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A lo largo de los años he conocido a personas que cometieron pecados que pudiéramos ver como los más horrendos, y a quienes Dios rescató de la profundidad de las tinieblas. Muchos de estos hombres y mujeres han sido transformados hasta llegar a ser un inmenso testimonio del poder transformador, del amor, y la sobreabundante misericordia de Dios. Son vidas que testifican de Isaías 1:18:

“Vengan ahora, y razonemos,” Dice el Señor, “Aunque sus pecados sean como la grana, Como la nieve serán emblanquecidos. Aunque sean rojos como el carmesí, Como blanca lana quedarán”.

Aunque muchas de nosotras podemos vivir en gozo y gratitud frente a la obra de perdón en Cristo Jesús, otras no viven conforme a la verdad de que son nuevas criaturas en Cristo (2 Corintios 5:17). Muchas mujeres siguen siendo perseguidas por el fantasma de la culpa de aquellos pecados que ya fueron perdonados.

Hemos sido justificadas

Charles Spurgeon, en su libro “Solamente por gracia”, dice: “Sé que para mí, hasta el día de hoy, ésta es la maravilla más grande que he conocido, a saber que me justificaste a mí.  A parte de su amor inmenso, me siento indigno, corrompido, un conjunto de miseria y pecado.  No obstante, sé por certeza plena que por fe soy justificado mediante los méritos de Cristo, y tratado como si fuera perfectamente justo, hecho heredero de Dios y coheredero de Cristo, todo a pesar de corresponderme, por naturaleza, el lugar del primero de los pecadores”[1].

La justificación es la acción de hacer a alguien justo ante Dios, esto a través de la obra redentora de Cristo. 2 Corintios 5:21 nos dice: “Al que no conoció pecado, Lo hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en El”.

Sin importar la cantidad o la gravedad de nuestros pecados, si soy hija de Dios, todos mis pecados han sido clavados conjuntamente con Cristo en la cruz. Ya no soy culpable de los pecados de mi pasado porque Cristo se hizo culpable por mí.

Sin importar qué tan horrendos hayan sido los pecados que cometí, Dios los perdonó porque el sacrificio de Jesús satisfizo su justicia por completo. Esto es a lo que los teólogos se refieren como justificación posicional, la que sucede en la vida del cristiano al de nacer de nuevo. A partir de ese momento, el resto de nuestro caminar en la vida cristiana se tratará de una justificación progresiva. Esto se refiere a un proceso continuo de santificación por nuestro Señor, en la medida en la que nuestro corazón va siendo transformado por su Santo Espíritu obrando en nosotras.

La incongruencia de la culpa

La culpa continua por pecados pasados no es congruente con la obra de salvación que Dios nos ha regalado. Una vez que nos arrepentimos, confesamos nuestros pecados, y pedimos perdón, somos perdonadas y limpiadas de toda maldad (1 Juan 1:9). El sentido continuo de culpa no viene de Dios y nos roba el gozo de la salvación.

Sin darnos cuenta, la culpa puede llevarnos a cometer nuevos pecados porque no creemos en las promesas de Dios y no vivimos por fe. Le damos más relevancia a nuestro sentido de autojusticia y a lo que dicta el mundo, que a las promesas escritas por el Señor en su Palabra.

Una vez hemos recibido por gracia la salvación, no habrá pecado pasado, presente, ni futuro que Él no haya perdonado ya. Esta buena noticia no es un permiso para vivir deliberadamente en nuestro pecado, sino una gran verdad que remueve nuestra culpa y debe producir en nosotras una gran gratitud nos lleve a vivir como es digno de Él (Colosenses 2:6).

Abrazando su obra

Las últimas palabras de Cristo en la cruz fueron, “Consumado es”. Qué buena noticia es saber que su obra de redención no depende en lo absoluto de nosotras.

Si estás en Cristo y te encuentras bajo el peso de la culpa por pecados que cometiste en el pasado, ve delante de Él en oración y total honestidad, pide perdón por tu pecado de incredulidad, y clama a Él para que transforme tu corazón. Si confesamos nuestros pecados Él promete perdonarnos y limpiarnos.

Apégate a la Palabra. Dios va renovando nuestra mente a través de su Verdad, y la única manera en la que podemos cambiar las mentiras que muchas veces abrazamos es conociéndole más a Él a través de su revelación. Es su Palabra la que nos equipará para confiar más en Él, lidiar con nuestro pecado y echar fuera toda incredulidad y toda corriente de ideas del mundo que son opuestas a su verdad.

Ni la magnitud de nuestros pecados pasados ni sus consecuencias son las condicionantes que van a determinar cómo afrontar mi vida como cristiana. Lo que me ayudará a lidiar con mi pasado, afrontar el presente, y no agobiarme con el futuro es mi fe en mi Salvador.

El deseo de Dios para sus hijos es una vida de gozo y abundancia en Cristo. Una vida que llena de gratitud abrace la obra perfecta de nuestro gran Salvador. Clamemos a Él, busquemos ayuda de otras mujeres maduras en la fe, y no nos conformemos a una vida que no experimente la dulzura de su perdón en Cristo Jesús.

“Despojémonos también de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos envuelve, y corramos con paciencia (perseverancia) la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo puesto delante de El soportó la cruz, despreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios”, Hebreos 12:1-2.


[1] Spurgeon, Charles. “Solamente por gracia”. Editorial Portavoz 1988.

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