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Siempre he sido una persona deportista. Cuando era más joven practicaba basquetbol; luego hice karate por años, para luego convertirme en surfista competitivo. Diecisiete años después de haberme montado en mi tabla por primera vez, todavía sigo apasionado por este deporte. Y algo que he aprendido después de tantos años como deportista: estar saludable depende un veinticinco por ciento de hacer deporte y un setenta y cinco por ciento de una adecuada alimentación.

¿Es pecado ser obeso? No es una respuesta fácil. Podría ser que sí, podría ser que no. Pero prestemos atención a lo que dijo Jesús, “no es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre; sino lo que sale de la boca, eso es lo que contamina al hombre” (Mt. 15:11). A eso añadió, “¿No entienden que todo lo que entra en la boca va al estómago y luego se elimina? Pero lo que sale de la boca proviene del corazón, y eso es lo que contamina al hombre. Porque del corazón provienen malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios y calumnias” (Mt. 15:17-19). Para el Señor, lo de primer orden es lo que sale de adentro del hombre, no tanto lo que este come. A la vez, estamos llamados a ser buenos administradores de todo aquello que Dios nos ha dado (Mt. 25:14-30). ¡El cuerpo es una de ellas!

El apóstol Pablo nos enseña que “todo nos es licito, mas no todo nos conviene” ( 1 Co. 10:23). En otras palabras, podemos comer lo que queramos, sin ser esta una razón por la cual nos vayamos al infierno. Claro, comer lo que queramos puede llevarnos al Cielo mucho más rápido. Una mala alimentación puede producir enfermedades que hubiéramos podido evitar de haber comido bien.

Comer con discernimiento

La Biblia nos enseña que renovemos nuestra mente para que sepamos cuál es la buena voluntad de Dios (Ro. 12:2). Este pasaje en su contexto nos enseña que debemos desechar la vieja manera de pensar, según lo que se deleita la carne y el pecado, y cambiar nuestros viejos pensamientos por unos nuevos según la voluntad de Dios en su Palabra. El resultado será caminar y actuar de acuerdo a lo que es agradable al Señor. Dios desea que aprendamos a pensar como Él piensa y no como nuestra mente caída pensaba antes de tener el Espíritu Santo. Por eso creo que una de las áreas donde nuestra mente puede ser renovada, pero que muchas veces es ignorada, es la que tiene que ver con nuestros hábitos alimenticios.

Dios nos ha dado capacidad por medio de una consciencia sujeta y alimentada por el Espíritu Santo para poder discernir entre lo que es saludable y bueno y lo que no lo es. También nos ha dado poder para tener dominio propio y no satisfacer los deseos de la carne, cualquiera que ellos sean. Pueden ser ganas de comer alimento chatarra y en exceso. Pueden ser ganas de comer cuando se nos ocurra y sin control. El cristiano debe tener disciplina en algo de tal importancia como lo es la comida, aquello que sostiene nuestro cuerpo

Por otro lado, no debemos olvidar que en nuestra cultura, el exceso de preocupación por lo que comemos se ha convertido en un ídolo al que muchos viven sujetos en esclavitud. Ya no comemos para vivir, sino que vivimos para lo que comemos. Este extremo también es pecado. Vivir para comer puede convertirse en una navaja de doble filo porque, en un extremo, puedes pecar por exceso de preocupación por lo que comes y, en el otro extremo, puedes estar pecando por tu falta de sabia administración sobre tu cuerpo. Debemos buscar ese equilibrio sabio en nuestra administración del alimento y el cuidado del cuerpo.

Entendiendo las causas de obesidad

De manera específica, las causas de la obesidad son variadas y por su naturaleza se podrían catalogar de manera diferente. Por ejemplo, un problema en la tiroides es visto como una enfermedad que ha invadido tu cuerpo y es externa a tu corazón pecaminoso. Es muy probable que el aumento de peso sea una de las consecuencias de dicha enfermedad. En este caso, Dios sabe que es algo fuera de tu control. ¿En dónde radica nuestra responsabilidad? No en dejar crecer la enfermedad, sino en orar por nuestra sanidad y atender el problema a través de la medicina.

Por otro lado, puedes estar sufriendo de obesidad simplemente por falta de dominio propio y porque estas “enamorado” de la comida. Aquí la comida puede que se haya convertido en un ídolo en tu vida o en un rincón obscuro de tu ser que no puedes controlar. ¿Cómo volver a ser responsable? Pues lo primero es entregar nuestra debilidad al Señor y pedir ayuda fraternal, espiritual y profesional. Nadie puede ganar solo estas batallas.

También puede existir el caso —el cual creo que fue el mío— de la ignorancia. No sabia que el metabolismo después de los treinta años jamás vuelve a ser igual al que tenia a los veinte años; no sabia que el azúcar era tan dañina, que todo lo frito era tan poco saludable, y que era importantísimo pedir consejo con un especialista para que me guiara en encontrar una alimentación saludable a través de una dieta balanceada. Como para cualquier cosa en la vida que uno quiera hacer bien, lo primero que necesita es consejo de aquellos que saben más. No solo se trata de hacerlo bien para nuestro bienestar, sino que todo lo que hacemos, debemos hacerlo con excelencia, como para el Señor.

Creo fielmente en el evangelio para toda la vida. Creo que Dios trae luz, verdad, poder e impacto en todas las áreas de nuestra vida, para cambiarlas para bien y para que le demos gloria con lo que somos. La salud física y la buena alimentación debería de ser un área más en la cual debemos de ser buenos administradores, no conformarnos al mundo. Dios nos ha dado el poder para que nada, ni siquiera los deseos por la comida nos dominen.

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