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Esta mañana regresé a casa de mi rutina usual de correr varias millas luego de tener mi tiempo devocional. Mientras recuperaba mi respiración, porque a los 39 años no tengo la condición física que tenía antes, escuchaba el agradable sonido de las voces y risas de mis dos niños. Joey nació el 16 de abril del 2007 y Janelle el 21 de octubre del 2008; esas fechas son de los días más memorables en mi vida. El gozo de poder sostenerlos en mis brazos se suma a la satisfacción de saber que Dios, en su misericordia, nos ha bendecido de esta forma. Como podrán notar, mis hijos se llevan solo 18 meses, y ambos tienen mucha energía.

Mi esposa y yo estamos usualmente agotados. ¡Conlleva mucho trabajo criar niños! Ellos demandan toda la atención posible, y en momentos pueden sacar en tu vida áreas de pecado que no sabías que existían. Pero todo el cansancio, el batallar con mi pecado o las noches sin dormir no se comparan con la increíble satisfacción de tener a mis hijos. De poder amar tan profundamente como los amo, de ver a mi increíble esposa crecer ante mis ojos en ser una madre piadosa que ama a Dios.

La semana pasada la portada de la revista Time capta la creciente cultura de personas en Estados Unidos que biológicamente pueden tener hijos pero determinan no tenerlos. Uno de los aspectos que el artículo presenta, el cual se puede apreciar fácilmente en nuestra cultura, es que por motivos de estilos de vidas, crecimiento profesional o mantener belleza física, un número creciente de mujeres están decidiendo no procrear. En los últimos 30 años la cantidad de mujeres que deciden no tener hijos creció de 1 en 10 mujeres en el pasado a 1 en 5 mujeres en la actualidad. Estos números no deben sorprendernos, y en cierta forma a los cristianos no nos debe asombrar que el mundo vea la maternidad de esta forma.

Tener hijos envuelve sacrificio y morir a nuestras preferencias y comodidades. Mi esposa y yo vivimos de luna de miel por los primeros 7 años de nuestro matrimonio, la cual fue interrumpida abruptamente con el nacimiento de Joey y Janelle. Las eternas noches de romanticismo han sido sustituidas por pañales sucios y narices mocosas. Esas agradables tardes de sentarnos a ver un programa de televisión de adultos ahora están llenas de Barney  y Mickey Mouse (sí, Barney el dinosaurio: no me juzguen hasta que tengan hijos propios).

Este artículo debe provocar que los creyentes nos preguntemos, ¿habremos adaptado la cosmovisión del mundo sobre este tema? Cada vez más y más me convenzo de que sí. La expectativa de toda la sociedad hasta hace alrededor de 30 años era que todo hombre y mujer se casaban para tener hijos. El problema con esto es que la iglesia no desarrolló convicciones bíblicas al respecto y los líderes no enseñaban sobre el llamado bíblico de procrear. Por consiguiente, cuando la cultura cambió, la iglesia adoptó en gran medida estos cambios culturales porque nuestras convicciones no eran bíblicas sino más bien culturales. Es mi pensar que en este tiempo es de extrema importancia que la iglesia enseñe a los jóvenes sobre la dignidad y hermosura del llamado bíblico a procrear hijos. El artículo de la revista Times presenta los peligros culturales, sociales y económicos de esta tendencia. Pero los creyentes no basamos nuestras decisiones en datos socioeconómicos, sino en la Palabra de Dios.

Yo estoy convencido que la Biblia da un mandato a las parejas que contraen matrimonio que, mientras sea posible, tengan hijos. Quisiera resaltar la parte en que menciono mientras sea posible, ya que hay parejas que experimentan retos de infertilidad y no pueden procrear. Por años, mi esposa y yo experimentamos este reto hasta que por la misericordia de Dios pudimos concebir. Esto es diferente a creyentes que deciden no tener hijos por razones de crecimiento profesional, por temor a que sus vidas cambien, o por miedo a perder la libertad de poder salir a pasear a su conveniencia. En los Estados Unidos, la excusa económica es cada vez mayor; incorporamos un estilo de vida con un estándar demasiado alto y cancelamos la idea de tener hijos porque afecta nuestro presupuesto. No me malinterpreten, no estoy diciendo que quizás algunas parejas puedan esperar algún tiempo antes de tener hijos. Me refiero específicamente a tomar la decisión de no tenerlos nunca. Quizás estás leyendo este artículo y te encuentras en una edad avanzada, y en tu juventud tomaste la decisión de no tener hijos. Dios en su misericordia cubre todas nuestras faltas.

