu capacidad para aplastar las dudas en tu cabeza que surgen cuando otro campeón glamuroso aparece en tu feed de Instagram”.

Si no eres feliz, es tu culpa.

Entonces, ¿qué sugiere Havrilesky? Los Millennials deben superar sus sentimientos de culpa y vergüenza aceptandose a sí mismos, puesto que ya se encuentran: “disfrutando exactamente lo que eres y lo que tienes, aquí y ahora”.

El evangelio del descanso

El mensaje bíblico es radicalmente diferente.

El problema no es que te sientas culpable, sino que eres culpable.

El problema no es que te sientas indigno de la felicidad, sino que eres indigno de cualquier buen regalo que proviene de nuestro Creador.

La Escritura no quita los sentimientos de culpa, ansiedad, y falta de mérito. Los presiona más profundamente. La sensación de ser juzgados por nuestros pares es un indicador de la realidad de que merecemos ser juzgados por Dios.

Afortunadamente, el evangelio tiene una palabra fresca para los cansados ​​y los que tienen sentimientos de culpa. No miramos dentro de nosotros mismos para la salvación, sino hacia Dios como Salvador.

“Nuestros corazones están inquietos hasta que se encuentran en ti”, escribió Agustín. El evangelio nos libera del juicio de Dios o de los demás. En la muerte de Cristo en la cruz, nuestra culpa y pecado son absueltos. Nuestra recepción en su familia, separada de cualquier mérito propio, es una muestra espléndida de gracia que es increíblemente precisa porque no somos dignos de recibirla.

Conclusión

El cristianismo tiene un mensaje fresco para una generación agotada de perseguir la felicidad: la salvación no viene de reunir tu fuerza de voluntad y dejar tu marca en el mundo, sino de reconocer tu dependencia de Dios y de recibir la marca que Él hizo en el mundo en la persona de Jesucristo.

No cambiemos ese mensaje por el duro y agotador consejo de “encontrarte a ti mismo”.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Cristián Fernández.
Imagen tomada de Lightstock
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