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“Por tanto, debes comprender en tu corazón que el SEÑOR tu Dios te estaba disciplinando, así como un hombre disciplina a su hijo” (Deuteronomio 8:5).

La intención de Dios es hacer lo necesario para formar el carácter de Cristo en nosotros, por la obra de su Espíritu y como una evidencia de su gracia. 

Esta es una obra que Él hace principalmente en nuestros corazones, para que podamos soltar las cosas que nos encadenan e impiden poder experimentar “la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Rom. 8:21‬). 

Hasta aquí, podríamos estar tranquilos y confiados en su obra. El “problema” para nosotros es que Dios, para cumplir estos propósitos, como un buen cirujano, no se va a detener hasta sacar la infección de nuestro cuerpo. 

Es por eso que, como dice el versículo 2, Él hace pasar por el desierto a su pueblo, “para humillarte, probándote, a fin de saber lo que había en tu corazón” (vs. 2). 

Así también, nosotros necesitamos de esos momentos “en el desierto” para saber la verdadera condición de nuestro corazón. 

Y por otro lado, dice el siguiente versículo, “El te humilló, y te dejó tener hambre… para hacerte entender que el hombre no sólo vive de pan, sino que vive de todo lo que procede de la boca del SEÑOR” (vs. 3).

La razón por la que experimentamos necesidades en nuestras vidas es para que también podamos “comprender” funcionalmente que lo que más necesitamos no está necesariamente conectado al mundo material.

Las buenas noticias para ti y para mí son que Dios quiere revelar la condición de nuestros corazones y su provisión a través de los momentos difíciles, pero no como un castigo. Es la obra amorosa de disciplina de un buen Padre celestial por el bien de sus hijos. 

Piensa en esto y encuentra tu descanso en Él.


Imagen: Lightstock.
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