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2 Reyes 12 – 14   y   Apocalipsis 5 – 7

Los demás hechos de Jeroboam y todo lo que hizo y su poder, cómo peleó y cómo recobró para Israel a Damasco y a Hamat, que habían pertenecido a Judá, ¿no están escritos en el Libro de las Crónicas de los reyes de Israel?

(2 Reyes 14:28)

Don Vito acaba de fallecer. La Cosa Nostra está conmocionada ante la muerte de su anciano líder. Todos desean un entierro digno para el capo de la mafia. Paolo, el hermano y sucesor de Vito, visita al párroco de su pueblo para pedirle que en su homilía enaltezca con virtudes el recuerdo de su difunto hermano. A cambio, él promete proveer los fondos para terminar la capilla, sueño abrigado por el religioso por más de dos décadas.

La verdad es que don Vito había sido terrible en vida, y esto, no le era desconocido ni al párroco, ni al pueblo entero. No había mandamiento que don Vito no haya quebrantado, ni honra que no haya pisoteado. Sin embargo, el religioso encontró la salida para hacer la tarea sin faltar a la verdad.

El día de la ceremonia, se paró enfrente del ataúd, delante de una centena de selectos y oscuros invitados, y dijo: “Hermanos: La familia del difunto es una verdadera calamidad. Su hermano Paolo es un delincuente, su primo Salvatore está preso por asesino, su tío Carlo está prófugo de la justicia desde hace más de cinco años. Por más de tres generaciones la familia Corleone sólo le ha traído vergüenza y más vergüenza a nuestro pueblo. Pero, si lo miramos desde esta perspectiva, y comparamos, entonces, el difunto Don Vito… fue casi un SANTO”. ¡Solucionado el epitafio!

Epitafio es una palabra de origen griego, que significa: “escrito sobre una tumba”.  Es principalmente una inscripción breve con palabras de elogio a la persona fallecida. Desde tiempos inmemoriales el hombre se ha preocupado por perennizar (y también hermosear) con palabras elocuentes la memoria de sus seres queridos. Lamentablemente, muchas veces la frágil memoria hace que algunos que parecían tener cola y afilados colmillos mientras vivían, la muerte los convierte en figuras dóciles, y hasta angelicales, como si la muerte pudiera borrar de un plumazo, todo lo que la persona fue mientras caminó por esta tierra.

¿Cuál podría ser la inscripción de tu epitafio? ¿Cómo crees que puedes ser recordado? o ¿Cómo te gustaría ser recordado? Piensa en una frase, breve y magistral, que te pueda eternizar de cuerpo entero. Quizás podría ser: “Fue simple pero vibrante”,  “Supo dejar el secreto de la felicidad a los suyos” ú otros podrían poner en tu honor: “Nada será lo mismo sin ti”. Sin embargo, a veces vamos por la vida dando tumbos, y al final nos tienen que poner una lápida en forma de pelota o guante de boxeo, porque vivimos la vida a puras patadas y combos. Por eso, creo que es importante meditar en el cómo la gente nos recordará después de nuestra partida, y tan importante como eso es poder conseguir que la gente nos recuerde, y más aún, que nos recuerden de manera positiva.

Los capítulos de Reyes de hoy están llenos de epitafios como este: “Los demás hechos de Joás, y todo lo que hizo, y el poder con que peleó” (2 Re. 13:12a).  Bueno, como ven, un buen epitafio sale de la realidad de vida, y no del ingenio de un poeta. Esfuerzo, hechos y acciones son el cincel con que se inscribe un epitafio. No, no piensen que soy dramático o pesimista, lo que pasa es que saber que nuestra vida terrenal no es ad infinitum es una buena manera de sacarle el mayor provecho a nuestro paso temporal y peregrino por este pequeño, pero querido planeta azul. Por lo tanto, nuestro epitafio debe ser como la evaluación final de una vida significativa, que enorgullece y enrumba a los que nos precedieron, y que no avergüenza a los que nos antecedieron.

Lo interesante de todo esto es que para nosotros los cristianos la vida no acaba a dos metros bajo tierra, sino en los brazos de nuestro Señor. De allí que el epitafio sea casi como el título académico que recibimos después de nuestro paso por la tierra. En la lectura del Apocalipsis nos vamos a encontrar con la vida que ocurre después de la vida. Por ejemplo, todos los que sufrirán muerte en el futuro por causa del Señor estarán en la presencia de Dios “vivitos y coleando”: “Y se les dio a cada uno de ellos una vestidura blanca, y se les dijo que descansaran un poco más de tiempo” (Ap. 6:11a). La muerte no es una derrota para los cristianos verdaderos, es, más bien, un paso hacia la gloria.

En mi epitafio yo quiero que diga: “Estoy más vivo que nunca”. Así, a secas, en presente y muy personal, porque sé que estaré con el Señor. No es vanagloria, es simplemente confiar en las promesas de un Dios que es digno de confianza. Si Él está vivo, yo tengo la confianza que viviré también con Él. ¿Qué me siento vanidosamente privilegiado? De ninguna manera. Esta es la visión del apóstol Juan: “Después de esto miré, y vi una gran multitud, que nadie podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos, y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en las manos. Clamaban a gran voz:“La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero.”

Todos los ángeles estaban de pie alrededor del trono y alrededor de los ancianos y de los cuatro seres vivientes. Estos cayeron sobre sus rostros delante del trono y adoraron a Dios, diciendo: “¡Amén! La bendición, la gloria, la sabiduría, la acción de gracias, el honor, el poder y la fortaleza, sean a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén.”” (Ap. 7:9-12). Puede que tú creas que todo esto no es cierto. Son sólo mitos de hombres primitivos, puedes decir. Si fuera así, y no hubiera vida después de la vida, yo moriría y ni me daría cuenta, y conmigo desaparecería mi esperanza… Pero, si esto es cierto, tú sí que tendrías mucho que perder… ¿No crees?

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