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Esdras 1 – 4 y Marcos 1 – 2

Entonces cesó la obra en la casa de Dios que estaba en Jerusalén, y quedó suspendida hasta el año segundo del reinado de Darío, rey de Persia.

(Esdras 4.24)

¿Quién no se ha sentido intimidado alguna vez? Es posible que alguna vez nos hayamos sentido abrumados por las gigantescas demandas de nuestro trabajo o por el genio de nuestro competidor laboral. En otras circunstancias, nos podría cohibir el carácter fuerte de la persona que domina la conversación en una comida de amigos, o podemos haber sido amenazados por un asaltante que nos sorprende en el camino de regreso a casa. Vivimos en un mundo que, definitivamente, no es una taza de leche, sino un campo de competencias en donde el más débil puede ser devorado por el fuerte sin la más mínima contemplación. No es menos cierto que el ser humano ha visto coronadas sus satisfacciones materiales y tecnológicas, pero vive sumido en una tensa y constante prueba de sus aptitudes que lo hacen estar al límite de su resistencia emocional y mental.

Sin embargo, y en honor a la verdad, hombres y mujeres de todos los tiempos siempre han estado sujeto a presiones y más presiones intimidantes. Y más aún, creo firmemente que la constitución del ser humano está creada para responder a los embates de la vida diaria. Son pocas las cosas que realmente valen la pena en la vida que al principio no nos intimiden por la dificultad para conseguirlas o por su grandeza.

Te pregunto: ¿Cómo te sentiste la primera vez que te sentaste al volante de un auto para tu primera práctica de manejo?, ¿A cuántos latidos por segundo retumbaba tu corazón la primera vez que se te acercó a conversar tu futuro príncipe azul?, ¿No sentías que todo se te había olvidado y que lo mejor era huir el día de tu examen de grado en la universidad? Si somos sinceros, tenemos que reconocer que hemos sido intimidados casi más allá de nuestras fuerzas en todos los momentos más importantes de nuestra vida. Y por eso se convierten en importantes e inolvidables porque recordamos la turbación, pero también la sobrecogedora sensación de paz después de haber vencido nuestros miedos… ¿No es cierto?

Los judíos son autorizados a volver a Jerusalén después de 70 años en el destierro. Ciro, rey de Persia, anuncia en un edicto su voluntad de reconstruir Jerusalén y su templo. Los judíos se movilizaron para la vuelta. Algunos decidieron volver, otros colaboraron con oro y plata. El rey anuncia que los tesoros saqueados del templo serían repuestos. Cinco mil cuatrocientas piezas preciosas son devueltas a Jerusalén. Decenas de miles de personas deciden retornar y reiniciar sus vidas paralizadas dramáticamente siete décadas atrás.

Al llegar, lo primero que hacen es edificar el altar y ofrecer sacrificios al Señor, pero los miedos empiezan a surgir: “Asentaron el altar sobre su base, porque estaban aterrorizados a causa de los pueblos de aquellas tierras; y sobre él ofrecieron holocaustos al Señor, los holocaustos de la mañana y de la tarde.” (Es. 3.3). Sus turbaciones no eran infundadas. Otros pueblos habían poblado la tierra en su ausencia y los judíos sabían que ellos no se iban a quedar tranquilos con la vuelta de los antiguos moradores de la Santa Ciudad.

La intimidación no se dejó esperar. Lo único que deseaban los enemigos de los judíos era detener la obra que se había empezado. Los cimientos del Templo habían sido colocados nuevamente, y la fiesta había sido en grande… “Cuando los albañiles terminaron de echar los cimientos del templo del Señor, se presentaron los sacerdotes en sus vestiduras, con trompetas, y los Levitas, hijos de Asaf, con címbalos, para alabar al Señor conforme a las instrucciones del rey David de Israel. Y cantaban, alabando y dando gracias al Señor: ‘Porque El es bueno, porque para siempre es Su misericordia sobre Israel.’ Y todo el pueblo aclamaba a gran voz alabando al Señor porque se habían echado los cimientos de la casa del Señor.” (Es. 3.10-11).

