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Nehemías 1-3 y Marcos 7-8

Me levanté de noche, yo y unos pocos hombres conmigo, pero no informé a nadie lo que mi Dios había puesto en mi corazón que hiciera por Jerusalén. No llevaba conmigo ningún animal excepto el animal sobre el cual yo iba montado.

(Nehemías 2:12)

Michael Novak, el famoso pensador católico, escribió: “La primera de todas las obligaciones morales es pensar con claridad. Las sociedades no son como el clima, ya determinado. Los seres humanos son responsables de sus formas. Las formas sociales son creaciones del espíritu humano”. Por favor, lean esta frase una vez más antes de continuar.

Cuando el Señor colocó a los primeros padres en el jardín del Edén los había nombrado sus mayordomos.  Esto quiere decir que, en sumisión al Señor y su Palabra, los seres humanos, sin excepción, tienen un grado de “gestión” en todas las tareas que realizan en nuestro pequeño planeta azul. ¿Qué queremos decir con esto? Pues algo muy sencillo. Que los seres humanos tenemos la capacidad de llevar adelante iniciativas o proyectos, ocupándonos de su administración, organización y funcionamiento.

Vivir en comunidad involucra esa capacidad de gestión puesta en marcha desde las decisiones de las principales autoridades hasta las que realiza el más humilde de los miembros de una sociedad particular. Vivir en paz o en conflicto, entonces, no es un asunto mágico o el resultado bueno o pésimo de un par de gestores. Por el contrario, es el resultado de una labor colaborativa de todos en favor (o en contra) de todos.

El gran problema radica en que toda capacidad de gestión requiere de principios, normas y órdenes que sustenten el florecimiento de una sociedad. Por eso Novak dice, “Sin ciertas presuposiciones morales y culturales sobre la naturaleza de los individuos y de sus comunidades, sobre la libertad y el pecado, sobre la mutabilidad de la historia, sobre el trabajo y el ahorro, sobre el autocontrol y la cooperación mutua… [ningún sistema de gestión] funciona”.

Por eso podemos llegar a decir que cualquier gestión humana es espiritual. No en vano, los grandes personajes de la Biblia se caracterizan por ser gestores de los planes de Dios y colaboradores en las manos del más grande de todos, nuestro Señor Jesucristo. Nehemías fue uno de ellos.

Este hombre tenía un cargo envidiable durante el tiempo de la deportación judía. Se codeaba con la realeza y vivía en medio del lujo y el oropel. Nehemías era el copero del rey Artajerjes, en ese tiempo el CEO del gran imperio Persa. ¡Ojo! Un copero no era simplemente un mozo o un barman para el rey persa. En realidad, era uno de los más cercanos funcionarios, un secretario real del más alto nivel por el que pasaban las más altas decisiones.

¿Qué características en la gestión de Nehemías son dignas de aprender?

Para empezar, veamos un poco el contexto. Jerusalén y toda la nación judía estaba en ruinas. Habían pasado varias décadas desde los terribles sucesos que desembocaron en el cautiverio de toda la nación. Poco o nada se sabía de lo que pasaba en Palestina, y las nuevas generaciones de judíos cada vez se sentían más cómodas entre los persas, olvidando casi por completo lo que habían dejado atrás.

En ese contexto es que Nehemías recibe luctuosos informes del estado de Jerusalén: “… ‘El remanente, los que sobrevivieron a la cautividad allá en la provincia, están en gran aflicción y oprobio, y la muralla de Jerusalén está derribada y sus puertas quemadas a fuego’” (Neh. 1:3). Y aquí va la primera gran característica del gestor espiritual: Es sensible ante la desgracia, pero no se rinde por eso. Lo primero que hizo Nehemías fue convocar una junta extraordinaria con el Dios de Israel al que no le expone la queja, sino que reconoce solidariamente el problema, haciéndose parte de él: “Cuando oí estas palabras, me senté y lloré; hice duelo algunos días, y estuve ayunando y orando delante del Dios del cielo” (Neh. 1:4).

Para que se inicie el proceso de gestación de un plan, no hay nada mejor que la sinceridad en los números y los balances. Solo con sinceridad y reconociendo que somos parte de la situación es que podemos iniciar un plan de emergencia. Si Jerusalén estaba quemada y avergonzada, era producto del pésimo comportamiento de los judíos. Ante Dios no se podían maquillar las cifras, y menos hacer alarde de elocuencia política diciendo: “las cosas ya estaban mal y otros eran los culpables”.

Nehemías, como buen gestor, le pidió primero al Señor una oportunidad para volver a poner las cosas en orden. Esta es la segunda gran característica de un gran gestor espiritual: Está dispuesto a correr riesgos personales para revertir las situaciones para la Gloria de Dios.  ¿Cuál era el riesgo que corría  Nehemías? Pues, muy simple: Nehemías sólo podía hablar con el rey si él se lo concedía; y sólo podía llamar la atención del rey dando a conocer su malestar pero sin palabras, o sea, una verdadera ruleta rusa.

