¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

Cuando tenía 15 años, todo en mi vida cambió. Era un adolescente alegre, amigable y un poco inseguro. Tenía varios sueños, pero cuando apareció la cruz en mi vida, Dios cambió mis metas y redireccionó mi mirada al Calvario.

Recuerdo estar sentado en la banca de una iglesia y escuchar al pastor hablar sobre la cruz, sobre la justificación por la fe y la suficiencia del sacrificio de Cristo para la salvación. Lágrimas rodaron por mis mejillas y una mezcla de dolor por mis pecados y gozo por el perdón inundó mi corazón como nunca antes. Ese día conocí a Dios. Por la obra del Espíritu, el mensaje de la cruz me mostró a Dios como nunca antes lo había visto. Allí comenzó el gran desafío de mi vida: conocer cada vez más a Aquel que me había amado tanto (Ef. 3:17-19).

Esta experiencia tan marcadora me llevó a leer las Escrituras y, luego de varios años meditando en el evangelio, me he quedado impresionado por una idea: la cruz nos revela la única manera a Dios, y si deseamos conocer a Dios, siempre debemos ir a la cruz. Para cada cristiano, la cruz fue la puerta de entrada. Lamentablemente muy pronto nos olvidamos que la cruz no es solo el punto de partida —como si fuera un impulso para que después andemos por nuestros propios medios o esfuerzos—, ella es también el camino y la meta. La cruz es el camino por el cual cada discípulo debe caminar si desea crecer en semajanza al Crucificado, y vivir en Su resurreción es el fin.

Conociendo la cruz

Jesús dijo que la vida eterna es “conocer a Dios”, y nos dice que solo podemos hacerlo si conocemos a “Jesucristo a quién Tú [el Padre] has enviado” (Jn 17:3).

Jesús tuvo Su corazón puesto en hacer la voluntad de Su Padre, y el momento culminante de esto fue Su muerte en la cruz. Mientras más Jesús reveló que era Dios, más aumentaba la oposición a esta verdad. Mientras más se evidenció el carácter único del Redentor, más se reveló de manera intensa quién es Dios y cómo es Dios. Conocer al Crucificado es conocer a Dios. Esta es la “locura de la cruz” (1 Co 1:23).

El apóstol Juan en su Evangelio apunta a la cruz como la glorificación de Cristo (Jn 12:23). El sacrificio del Verbo le glorificaba porque en el madero la gloria de Dios mismo se reveló a los hombres. Si aquel que estaba colgando en el madero era más que hombre, Dios encarnado, mirar a la cruz es mirar a Dios y conocer lo que hizo en la cruz es conocer lo que Dios ha hecho en el mundo. No es extraño, entonces, que las religiones que no consideran la cruz como el único medio de salvación tengan una imagen tan distorsionada de Dios. Todas las religiones humanas intentan alcanzar la salvación por medio de esfuerzos o sacrificios desde el hombre. Pero la Biblia nos revela el misterio del Dios que es trascendente e inmanente al mismo tiempo. El Señor es totalmente distinto a nosotros, pero también se compadece de nosotros y por Su gracia nos otorga perdón. Jamás nadie pudo imaginar así a Dios. Qué Dios se hiciera hombre y muriera por todos los hombres es una idea totalmente inédita, un hecho revelacional que nos muestra que el hombre no puede conocer a Dios por sus propios medios, sino que Él mismo se quiso mostrar y morir por nosotros, para que así lo conociéramos.

Cualquier medio de salvación que el hombre se invente nos muestra el tipo de dios en que cree. La manera en que el hombre piensa que alcanza la salvación revela cómo se imagina, desde abajo, a su dios. Pero la cruz, una iniciativa enteramente divina, nos revela desde arriba quién es Dios. Entonces, podemos y debemos mirar siempre a la cruz, porque en ella Dios se revela a los hombres y anuncia su justicia y su amor.

Una relación con la Verdad

Cuando decimos que podemos conocer a Dios, no pretendemos decir que es posible “aprehender” a Dios, como si el Dios infinito pudiera ser colocado dentro de nuestros estrechos límites. ¡Es imposible comprenderlo completamente! Sin embargo, sí podemos conocerlo verdaderamente. Cuando conocemos al Crucificado, conocemos a Dios, porque Él no es una parte de Dios (¡como si pudiéramos dividir a Dios en partes!), sino que es uno con el Padre (y el Espíritu). Por lo tanto, cuando decimos que podemos conocer de una manera única a Dios en la cruz, queremos decir, en el lenguaje bíblico, que entramos en una relación de vida con el Dios vivo (Os 6:3).

Conocer a Dios en la cruz no es un ejercicio meramente intelectual, sino que es un hecho revelacional, porque Dios está dándose a conocer para que allí podamos entrar en una nueva relación con Él. Todos sus atributos están presentes en la cruz. Su independencia al actuar, Su capacidad intransferible para dar vida, Su infinito poder para salvar, Su conocimiento completo del hombre, Su presencia sostenedora y eternidad de sus decretos, así como la inmutabilidad de Su carácter y promesas de salvación y la unidad de Su Ser revelado en la obra de redención del Padre, el Hijo y el Espíritu, se manifiestan en el mensaje de la cruz. Allí la misericordia y la verdad se encontraron, la justicia y la paz se besaron; allí florece la santidad del Señor, allí está salvando soberanamente a Sus escogidos, allí el buen pastor da Su vida por Sus ovejas.

La primera vez que escuché de la cruz conocí a Dios, porque allí Dios se quiso revelar, y si Él así lo quiso, ¿por qué buscarlo en otro lugar? La cruz debe ser el centro de nuestra vida y mensaje (1 Co 2:2), para que al hablar de ella y llevarla en nuestras vidas, “anunciemos las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz” (1 Pd 2:9).

Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando