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Bob Kauflin dirige la adoración en canto desde el piano, de pie, cantando mientras sus dedos danzan por encima de las teclas. Hay unas setecientas personas en el auditorio cantando también, algunas con manos levantadas, otras con los ojos cerrados. Aunque hay varios instrumentos al frente, él es quien los dirige.

Yo lo veo todo desde lejos, desde la última hilera de sillas, y es evidente que para Bob, en ese momento no hay nada más que no sea lo que está haciendo: guiarnos en adoración.

Toca el piano con ambas manos, luego con una, la otra apuntando al cielo, después se detiene y levanta los puños, ojos cerrados, gritando la letra. A veces se inclina sobre el teclado, otras parece golpearlo con fuerza.

Cuando me veo con él unas horas después, en una pequeña oficina, lo primero que impresiona es su altura. Por lo menos me saca una cabeza. Después noto su quijada, que me recuerda al personaje gruñón de la película Up, excepto que a diferencia del personaje de la película, Bob no deja de sonreír.

Le doy las gracias por concederme la entrevista. “Me gustaría hablar del estado de la música en la adoración, en nuestro contexto hispano”, le digo.

Sonríe. “Con toooda mi experiencia”, contesta con sarcasmo.

Me río. “Su perspectiva, supongo”, agrego, y ahora, más serio, me dice que con gusto. Me explica que no tiene tanta experiencia en el contexto hispano, pero que hará lo mejor que pueda con lo que ha visto.

“Comenzando con una pregunta básica”, le digo, “¿cuál es el rol de la música en la adoración?”. Es una pregunta que me parece importante pues, aunque es fundamental, percibo que hay mucha confusión en Latinoamérica al respecto. Algunos ven la música como el elemento indispensable de la adoración, aunque es evidente en el Antiguo Testamento que eso no puede ser cierto. Daniel Block, erudito del Antiguo Testamento, escribe en For the Glory of God que la música no era indispensable en la adoración del tabernáculo, y es hasta después que se agrega a la adoración en el templo.

“Colosenses 3:16”, me responde Bob inmediatamente. “La música debe permitir que la palabra de Cristo more en abundancia en nosotros. ¡Debemos cantar alabanzas a Dios! La música de hoy se centra en sentir. Pero es mucho más que eso. Es recordar, saber. Es expresar la unidad del cuerpo de Cristo”.

Esa por supuesto, es su pasión. Bob es director de Sovereign Grace Music, la cual ha producido un sin número de canciones y discos que buscan traer verdadera adoración con la música y letra. Uno de los lemas de SGM es “sound + doctrine”, que tiene un juego de palabras imposible de traducir, pero sería algo como “sonido + doctrina”.

Recuerdo la primera vez que escuché música de Gracia soberana, estando en el seminario. En ese tiempo tenía un bajo concepto de la música cristiana contemporánea. La consideraba comercial, formulaica, sentimentalista. Mucho ruido, poco contenido.

Entonces escuché el disco Songs for the Cross Centered Life [Cantos para la vida cruz-céntrica], y vaya sorpresa. De allí pase a Come Weary Saints [Venid, santos cansados], y pronto varias de estas canciones pasaron a ser de mis favoritas.

“Sin embargo”, le digo, “la música cristiana contemporánea en Latinoamérica deja mucho que desear”.

“Así es”, contesta, “pero muchos creyentes en Latinoamérica están dándose cuenta de eso, del problema de tener canciones superficiales y sin evangelio. No hay pasión, sino comercialización”.

¿Qué se puede hacer?”.

“Para empezar, enfocarse en la letra y no en el sonido. La letra es primordial”.

Asentí. No se lo digo, pero recuerdo que Bob ha escrito, o co-escrito algunos himnos modernos que se están convirtiendo en clásicos, como: Oh Gran Dios, It is not Death to Die, The Gospel Song, La gloria de la cruz, Venga tu reino, y la lista continúa. Esos son cantos que han traído una reforma a la música contemporánea, enfocándose en letra saturada del evangelio. No solo eso, sino que también han revitalizado la himnología, ya que dichos cantos siguen el patrón del himno.

Miro mis notas y le hago la pregunta, esa que considero importantísima: “¿Cómo podemos cultivar compositores cristianos?”. Hago esa pregunta porque yo me la he hecho muchas veces, aunque de manera ligeramente diferente. Uno de mis grandes deseos es ver una nueva generación de escritores hispanos de calidad.

“Ah. Hay que encontrarlos. Encontrarlos y motivarlos a que escriban. Que comiencen a escribir. Sabes… de los veinte videos nuestros en YouTube más populares, diecisiete son en español”.

“¡Wao!” —no puedo evitar el asombro.

“Sí. Hay hambre. Hay hambre”.

Hay que encontrarlos. Estoy de acuerdo. Es más, estoy convencido que los nuevos escritores y compositores ya están entre nosotros, preparándose, enfrentándose a las limitaciones, a constante desilusión, al hecho de que en Latinoamérica la gente no lee (aunque las cosas están cambiando), y a que aunque escucha mucha música, prefieren lo comercial y mediocre a lo profundo y artístico.

Le digo: “Así que hay un joven cristiano compositor. Quiere componer. ¿Qué le diría?”.

“Además de lo que ya dije… le diría, ve a conferencias. Asegúrate de tener buena doctrina. Doctrina bíblica. Porque no necesitamos más música superficial. Y toca en una buena iglesia. Y ponte a componer y súbelo a YouTube. Y verás lo que pasa. Dios se encarga del resto”.

Le doy las gracias y me dice: “Tengo un deseo en mi corazón de ver que emerjan autores hispanos”.

Amén, hermano Bob. Amén.

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