Si Artajerjes se disgustaba… inmediatamente su cabeza correría por el suelo. El copero del rey tenía que mantener siempre una actitud positiva ante el monarca. El rey tenía suficientes problemas como para que las personas que lo atendían sean para él un factor de incomodidad o conflicto. Pero como decía mi abuelita “No hay peor gestión que la que no se hace”,  Nehemías hizo lo que tenía que hacer porque ya se había encomendado al Señor.

“Así que el rey me preguntó: ‘¿Por qué está triste tu rostro? Tú no estás enfermo; eso no es más que tristeza de corazón.’ Entonces tuve mucho temor” (Neh. 2:2). La suerte estaba echada. No había forma de retroceder pero sí de flaquear. Por eso, no se puede ser un gran gestor espiritual sin esta tercera característica,  un gestor espiritual debe estar dispuesto a ir al grano, al meollo, al centro del asunto. Conozco mucha gente bien intencionada y con ganas de hacer grandes cosas para el Señor, pero que no saben concretar ni aclarar sus posiciones. Son como nuestros equipos de fútbol: llegan hasta el arco pero nunca lo conquistan.

Nehemías sabía que la misión que el Señor puso en su corazón era superior a su propia vida; no había tiempo para dilaciones ni para dejarse vencer por temores o resquemores. ¡A lo hecho, pecho!: “Y le dije al rey: ‘Viva para siempre el rey. ¿Cómo no ha de estar triste mi rostro cuando la ciudad, lugar de los sepulcros de mis padres, está desolada y sus puertas han sido consumidas por el fuego?’”  (Neh. 2:3). El copero se atrevió a mostrar su malestar, el ambiente se puso frío, el silencio era pesado… los segundos parecían interminables… El rey dijo: “‘¿Qué es lo que pides?’ Así que oré al Dios del cielo…” (Neh.2:4).

Aquí viene la cuarta característica de un gestor espiritual: no va por menos que lo más importante. Si Nehemías había llegado hasta este momento, no era para reducir sus expectativas al mínimo. Era el momento de dar el zarpazo, de confiar en el Señor, de poder observar con los propios ojos que el Señor puede abrir las puertas más impenetrables, “Y respondí al rey: ‘Si le place al rey, y si su siervo ha hallado gracia delante de usted, envíeme a Judá, a la ciudad de los sepulcros de mis padres, para que yo la reedifique.’” (Neh. 2:5).

Nehemías no sólo era atrevido, sino que también era un gestor planificado. Él no tenía una idea romántica de la tarea de reconstrucción. Este judío sabía lo que había que hacer, y con esa idea clara se atrevió a hablar al rey. Por eso, la quinta característica es que un gestor espiritual es planificado y organizado. Cuando el rey le pidió cuentas más directas de su petición, el copero pudo responder con claridad y orden, lo que agradó sobremanera al rey. “Entonces el rey me dijo, estando la reina sentada junto a él: ‘¿Cuánto durará tu viaje, y cuándo volverás?’ Y le agradó al rey enviarme, y yo le di un plazo fijo” (Neh. 2:6).

Un mero sueño, por más idílico y convincente que pareciera, no hubiera convencido al entendido y aterrizado monarca. Nehemías tenía las cosas claras y eso bastaba para comunicarlas bien. Alguien decía que él que no es capaz de poner sus planes en blanco y negro con fechas y cifras, quizás ni él mismo entienda lo que está proponiendo. Esto era sólo el comienzo de todo lo que a Nehemías le tocaría vivir… pero esa ya es otra historia.

Termino: Jesús nunca desecha una sincera gestión por más humilde que esta sea. No desechó a la mujer siro-fenicia que clamaba por la liberación de su hija. Ella fue la que respondió a las palabras evasivas de Jesús sin rendirse y sin buscar nada más que lo más importante: “… le dijo ella; ‘pero aun los perrillos debajo de la mesa comen las migajas de los hijos’” (Mc. 7:28). ¿Qué hizo Jesús? Le dijo: “Por esta respuesta, vete; ya el demonio ha salido de tu hija” (Mc. 7:29). Ella fue al grano y Jesús también.

Lo mismo hizo con la gente que fue por la sanidad del sordo y tartamudo: “Y le trajeron a uno que era sordo y tartamudo, y le rogaron que pusiera la mano sobre él” (Mc. 7:31). Ellos corrieron el riesgo, fueron al grano, reconocieron el poder de Dios en Jesucristo y la persona fue sanada. ¿No sería bueno que nos ordenemos un poco en nuestra gestión espiritual para empezar a crecer en todo sentido?

Foto: Lightstock
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