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2 Crónicas 15 – 17    y   Mateo 15 – 16

Y salió al encuentro de Asa y le dijo: “Óiganme, Asa y todo Judá y Benjamín: el Señor estará con ustedes mientras ustedes estén con El. Y si Lo buscan, se dejará encontrar por ustedes; pero si Lo abandonan, El los abandonará.

 (2 Crónicas 15:2)

Hace un tiempo participé de un foro en donde un expositor mostraba unos estudios oficiales sobre la realidad social del país donde vivía en ese momento. Dentro del análisis presentado se revelaba la manifestación de una tremenda carencia de afecto y compañía en la población que terminaba con el exponencial crecimiento de un pronunciado sentimiento de soledad en medio de la sociedad. Estos datos reflejaban no sólo una realidad particular, sino la realidad global de una humanidad que vive en nuestra todavía nueva centuria.

Vivimos en un mundo que vive aislado bajo cuatro paredes levantadas por una tecnología que pareciera no tener límites. Hoy vamos por la calle y vemos personas sumidas en un universo virtual creado por sus teléfonos celulares. Ellos los hacen sentir que tienen al mundo en las manos… pero como quien lo mira desde la luna o un satélite artificial. Como nunca antes nos estamos convirtiendo en observadores distantes que son solo reconocidos por códigos y claves que los identifican y despersonalizan al mismo tiempo. Valga una pregunta lúcida: ¿Cuántas contraseñas necesitas para desenvolverte en la sociedad real y virtual? He perdido la cuenta de todas mis claves y contraseñas. Pero todas son necesarias para funcionar en un mundo cada vez más lleno, valga la redundancia, de claves y contraseñas.

Pero tengo que reconocer que eso no debería ser tan importante para mí. Todavía tengo relaciones que no requieren de tecnología, claves y contraseñas. Basta que mi hija diga “papi” para que yo quede completamente derretido y pendiente de ella.  Mi esposa me llama de una manera que nadie más usa para nombrarme; mi mamá utiliza otros adjetivos para nombrarme cada vez que hablamos…  Puede sonarles cursi, pero… ¿Qué más puedo pedir? Esos nombres me hacen entender que soy importante, que me valoran y me aman; y yo las valoro y las amo también. Con ellas tengo la obligación de dejar de mirar la pequeña pantalla, sacarme los audífonos, bajarme de mi nube, abandonar el ciberespacio y sentirme simplemente un hombre con necesidad de afecto sincero y comprensión. Y sé que en ellos hallaré todo eso, con creces y más allá de lo que realmente merezco.

Me he dado cuenta también que los mejores amigos no son los que me acompañaron en los buenos tiempos, sino los que estuvieron conmigo durante el duelo y en la aflicción. La fuerza extraordinaria del amor compartido siempre será más fuerte con viento en contra y oleaje atemorizante y destructor. Sólo los verdaderos amigos son capaces de permanecer en situaciones adversas cerca de nosotros.

Esto mismo pasa con Dios. Pareciera que para algunos el Señor no fuera buena compañía durante la fiesta, pero sí que lo buscamos cuando la necesidad y el dolor se acercan a nuestra puerta. Israel no era ajeno a ese mismo sentimiento equivocado. Mientras las cosas parecían estar bien, las distracciones personales ocupaban todo el espacio y el corazón israelita. Sin preocupaciones aparentes, no le prestaba atención ni a nada ni a nadie que no sea él mismo: “Por muchos días Israel estuvo sin el Dios verdadero y sin sacerdote que enseñara, y sin ley. Pero en su angustia se volvieron al Señor, Dios de Israel, y Lo buscaron, y El se dejó encontrar por ellos” (2 Cro. 15:3-4). Como ven, cuando había dificultad, Israel reconocía que no había mejor compañía que el Señor. Y lo mejor de todo es que Él nunca defraudó ni rechazó a su pueblo. La Biblia está lleno de testimonios en donde el Señor llegó justo a tiempo cuando clamamos a Él de todo corazón. Como en el caso de Josafat, quien percibiendo que estaba por perder su vida en medio de la batalla, “… clamó, y el SEÑOR vino en su ayuda, y Dios los apartó de él…” (2 Cro. 18:31).

Con justa razón podría acusarnos el Señor de abandono e ingratitud, pero siempre nos recibe con los brazos abiertos en cuanto le buscamos. Él siempre se deja encontrar por todo aquel que le busca con todo el corazón, y esto, sin importar su situación. Israel hizo “ …pacto para buscar al Señor, Dios de sus padres, con todo su corazón y con toda su alma…” (2 Cro. 15:12). Una promesa hecha y rota en multitud de oportunidades. Pero el Señor nunca faltó a su promesa.