Pero así como fue de grande la celebración por el inicio de la construcción, así también fue grande la oposición: “Entonces el pueblo de aquella tierra se puso a desanimar al pueblo de Judá, y a atemorizarlos para que dejaran de edificar. Tomaron a sueldo consejeros contra ellos para frustrar sus propósitos, todos los días de Ciro, rey de Persia, hasta el reinado de Darío, rey de Persia. En el reinado de Asuero (Jerjes), al principio de su reinado, sus enemigos escribieron una acusación contra los habitantes de Judá y de Jerusalén. Y en los días de Artajerjes, Bislam, Mitrídates, Tabeel y sus demás compañeros escribieron a Artajerjes, rey de Persia, y el texto de la carta estaba en escritura Aramea y traducido del Arameo.” (Es. 4.4-7).

Como dice el texto del encabezado, las presiones intimidantes surtieron efecto. El rey le creyó a los enemigos de los judíos y ordenó el inmediato cese de las obras de reconstrucción, “Así que tan pronto como la copia del documento del rey Artajerjes fue leída delante de Rehum, del escriba Simsai, y sus compañeros, fueron a toda prisa a Jerusalén, a los Judíos, y por la fuerza los hicieron parar la obra.” (Es. 4.23). Lo que había empezado de una manera tan auspiciosa y llena de gozo se detiene abruptamente. Los judíos vuelven a llorar pero ya no de gozo, sino de tristeza y frustración. La historia nos cuenta que durante quince largos años los trabajos fueron detenidos. La intimidación, la violencia y la mentira lograron su objetivo.

¿Qué personas o situaciones nos están intimidando hoy hasta el punto que están impidiendo que seamos lo que debiéramos ser? Los judíos debieron entender que no bastaba tener un buen plan para reconstruir el templo, sino que también necesitaban agallas para vencer los miedos, fe en el Señor que los trajo de vuelta a casa y también un plan anexo para poder enfrentar y desarticular a los intimidadores (como lo veremos más adelante).

El Evangelio de Marcos nos enseña acerca de las innumerables ocasiones en las que el Maestro de Galilea tuvo que desarticular los improperios y las amenazas intimidantes de sus enemigos. Bastan sólo algunos ejemplos: “Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: ‘Hijo, tus pecados te son perdonados.’ Pero estaban allí sentados algunos de los escribas, los cuales pensaban en sus corazones: ‘¿Por qué habla Este así? Está blasfemando; ¿quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?’ Al instante Jesús, conociendo en Su espíritu que pensaban de esa manera dentro de sí mismos, les dijo…

Cuando los escribas de los Fariseos vieron que El comía con pecadores y recaudadores de impuestos, decían a Sus discípulos: ‘¿Por qué El come y bebe con recaudadores de impuestos y pecadores?’ Al oír esto, Jesús les dijo… Aconteció que un día de reposo Jesús pasaba por los sembrados, y sus discípulos, mientras se abrían paso, comenzaron a arrancar espigas. Entonces los Fariseos le decían: ‘Mira, ¿por qué hacen lo que no es lícito en el día de reposo?’ Jesús les contestó…” (Mc. 2.5-8a; 16,17a; 23-25a).

Como ves, no había situación en donde los intimidadores no intentarán meter su “cuchara” y paralizar la bendición, pero también vemos que Jesús nunca dejó de responder y enfrentar a los intimidadores. No deja de sorprenderme  que muchas de sus más preciosas enseñanzas son respuestas a los actos y las palabras intimidantes de sus enemigos. Por eso creo que nunca debemos esperar que nuestras vidas y decisiones sean absolutamente del gusto popular y general y que cuenten con la máxima de aprobación y condescendencia. Si esto fuera así, sería mejor preocuparse antes que quedarse tranquilo.

Cuando estamos buscando darle la gloria a Dios con nuestra obediencia, cuando las cosas valen la pena, cuando nuestra vida está dando un giro que cobra significado eterno, cuando estoy dispuesto a pagar el precio por la excelencia en el Señor, cuando quiero que mis sueños salgan de las cuatro paredes de mi imaginación y busco hacerlos realidad, siempre habrá oposición e intimidación. Los judíos se dejaron intimidar por quince años, pero luego, con el mensaje fortalecedor de los profetas Hageo y Zacarías, volvieron a la tarea y vencieron sus temores.

¿Cuántos años hace que abandonaste lo que Dios te mandó a hacer y vives sumido en la intimidación? Quizás este mensaje sirva para poder decirte lo que Jesús le dijo al paralítico sin esperanza: “A ti te digo: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.” (Mc. 2.11). Así haya un millón de voces intimidantes y miles de circunstancias desafiantes, si el Señor ha hablado, ¿Qué esperas para hacer lo que tienes que hacer?

Foto: Lightstock
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