¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

Salmos 10-17 y Juan 1-2

¿Hasta cuándo, oh Señor? ¿Me olvidarás para siempre?
¿Hasta cuándo esconderás de mí Tu rostro?
¿Hasta cuándo he de tomar consejo en mi alma,
Teniendo pesar en mi corazón todo el día?
¿Hasta cuándo mi enemigo se enaltecerá sobre mí?
(Salmos 13:1-2)

Hace un tiempo leí en un periódico local la triste historia de un joven de 21 años que, por una sobredosis de heroína, quedó paralizado, ciego, y mudo. Ahora, después de varios años de dolorosa rehabilitación y con una vida renovada se dedica a dar charlas en colegios acerca de los peligros de la drogadicción.

Comunicándose a través de un computador, él le contaba a los jóvenes como empezó a drogarse a los 12 años de una manera casi inocente y traviesa, para luego de algunos años convertirse en un drogadicto esclavo de la heroína. Hoy él necesita cuidado permanente en todo sentido debido a su minusvalía, pero se siente renovado en su interior. Para él, los malos tiempos terminaron pero dejaron secuelas permanentes que le recordarán el camino equivocado que no debió haber tomado. Su cuerpo debilitado está dañado para siempre, pero su corazón había encontrado convicciones que lo han hecho mucho más fuerte y libre que nunca.

Podríamos pensar que solo podemos conocer historias tan dramáticas como la anterior a través de los periódicos, la televisión, o una buena película biográfica, pero la verdad es que todos llevamos dentro algún tipo de drama personal, de carga difícil de soportar, de lucha que nos desgasta, y que podría desencadenar sin previo aviso un verdadero cataclismo en nuestras vidas.

Tengo que reconocer con sinceridad que no tengo el antídoto que nos vacune contra toda clase de “malos tiempos” y menos una píldora que reduzca el “tiempo de la aflicción”. No obstante, en la Biblia veo que los hombres y mujeres de Dios encontraron algunas formas de paliar el dolor y tratar de responder a la pregunta, ¿Hasta cuándo?

Antes de seguir, tengo que contarles que yo me declaro bíblico-realista porque creo que no existe un libro más apegado a la realidad del ser humano que la Biblia. Es por eso que, cuando la leemos con detenimiento, nos sorprende la crudeza de sus testimonios, pero también lo asombroso de la esperanza que sus testimonios nos plantean.

Sé también que hay muchos que suponen que el cristianismo es una panacea en contra de los malos tiempos y, por lo tanto, se sienten culpables y alejados de la bendición cuando éstos asoman en el horizonte. ¿Te has sentido así alguna vez? ¿Te sientes así en este momento? Eso es muy posible porque esa es la realidad general al vivir en un mundo caído e imperfecto como el nuestro. Sin embargo, el Evangelio (Las Buenas Noticias) nos hablan del mismo Dios descendiendo para venir en nuestra búsqueda, ofreciéndose por nosotros, restaurando nuestras vidas y dándonos la oportunidad de construir nuestra casa sobre la Roca, que es el Él mismo.

Nuestro Dios nos protege, pero también nos instruye para que evitemos fundamentar nuestras vidas sobre la arena. Definitivamente no nos enseña a controlar tempestades ni tampoco nos lleva a vivir a lugares en donde no existen las furiosas tormentas. El Señor nos transforma en el interior para poder soportar las inclemencias del exterior.

Veamos entonces algunos consejos del Señor que no nos ayudarán a encontrar la fecha de caducidad de nuestros problemas, pero sí nos ayudarán a aprender a enfrentarlos:

En primer lugar, debemos aprender a confiarle al Señor todos nuestros pensamientos, sentimientos y dilemas. Los salmistas en sus cantos no se reservaban nada, simplemente se lo decían todo al Señor. Por ejemplo, en el Salmo 10 se pide la destrucción de los malvados y las palabras iniciales no son necesariamente una alabanza al creador: “¿Por qué, oh Señor, Te mantienes alejado, Y Te escondes en tiempos de tribulación?” (Sal. 10:1). ¿Pueden ustedes imaginar un servicio religioso en donde cantemos esas palabras?