Es lamentable que esta Generación Des-conectada crea que la compañía personal del Señor no sea fructífera como para encontrar respuestas y vencer la soledad y el desaliento. Algunos están tan solos que prefieren permanecer en actitud ‘autista’ con el mundo y con Dios, conectados a una entretención sin fin, a comunicaciones superficiales y a estar al tanto de vidas que, finalmente, no tienen contacto real con las suyas. Lo que hay es un corazón que se deshace por falta de relaciones significativas, pero que no es capaz de volverse completamente al Señor por ayuda.

Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo, quien siempre tuvo otros planes. Cuando Jesús estuvo en la tierra siempre estuvo atento a las personas en medio de las multitudes. Cada persona tenía nombre y circunstancias, en Él no cabía la indiferencia. Nunca siquiera se vio sobrepasado por las dificultades de las multitudes que se le acercaban: “Y vinieron a El grandes multitudes trayendo consigo cojos, lisiados, ciegos, mudos y muchos otros enfermos y los pusieron a Sus pies y El los sanó; de modo que la muchedumbre se maravilló al ver que los mudos hablaban, los lisiados quedaban restaurados, los cojos caminaban y los ciegos veían; y glorificaron al Dios de Israel” (Mt. 15:30-31). Este testimonio me llena de tranquilidad al poder tener la seguridad de que Jesús nunca se cansará ni se olvidará de mí. Nunca podré pasar desapercibido en su presencia. ¡Nunca!

También Jesús me enseña a tener presente las necesidades de los demás, y no sólo las mías: “Entonces Jesús, llamando junto a Él a Sus discípulos, les dijo: Tengo compasión de la multitud, porque ya hace tres días que están aquí y no tienen qué comer; y no quiero despedirlos sin comer, no sea que desfallezcan en el camino” (Mt. 15:32). Jesucristo quiso involucrar a su gente cercana, ayudándola a conectarse con personas y no solo con multitudes impersonales. No basta con tener un millón de amigos en Facebook si es que lo único que estoy dispuesto a gastar con ellos es algo de mis megas de Internet.

Sé por experiencia que una persona necesitada puede causarnos un miedo terrible al pensar que podría devorarnos en su afán por satisfacer su necesidad. Y no sólo eso, sino que también la necesidad humana nos hace sentir impotentes e incapaces de poder enfrentarla. Los discípulos sentían lo mismo y no tardaron en mostrar su queja: “… Le dijeron: ¿Dónde podríamos conseguir en el desierto tantos panes para saciar a una multitud tan grande?” (Mt. 15:33).

Pues allí está el asunto: El Señor nos enseña que a Él le basta lo que realmente tenemos para multiplicarlo y poder saciar al que realmente lo necesita. Con siete panes y unos pocos pececillos, o sea, la única merienda de los discípulos, Jesús pudo alimentar a una multitud; y no sólo eso, sino que sobraron siete canastas llenas. Cuando no nos negamos a entregar lo poco que tenemos para también saciar a los que  nos rodean, el Señor lo bendice y lo multiplica con su poder sobre nuestra debilidad.

Es posible que la gente con las que nos rodeamos no está necesitada de pan y peces, pero si de afecto, consejo o simple atención. Quizás piensas que sólo tienes afecto, consejo y atención para tus seres queridos. Y por eso piensas, con justas razones, que no es sensato tratar de preocuparte por nadie más que por aquellos que dependen directamente de ti. Puedes mandar saludos por Facebook, compartir algunos buenos videos en Instagram, acompañar alguna buena campaña o alguna noticia interesante en Twitter, pero hacerte cargo de alguien más fuera de tu círculo íntimo… ¡eso es imposible!

Sin embargo, el Señor Jesucristo, quien te conoce perfectamente bien, también quiere usar de tus pocos o muchos recursos para bendecir a pocos o muchos que lo necesitan. Él también te dice hoy: “¿Cuánto tienes?”. Puede sonar poco e irrisorio lo que puedas presentarle… pero si tú se lo entregas al Señor, Él lo multiplicará, y siempre lo hará sobreabundar.

Repitamos la historia en nuestro propio contexto:

Y Jesús llamando a sus discípulos, dijo: Tengo compasión de la gente, porque ya hace tres días que están conmigo, y las veo solas y carentes de afecto, conectados a sus teléfonos celulares  para distraer su propia soledad; enviarlas de nuevo a su aislamiento no quiero, no sea que desmayen en el camino de su retraimiento.

Entonces sus discípulos le dijeron: ¿De dónde tenemos nosotros tanto afecto, presencia y paciencia en este mundo egoísta, para saciar a una multitud tan grande?

Jesús les dijo: ¿Cuánto afecto y paciencia tenéis?”… Hasta aquí podríamos escribir esta historia. De la respuesta y lo que siga para adelante te encargarás tú. 

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