Mi deseo es que los jóvenes de esta generación no caigan ante los lazos del materialismo, sino más bien que cumplan con el llamado de Dios para el creyente. Mi convicción, la cual creo que proviene de la Palabra de Dios, es que toda pareja que se casa debe hacerlo con la mente de que tendrá hijos producto de esa unión. El apóstol Pablo en 1Corintios 7 da la opción a personas que tienen el llamado al celibato a no casarse por su entrega exclusiva a la obra del Señor. Este pasaje muestra que algunos no se casan, y para estos el llamado a procrear no aplica. Pero vemos en el patrón bíblico la importancia y el llamado de Dios a parejas piadosas de procrear descendencia. Vemos el ejemplo de Sara, Ana y Elizabeth, donde luego de años de no concebir y clamar al Señor para que les diera hijos, son llenas de gozo al recibir la bendición de poder ser madres. En la cultura en la que vivimos muchas veces no podemos relacionarnos con el deseo de éstas mujeres. Recordemos que en tiempos bíblicos toda la esperanza de la familia estaba en el poder tener descendencia. En esa época los hijos se dedicaban a cuidar de sus padres en la vejez (1 Timoteo 4).

Sin embargo, hoy en día no vemos esa necesidad de la provisión de Dios en nuestra vejez, ya que el mayor peso recae sobre los planes de retiro y seguro social. Les puedo asegurar algo, no es lo mismo a los 30 años decidir no tener hijos, que sentir arrepentimiento en la soledad de los 70 años por no haberlos tenido. La Biblia también apunta a que los hijos son un regalo de Dios. El salmo 127:3 dice: “He aquí, don del SEÑOR son los hijos; y recompensa es el fruto del vientre”. Nos muestra que tener hijos es un don de Dios, una recompensa; es algo que debe verse como valioso. Hemos dejado de ver los niños como esto, sino que los vemos como un problema o algo que me va a robar mi independencia. Por último, voy a presentar lo que a mi entender es la razón principal por la cual los creyentes tienen hijos. Estamos llamados a esparcir la gloria de Dios. Hay mandamientos bíblicos que son mandamientos de la creación.

Estos son estatutos que Dios establece antes de la caída y durante la creación. Son parte del diseño de Dios al crear al hombre a su imagen y semejanza y le da el mandato de reproducirse. Génesis 1:27-28 dice,  “Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios y les dijo: Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sojuzgadla”. Luego en Génesis 2 establece la institución del matrimonio. Es decir, el diseño de Dios desde la creación es que el hombre y la mujer se unan y al unirse puedan procrear. ¿Por qué este mandato? Dios crea al hombre a su imagen y le da el mandato de procrearse para expandir esa imagen por toda su creación. Dios desea que por medio de tener hijos los creyentes expandan Su imagen al criar hijos que por la gracia de Dios reflejen esa imagen. La pareja cristiana no se casa para sentirse realizados o porque no tienen nada mejor que hacer. Se casa para glorificar a Dios y reflejar la relación de unión entre Cristo y la iglesia (Efesios 5).

Como la unión de un hombre y una mujer está hecha para glorificar a Dios, parte de este llamado es el de procrearnos para que la imagen de Dios sea esparcida a través del mundo. Ese llamado es aún mayor en este mundo caído donde la imagen de Dios ha sido distorsionada en el hombre por el pecado. Pero por el evangelio, la imagen de Dios es restaurada en nosotros, y creemos que Dios salvará a nuestros hijos; así también la imagen de Dios será restaurada en ellos y en los hijos de nuestros hijos. Entonces cumplimos el llamado de llenar la tierra para que Dios sea glorificado. Cuando hablamos de restaurar la imagen de Dios en nosotros y que esa imagen sea restaurada en nuestros hijos, el evangelio tiene que estar a la vista.

Solo la obra redentora de Cristo hace esto en nosotros. Y porque Cristo nos adoptó, ahora cumplimos el llamado de llenar esparcir la imagen de Dios en la tierra. Creyente, no tomes una decisión tan importante como esta basándote solo  en preferencias. Estudia la Palabra y crea convicciones bíblicas al respecto. Joven  cristiano que estás en un noviazgo, antes de que decidas casarte, habla con tu pareja de cuáles son tus expectativas sobre tener hijos basadas en convicciones bíblicas. Y miremos todos a la Palabra de Dios para crear convicciones bíblicas sobre la gloriosa tarea de criar hijos que por la gracia de Dios puedan reflejar Su imagen a  generaciones por venir.

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