El texto del encabezado también nos muestra la severidad de los sentimientos de los salmistas. Luego, no tienen mejor idea que “cantar” con lujo de detalles sobre la terrible realidad de maldad que ellos están observando: “Porque del deseo de su corazón se gloría el impío, Y el codicioso maldice y desprecia al Señor. El impío, en la arrogancia de su rostro, no busca a Dios… Llena está su boca de blasfemia, engaño y opresión… y atrapa al afligido arrastrándolo a su red” (Sal. 10:3-9). ¡No hay duda que ellos no tienen la menor intención de ser diplomáticos con el Señor porque, al final, ellos saben que el Señor conoce completamente sus corazones y la realidad del mundo que los rodea.

Sin embargo, todo lo que pueda sentir puede ser tan terrible como la realidad que me rodea, pero también es cierto que el Señor ha prometido estar con nosotros siempre. Por eso es que las palabras de los salmistas no se quedan en el terreno de la queja y la amargura, sino que se convierten en oración de súplica y compromiso por el cambio al decir, “Levántate, oh Señor; alza, oh Dios, Tu mano. No Te olvides de los pobres” (Sal. 10:12).

Ustedes mismos pueden leer los salmos de nuestro extracto para sacar sus propias conclusiones al respecto. Más que atrevimiento, se trata de la osadía de seres humanos que no pueden ocultar su canto de la realidad en que viven, y que, por lo tanto, esperan seguir cantando al Señor que sigue reinando entre ellos a pesar de cualquier circunstancia: “El Señor es Rey eternamente y para siempre…” (Sal. 10:16a).

En segundo lugar, debemos aprender a llamarnos nosotros mismos la atención en búsqueda de fortaleza. ¿Por qué no debo derrumbarme en medio de la prueba? ¿Por qué debo tener paciencia? ¿Por qué debo mantenerme fiel? ¿Cuáles son mis fundamentos? ¿En qué se basa nuestra vida para sostenerse? Todas estas preguntas deben responderse en lo profundo de la conciencia y con nuestras propias palabras, pero delante de la presencia del Señor.

Más destructivo que un huracán, es tener un corazón vacío de convicciones para poder enfrentarlo. En los salmos observamos este tipo de arengas personales que llevan a los cantores a expresar con melodía sus más profundas convicciones: “En el Señor me refugio; ¿Cómo es que ustedes le dicen a mi alma: ‘Huye como ave al monte’?” (Sal. 11:1). ¿Nos damos cuenta? Los salmos no sólo hablan de lo que Dios va a hacer, sino también de la reivindicación y la auto-motivación a la confianza que nosotros hemos puesto en Él.

El Salmo 15 expresa el llamado a la integridad personal a cualquier costo sin importar las circunstancias por las que estemos atravesando. Pero el Salmo 16 es donde encontramos el punto de inflexión entre nuestro Dios protector y las convicciones que nos fortalecen. Así dice David: “Protégeme, oh Dios, pues en Ti me refugio. Yo dije al Señor: “Tú eres mi Señor; Ningún bien tengo fuera de Ti’”. (Sal. 16:1-2). Estas convicciones copan el corazón del salmista y lo llevan a decir: “Al Señor he puesto continuamente delante de mí; Porque está a mi diestra, permaneceré firme” (Sal. 16:8).

Creo que la pregunta a la que esta reflexión nos está guiando no es “¿hasta cuándo?”, sino más bien es “¿hasta dónde?”. El tener respuestas en tiempos de aflicción no está en función del tiempo de duración, sino en directa proporción con las fuerzas que tengamos para enfrentarlos. Los salmistas no dudan en mostrarle al Señor el dolor de sus pensamientos, ni tampoco le ocultan sus dolorosas circunstancias. Pero sus convicciones radicaban en la grandeza de un Dios que permanecía con ellos, como el mismo Juan lo dice de la presencia del Señor Jesucristo entre nosotros, cuando dijo, “Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y verdad” (Jn. 1:14).

La grandeza de nuestro Dios es el que le cambia las perspectivas al “¿Hasta cuándo?” Si nos damos cuenta que el que hizo al mundo permanece con nosotros, entonces cualquier circunstancia, comparada con el tamaño de nuestro Dios, siempre será pequeña. Pero como dijimos, el problema no es un Dios ausente o una tormenta demasiado grande, sino nuestro corazón vacío o distante de un Dios grande y presente, “En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por medio de Él, y el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (Jn. 1:10-11).


Imagen: Lightstock.
Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando