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“Al instante el padre del muchacho gritó y dijo: ‘Creo; ayúdame en mi incredulidad’” (Marcos 9:24).

En este pasaje tenemos la crisis de un joven afligido por su condición física y espiritual. 

Anteriormente, vemos cómo los discípulos ya habían escuchado la afirmación y endorso de Jesús por el Padre en la transfiguración. También fue confirmado por el mensajero Juan El Bautista como el Mesías prometido. Ahora, observamos esta discusión entre los escribas y los discípulos, quienes no pueden ser de mucha ayuda a este joven en aflicción. 

Finalmente, al encontrarse con Jesús, el padre desesperado clama diciendo, “si Tú puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros y ayúdanos” (vs. 22). Su sentimiento es familiar para nosotros, quienes, al haber buscado nuestras propias soluciones a nuestros problemas, muchas veces apenas tenemos la fe suficiente para venir a Jesús. 

El Señor apunta precisamente a la necesidad de la fe en él, y la respuesta del padre del joven refleja un reconocimiento de su condición al decir, “Creo; ayúdame en mi incredulidad”.  

Interesantemente, la falta de fe no era solo un problema del padre del joven, sino de los mismos discípulos. Cuando ellos preguntan por qué no pudieron expulsar el demonio, Jesús les dice que su género solo sale con oración y ayuno; que es precisamente un reconocimiento práctico de decir, “creo, pero ayúdame en mi incredulidad”.

Las buenas noticias para ti y para mí son que este relato es una invitación a arrepentirnos una vez más y creer en Cristo, pero no como si esto dependiese se tratase de un esfuerzo de nuestro ser interior. Como vemos tan solo unos versículos más adelante, este es un llamado a tener una fe humilde y sencilla como la de un niño, colocando nuestra confianza y esperanza en Jesús.

Piensa en esto y encuentra tu descanso en Él.


Imagen: Lightstock.
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